Julio Castro – La República Cultural
Lucía Sánchez Saornil venía a decir que “el matrimonio es una perversión”. De esta manera lo cita Remigia, la protagonista de la obra de César López Llera que la compañía que dirige Natividad Gómez Sánchez, y que lleva de gira de pequeña sala en pequeña sala desde hace más de dos años.
Una propuesta que construye personajes que se comunican con la sencillez del barrio, y con la complejidad de seres humanos que saben lo que quieren, pero que no tienen posibilidades de alcanzarlo.
Remigia (Rebeca Lloret) es una anciana que vive acumulando todo tipo de restos en su casa, no tanto porque sufra de un síndrome de Diógenes, sino porque no tiene nada y debe proveerse de lo que encuentra o le regalan. Habita un piso que ocupa sin contrato de luz, pero se engancha al contador general, mientras sus vecinos y vecinas le hacen la vida imposible y la increpan insultándola. Leticia con ce (María José Varo) es una mujer más joven, extranjera, que la encuentra por casualidad. Remigia ofrecerá su modesta hospitalidad a Leticia, y aquella le corresponderá con una amistad sincera, mientras conoce el mundo de aquella mujer, que ha vivido como ha querido y como le han dejado. Entre medias aparecerá Sebas (Mario Retamar), un policía municipal cuya madre era amiga de Remigia, y que sólo quiere ayudarla y comprenderla.
El texto de López Llera acoge a personajes que son completamente opuestos, para ofrecerles un espacio de comprensión mutua, mientas subraya la posibilidad de que cualquiera comparta espacios comunes en la vida. Pero, quizá, lo más destacado, sea la posibilidad de libertad que les brinda a los sujetos que describe, frente a las limitaciones de un mundo cerrado y emparedado, que no quiere resquicios de luz entre sus muros.
Nadie se arrepiente de lo que es o de lo que hace, nada parece que pueda cambiar en sus vidas, excepto aquello que se hace en común o poniendo la mirada en los demás, y su realidad discurre sin más sobresaltos que esos que el paso del tiempo puede darle a cualquiera, no se fundan en la suerte o la fortuna, sino que construyen a partir de ideas que han fundado los cimientos de sus vidas.
Es interesante, entre otras cosas, ver de qué manera un montaje construido sobre la idea de un texto de estilo costumbrista, saca a la luz la manera de ver las cosas desde la perspectiva de un barrio vivo dentro de una ciudad aparentemente muerta. Hay necesidad de subrayar esa mirada desde la autoría y también desde la dirección creativa, porque lo contrario es dirigirnos hacia propuestas alejadas de la realidad que puede compartir espacios con el público.
No se trata de hacer una simplificación del teatro, sino de construir a partir de la cercanía y de provocar desde el lenguaje artístico un pensamiento común y un deseo de autocrítica. Siempre reivindicaré a Lauro Olmo en su teatro y en la forma de construirlo, en su manera de observar lo callejero, lo urbano, al personaje que vemos cada día y que se esconde tras algo que ni siquiera es una máscara propia, sino la que colocamos delante de él para no ver su realidad y que encaje en nuestro mundo imaginario. Ese es el modo de construir de este trabajo, desvelando la personalidad que hay tras un aspecto o tras una puerta.
La compañía que dirige Natividad no es nueva, y cuenta con un repertorio en el que se elige un teatro de texto desde el que se generan las imágenes, dando preferencia al trasfondo poético, incluso cuando se atreven a combinarlos con la parte más cómica de su trabajo. Rebeca Lloret, que tampoco es nueva en los escenarios, y a la que recientemente he podido conocer con Anatomía de un vencejo, donde comparte escenario con Sandra Maroto y Cristina Martínez, lleva la mayor parte de la carga junto con María José Varo. El personaje de la vieja libertaria obliga a Rebeca a transformarse por completo en lo físico y en la expresión, pero, además, le hace jugar con la parte imaginaria de un personaje anclado a sus sueños, que en su vida marginal observa de manera más benigna de lo debido a su entorno, pero se distancia de todo lo que es ajeno a su manera de pensar. Así pues, debe recrear el personaje, el mundo imaginario y el espacio en el que se mueve, dotándolo de carácter y de humor.
Suena una copla y Remigia recuerda a su amor en el sillón, y ya no hay que explicar que lo humano está en cada esquina entre los trastos de esta protagonista. Y, de nuevo, la compañía demuestra su implicación social y política, a través del discurso que lleva implícito el texto del autor, pero también por medio de su puesta en escena, como hace en el resto de su trayectoria y de su repertorio.