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El lector, chivos de expiación nacional - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Me gusta esta temporada cinematográfica, porque las salas nos agasajan con gran cine, porque los Festivales se suceden con sus glorias y descubrimientos, sumando un cúmulo de citas que nos nutren como si fuera menester en este frío invierno. Estamos en el halo que extienden las nominaciones, a las que yo llamo premios, de la Academia y su parafernalia de estrenos. Además acaba de ganar el Berlinale otra película latinoamericana, la de Claudia Llosa, La teta asustada, que se ha alzado con el Oso de Berlín, y Perú está de fiesta. Me gusta Stephen Daldry, experimentado en la dirección teatral, que debutó en cine con la curiosa Billy Elliot; clavó una pica en Hollywood, gustó mucho a la crítica y al espectador con Las horas, literatura y cine, (premio mejor actriz para Nicole Kidman), y está luchando por conseguir adaptar el Pulitzer de Michael Chabon, Las asombrosas aventuras de Cavalier y Clay, más literatura y cine. Es británico. Me gusta Kate Winslet, hija del teatro, que se lleva todos los premios (bien merecidos), es arriesgada y real. Es británica. Claro que a ustedes les da un tanto igual lo que a mi me guste, pues esperan que les de cierta “guidance” y orientación sobre el nuevo estreno, halo galáctico de los Oscar (5 nominaciones) y Globo de oro 2009 para Winslet: El lector, (The reader), adaptación de la novela de Bernhard Schlink.

El lector, chivos de expiación nacional

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Una imagen de la película de Stephen Daldry.

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Una imagen de la película de Stephen Daldry.

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DATOS RELACIONADOS

Título original: The Reader
Director: Stephen Daldry
Intérpretes: Kate Winslet, Ralph Fiennes, Bruno Ganz, David Kross, Alexandra Maria Lara, Linda Bassett, Susanne Lothar, Matthias Habich, Ludwig Blochberger, Volker Bruch, Hannah Herzsprung
Guión: David Hare (Novela: Bernhard Schlink)
Fotografía: Chris Menges, Roger Deakins
Música: Nico Muhly
Año: 2008
Duración: 123’
País: Estados Unidos
Productora: Coproducción USA-Alemania; The Weinstein Company
Web oficial: http://thereader-movie.com/

Blanca Vázquez - La República Cultural

Me gusta esta temporada cinematográfica, porque las salas nos agasajan con gran cine, porque los Festivales se suceden con sus glorias y descubrimientos, sumando un cúmulo de citas que nos nutren como si fuera menester en este frío invierno. Estamos en el halo que extienden las nominaciones, a las que yo llamo premios, de la Academia y su parafernalia de estrenos. Además acaba de ganar el Berlinale otra película latinoamericana, la de Claudia Llosa, La teta asustada, que se ha alzado con el Oso de Berlín, y Perú está de fiesta. Me gusta Stephen Daldry, experimentado en la dirección teatral, que debutó en cine con la curiosa Billy Elliot; clavó una pica en Hollywood, gustó mucho a la crítica y al espectador con Las horas, literatura y cine, (premio mejor actriz para Nicole Kidman), y está luchando por conseguir adaptar el Pulitzer de Michael Chabon, Las asombrosas aventuras de Cavalier y Clay, más literatura y cine. Es británico. Me gusta Kate Winslet, hija del teatro, que se lleva todos los premios (bien merecidos), es arriesgada y real. Es británica. Claro que a ustedes les da un tanto igual lo que a mi me guste, pues esperan que les de cierta “guidance” y orientación sobre el nuevo estreno, halo galáctico de los Oscar (5 nominaciones) y Globo de oro 2009 para Winslet: El lector, (The reader), adaptación de la novela de Bernhard Schlink.

De nuevo matrimonia Daldry la literatura y el cine, y lo hace tan seductoramente, ya sea en la ejecución (sin alardes tecnológicos) como en la interiorización dramática de sus actores, el despliegue del detalle, la labor -corta y certera- de sus secundarios, las palabras lacerantes y las lecturas sagradas (La Odisea de Homero, los cuentos de Chéjov, Mark Twain, Emilia Galotti de Lessing, Lady Chatterley, y hasta Tintín…), que el espectador tiene en su decisión el placer de ver una magnífica gran pequeña película, de esas mínimas, sin alardes visuales, pero con gran despliegue de cavernas interiores, las de las preguntas indiscretas y políticas al pasado de un país que removió las tripas del siglo XX, y lo hace a través de una historia privada. Uno de esos magníficos secundarios, el profesor universitario interpretado por Bruno Ganz, deja bien claro ante sus alumnos de derecho, entre los que está el joven Michael protagonista, las diferencias que un país establece entre la ley y la moralidad. Los actos delictivos se miden por su ilegalidad, su intención el asesinato y muy poco o nada se mide ya por su moralidad.

Viajamos, otra vez, a los años cincuenta, más hacia el ocaso. Da igual si la película procede en realidad del quasi presente, 1995, porque una vez se asienta en 1958/59, allí permanece en nuestras retinas, aunque luego oscile entre la Alemania de los sesenta y de los ochenta. En un recorrido cuyo motor son los recuerdos de un maduro Michael Berg (Ralph Fiennes, a quien cuesta ver comedido y sin taras psicológicas), nos situamos en la Alemania de la posguerra que intenta reconstruirse bajo impronunciables y secretos sentimientos de vergüenza. Arropada de colores acaramelados y suaves ambarinos (en la misma línea de la primera parte del Benjamin Button de Fincher), contrarrestando con el azul metálico del tiempo posterior, se desarrolla la secreta y muy trascendente relación de un muchacho de 15 años (un estupendo David Kross) y una mujer madura, Hanna, rígida, tendente a la desconfianza, atractiva y celosa de su privacidad, guardiana en todos los sentidos y con una necesidad entre imperiosa y expiatoria de que le lean libros que ella no puede leer, por ser analfabeta, algo que oculta a todos, y motivo por el cual deja los trabajos cuando es ascendida y recibe una cadena perpetua. Un día del verano de su relación, Hanna desaparece de la vida de Michael abruptamente, sin avisar, sin despedirse casi, para volver a encontrarse en los tribunales 8 años después, en medio de los revueltos y revolucionarios sesenta, cuando los jóvenes echaban en cara a sus mayores la ceguera de todo un pueblo ante la barbarie nazi. En realidad es Michael quien encuentra a Hanna, sin que ésta sepa que el muchacho está observándola entre el público asistente a la vista por la que es juzgada por crímenes de guerra, junto a otro grupo de mujeres, por haber sido guardiana de campos de concentración. Michael la observa medio escondido, avergonzado, pero a la vez siniestramente lacerado aún por su deseo. El lector es una película de esas que yo califico de valientes. Hay desnudos que le dan naturalidad a la interrelación entre los protagonistas. Oh, sí, algo inusitado hoy día en el cine. Hay contención y libros, (no me digan que esto no es coraje), hay ausencia de lo superfluo y de palabrería zumbona. Hay actores superlativos, y una Winslet vacía y dura, germánica en su cumplimiento del deber, aunque sea inmoral, férrea y sensual, fría y ardiente, vikinga, trabajada con todo detalle en su personaje, auténticamente actriz, merecedora de un oscar que aúne su metamorfosis en Hanna Schmitz y la April Wheeler de Revolutionary Road.

Me gustan estas películas de tono tan europeo e intimista, pero no menos apabullantes en su comunicado, que no reposan sobre elementos estéticos, muy al contrario en el minimalismo expresivo y la piel que dejan sus actores, en la implicación personal y talento de su director. Nútranse este invierno. No sé, digo.

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