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¡Hasta la alegría! Poeta - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Hay oficinistas que, a fuerza de complicidad, te invitan a la lectura compulsiva, a la reflexión compulsiva, al roce de piel compulsivo, aunque los pies estén fríos. Me acaban de llamar y me han dicho que Mario Benedetti ha muerto y sólo puedo pensarle casi un cuento, una leyenda: imágenes. Hay oficinistas del asma que, maldita sea, te enseñan: “Esta noche estoy solo. Mi compañero (algún día sabrás el nombre) está en la enfermería”. Y no es que eso sea malo (“de vez en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor”), pero hoy, de tanto tentar los dedos en la Olivetti , o la voz con sus jóvenes, o la mecedora (guitarra de Daniel Viglietti y habla) con su público, esa soledad de enfermería ha roto la esquina. El oficinista nos ha puesto más difícil el no estar solos.

¡Hasta la alegría! Poeta

A Mario Benedetti en este 17 de mayo

Mario Benedetti
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Mario Benedetti

Foto: tomada de la página de Mundo Poesía.

Mario Benedetti
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Mario Benedetti

Foto: tomada de la página de Mundo Poesía.

Manuel Gil Rovira – La República Cultural

Hay oficinistas que, a fuerza de complicidad, te invitan a la lectura compulsiva, a la reflexión compulsiva, al roce de piel compulsivo, aunque los pies estén fríos.

Me acaban de llamar y me han dicho que Mario Benedetti ha muerto y sólo puedo pensarle casi un cuento, una leyenda: imágenes.

Hay oficinistas del asma que, maldita sea, te enseñan: “Esta noche estoy solo. Mi compañero (algún día sabrás el nombre) está en la enfermería”. Y no es que eso sea malo (“de vez en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor”), pero hoy, de tanto tentar los dedos en la Olivetti , o la voz con sus jóvenes, o la mecedora (guitarra de Daniel Viglietti y habla) con su público, esa soledad de enfermería ha roto la esquina. El oficinista nos ha puesto más difícil el no estar solos.

Conocí a Mario en un congreso que la Universidad de Alicante le dedicó en el año 97 del siglo pasado. Se trataba de ver su obra, de mirarlo a él mientras, durante muchos días, se le otorgaba el Doctorado Honoris Causa.

En aquel octubre, Mario llegó y abrazó a sus amigos de siempre: a Daniel, a Daniel Viglietti. Ya te vale Daniel: hacer, no sólo recitar, si no también cantar a un asmático; a Roberto Fernández Retamar: ya te vale Roberto, y a ti, Casa de las Américas, acoger entre la humedad del Caribe a un asmático. En aquel octubre, Mario se estaba dejando definir (o así se sentía). Quiso ver las salas del congreso y entonces hablaron sus ojos. Las salas no se llamaban uno, o dos, o tres; las salas eran los amigos presentes; tan presentes como hoy él. Una sala llevaba el nombre del sempiterno amigo yaciente, Juan Carlos Onetti. Otra, la del amigo cómplice, Julio Cortázar. Y otra, la del amigo “dónde”, Roque Dalton. No hacía muchos días que se había publicado El aguafiestas de Paoletti, pero intuí que los ojos de Mario progresivamente dibujados, eran los suyos de vida y escritura:

- ¡Me habéis traído a todos los amigos!

Y así, los pequeños ojos, junto a Luz, se hacían, no llorosos, grandes.

Porque Mario miraba, y aún supo hacerlo después de la enfermedad y muerte de Luz (Cuando estuvo exiliado en Cuba, en su despacho frente al Mar Caribe en “La Casa de las Américas”, a qué “luz” se refería. Ahora lo sé). Porque Mario miraba y lo escribía en poemas, a veces de pies fríos; a veces de abracémonos, es deseo o estás conmigo; a veces de: ¿y si yo paseo en mi poquedad?; a veces de: ¿Y si le cuento a la vida, en todos sus meandros, que no es larga y que voy a por ella aunque otros vayan de otra manera?; A veces: “Ustedes cuando aman…/Nosotros cuando amamos/ es fácil de arreglar/ con sábanas qué bueno/ sin sábanas da igual”.

Porque Mario lo hacía novela, y Uruguay, “el paraíso de la clase media”, roto por donde se ha roto y por quienes lo han roto, son sus personajes que salen y entonces él, por realidad, no pude ser sino el exilio. O los de dentro, conflictivos, y en verso.

Porque Mario contó y pensó cómo se hacía aquello desde el teatro, desde la imposible relación entre el torturador y el torturado y cómo desde sus situaciones “recuperar la objetividad, como una de las formas de recuperar la verdad, y tenemos que recuperar la verdad como una de las formas de merecer la victoria”.

Porque Mario salía a la plaza. Y los que allí habéis estado, lo habéis visto. Mario hacía Pedro y el Capitán, y los grupos de teatro lo tienen como obra de repertorio. Preguntadle a Ángel González y su Etón Teatro.

 Mario se sentaba casi todos los años en un Colegio Mayor de la Complutense para contarnos, casi cantarnos su obra. Y los jóvenes estudiantes y profesores aplaudían.

¿Puro deleite? Podría haberlo sido pero, dice Mario:

Sería necio que nos agraviáramos con esa sonrisa que, después de todo, es la sonrisa del desarrollo. Pero en nuestros países (desnivelados caóticos y, por supuesto, subdesarrollados) el producto literario crece inevitablemente entrelazado con lo social, con lo político. Por eso cuando en América Latina el público vigila la conducta de un intelectual, éste no siempre tiene el derecho de interpretar que está siendo agredido con una curiosidad malsana; más bien se trata de un expediente (quizá un poco primitivo) que el público inconscientemente elige para demostrarle que su pensamiento y su palabra tienen eco, o sea que importan socialmente. Ese interés, esa vigilia, esa atención del lector, han tenido a su vez repercusión en la obra creadora

Y ahora se duerme el poeta. Esto sólo significa que Luz lo estaba esperando y que nosotros tardaremos dos días más para recoger su trinchera, su medida y exultante alegría.

Hasta la alegría y hasta ahora, poeta.

Fdo.: Queríamos venir todos los necesitados amigos

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