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No se fusila en domingo, de Pablo Uriel - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Pablo Uriel es un médico soriano, que acaba de obtener su título en la universidad de Zaragoza, a expensas de la realización de sus prácticas finales en el verano de 1936. Para ello se traslada a un pequeño pueblo al sur de su ciudad, donde suplirá al médico local durante las vacaciones de aquel. Entre tanto, su mundo conocido cambiará y una gran bola de barro arrasará las esperanzas de mucha gente y la vida tranquila de tantas personas. Este es su relato personal, narrado con una intención muy clara y en plena dictatura.

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No se fusila en domingo, de Pablo Uriel

La Historia de la guerra frente a “la paz de Franco

No se fusila en domingo
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No se fusila en domingo

Portada del libro de Pablo Uriel publicado en la editorial Pre-Textos.

No se fusila en domingo
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No se fusila en domingo

Portada del libro de Pablo Uriel publicado en la editorial Pre-Textos.

DATOS RELACIONADOS

Título: No se fusila en domingo
Autor: Pablo Uriel
Editorial: Pre-Textos (2005)
Formato: 19x13 cm; encuadernación Rústica
Páginas: 444
Año reedición: 2008
ISBN: 84-8191-703-6

Julio Castro – La República Cultural

Pablo Uriel es un médico soriano, que acaba de obtener su título en la universidad de Zaragoza, a expensas de la realización de sus prácticas finales en el verano de 1936. Para ello se traslada a un pequeño pueblo al sur de su ciudad, donde suplirá al médico local durante las vacaciones de aquel. Entre tanto, su mundo conocido cambiará y una gran bola de barro arrasará las esperanzas de mucha gente y la vida tranquila de tantas personas. Este es su relato personal, narrado con una intención muy clara y en plena dictatura.

Conocí a la doctora Cecilia Uriel Latorre en los años 70, por entonces yo era un niño y ella se casaba en A Coruña con un gran amigo de mi padre el también doctor Chema Gudín Herrero. Hay que decir que ambos eran médicos en el Hospital La Fe, en Valencia, pero nunca, hasta hace poco, supe el motivo de la conexión entre Valencia y A Coruña, ni que la traza de la geografía española, seguramente vendría marcada por un personaje especial: el Doctor Pablo Uriel.

Hace alrededor de un año, en agosto de 2019, preparábamos la exposición antológica del artista Julio Castro de la Gándara (mi padre), cuando contactamos gracias a la familia Gudín con Cecilia, hija de Chema y Cecilia, y nieta del Doctor Uriel. Nada sabíamos de la vida de aquel hasta que, al ir a hacer unas fotos de algunos cuadros, nos contó sobre el libro autobiográfico No se fusila en domingo, y también de la novela gráfica creada por Sento a partir de aquella autobiografía, y que se titula Dr. Uriel. He de decir que, pese a que el trabajo gráfico de Sento me parece magnífico, la narración en la novela gráfica se me queda muy limitado frente al enfoque que el propio Uriel le da en su relato personal.

Cuando aún se intenta enterrar el vergonzante pasado de aquel golpe de estado de 1936 y su subsiguiente dictadura, seguimos descubriendo cómo algunas personas que tuvieron que sufrir buena parte del horror en carnes propias, quisieron desmontar la versión de aquellas bestias y, así, en su propia introducción a la primera edición que vería la luz en 1987, con prólogo de Ian Gibson y poco antes del fallecimiento de Pablo Uriel, explica su autor los motivos de esta autobiografía, donde dice que las primeras letras se escribieron a la llegada del 25 aniversario del final de la guerra en España (es decir 1964), como forma de contrarrestar la propaganda que el régimen fascista hacía en dirigida a las escuelas afirmando que había llegado “la Paz de Franco”. Así, decidió hacer que, al menos sus hijos a quienes bombardeaban con aquellos mensajes, fuesen conocedores de la realidad de aquello que había significado la guerra para él y para otra gente: Mis hijos eran los destinatarios preferidos de esta campaña que les llegaba a través de sus clases en el instituto, y que empleaba palabras hermosas. Nadie podía explicar a la juventud española que esa paz era la consecuencia del miedo residual, la secuela de un terror sistémico. Me propuse contrarrestar esa campaña contándoles cómo vivió su padre la guerra civil […] Al leerlo comprendieron cuánta miseria, sufrimiento y terror se agazapaban detrás de esa paz tan hermosa”.

El libro se compone de 62 capítulos, los últimos cuatro relativos a su paso a la zona republicana, además de un epílogo y un apéndice con documentos y fotografías de imágenes referentes a esa época y a cartas enviadas o recibidas durante esos años, y que sirven de apoyo gráfico a su narración.

El recorrido del texto de Pablo Uriel se desarrolla de forma estructurada en sucesivos momentos relatados, que se encadenan en el tiempo y que, a veces, son instantes algo más inconexos del anterior o del siguiente, para hacer un zoom en el tiempo, señalando a personas, sucesos, actitudes… Ni todo es horror pese al contexto, ni hay mucha belleza que encontrar más allá de la solidaridad casi aislada entre las personas, pero es preciso comprender que se trata de una narrativa real, que recoge los sucesos de una vida con una visión personal y que tampoco quiere hacer extensiva su historia vivida al marco de la Historia, más allá del horror, de la vergüenza de unos sucesos que no debieron ocurrir, o de la crueldad institucional y, tantas otras veces, personal.

La narración no contiene un tono agrio, no hay una sensación de odio, pero sí es patente el deseo de contar sucesos que no desea que se borren de la memoria, así como otros que deberían ser señalados y reparados para que no vuelvan a ocurrir. Uriel se encontrará en una tierra en la que los golpistas han arrastrado a otros exaltados fascistas a perseguir y cometer todo tipo de tropelías en contra de sus propios vecinos, algunos de cuyos mandos le obligarán a trabajar como médico en sus términos y condiciones, para, poco más tarde hallarse en una cárcel de Zaragoza, donde las sacas son la cena cotidiana, con el asesinato nocturno de sus compañeros de celda mediante las llamadas “sacas” de los falangistas, que acaban teniendo más poder que los propios mandos militares intermedios.

Es preciso subrayar dos momentos: uno referente a su paso por el edificio convertido en cárcel para militares (forzosos y no forzosos) a quienes se considera posibles “traidores” en Zaragoza, donde estará durante un tiempo hasta que logran sus familiares y amigos que sea puesto en libertad, pese al odio que profesa alguno de los mandos militares de ese momento, debido a sus convicciones ideológicas democráticas y de izquierda.

Por momentos se hunde en la crueldad de cada situación, de cada pasaje, pero también por momentos expone una crítica en cierto tono irónico, casi con humor, al encontrarse con situaciones tan terribles como patéticas: “En la explanada situada frente a la basílica, se nos hizo formar ante la tribuna y, de pronto, se irguió en ella la figura patética del general Millán Astray. Todo en el era vertical: la manga vacía de su uniforme, el bastón, los rasgos de la cara mutilada, el gorrillo de legionario. Permanecía firme, como un palo que conservaba una forma relativamente humana. Era la imagen del fanatismo y la mutilación. Su voz ininteligible salía escandida, explosiva; sus palabras eran como trallazos que silbaban por encima de nuestras cabezas. Nos llamó hijos de la muerte; él, que estaba parcialmente muerto. Terminó la arenga con su famoso grito de ‘¡Viva la muerte!’, al que todo el mundo respondió como si no hubiera en él la más monstruosa contradicción. Pero no lanzó su otro grito, aquel que escupiera frente a Unamuno.
Él no lo hizo, pero, de pronto, un jerarca falangista que estaba junto a él, gritó con un gesto violento y agresivo: ‘¡Muera la inteligencia!’
”. No hay que dejar pasar que, igualmente, otros momentos más dolorosos y entrañables superan con creces el horror y el miedo, pero, así mismo, se perciben pasajes en los que el olor de la derrota final y de lo sufrido, acompañan al estilo del autor.

El otro momento que imprime incluso más interés al relato, es su presencia en todo el entorno de Belchite, hasta su práctica destrucción. Esto supone una fuente de información personal que conduce a imaginar momentos y calles, sucesos y gentes de manera muy concreta, no sólo un momento cumbre, sino en todos aquellos lugares que, en el entorno de aquel frente, constituyeron un terrible momento de la guerra atroz desatada contra la democracia. Estamos viendo ese momento histórico con la mirada directa de un republicano de izquierda, obligado a luchar en una guerra que aborrece y en el bando opuesto a sus convicciones.

Habrá otros momentos y situaciones más personales, pero también condicionados por aquella realidad impuesta, sin embargo, todo discurre sin discursos de odio ni de rencor, sentimientos que, en todo caso, quedarían para cada lector.

El doctor Pablo Uriel fallecería en Valencia en 1990 tras la publicación de su libro escrito en 1964. Sería reeditado por su familia en 2005, y las ediciones de su relato parecen quedar en el olvido, pero tanto él como otros tantos de nuestros abuelos y abuelas merecen ser recordados como gentes que no querían más que vivir en paz, y vieron subvertida su normal convivencia por el horror que les forzó a enfrentar cosas terribles.

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