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La vida, ese paréntesis: Mario Benedetti, "in memoriam" - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Cuando, con motivo de la concesión del Premio Reina Sofía 1999, Mario Benedetti vino a Salamanca, demostró fehacientemente hasta qué punto su literatura levantaba pasiones. Pudimos apreciarlo en la cola interminable que se agolpaba para que el autor firmara sus libros (en la que esperaban pacientemente chicos de 17junto a ancianos de 82 años-; en el aplauso atronador con el que lo recibieron en el teatro Juan del Enzina con motivo de la representación de Pedro y el capitán (en todos los rostros había un enorme agradecimiento);en su posterior lectura de poemas en el Café Moderno, donde llegó (para su diversión) escoltado por dos moteros en sendas Harley Davidson, escuchada en emocionante silencio a través de dos pantallas de televisión por la muchedumbre expectante que asistía al recital en la Gran Vía y que no había podido entrar en el atestado bar. Y es que, claro está, hablamos de una literatura convertida en fenómeno social, abierta a la colectividad pero capaz, a la vez, de acercarse a la intimidad de cada individuo. De hecho, pocos escritores han sido velados en un Parlamento, como demostraron las emocionantes imágenes retransmitidas en estos días por televisión, y en las que se apreciaba el fervor indiscutible que ha despertado el dramaturgo, narrador, ensayista, crítico pero, sobre todo, poeta uruguayo (él habló en incontables ocasiones de que ése era el género al que siempre volvía y por el que quería ser recordado).

La vida, ese paréntesis: Mario Benedetti, "in memoriam"

Mario Benedetti
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Mario Benedetti

Una imagen del cartel del homenaje dedicado al escritor uruguayo en la Universidad de Salamanca.

Mario Benedetti
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Mario Benedetti

Una imagen del cartel del homenaje dedicado al escritor uruguayo en la Universidad de Salamanca.

Francisca Noguerol Jiménez - Universidad de Salamanca

Cuando, con motivo de la concesión del Premio Reina Sofía 1999, Mario Benedetti vino a Salamanca, demostró fehacientemente hasta qué punto su literatura levantaba pasiones. Pudimos apreciarlo en la cola interminable que se agolpaba para que el autor firmara sus libros (en la que esperaban pacientemente chicos de 17junto a ancianos de 82 años-; en el aplauso atronador con el que lo recibieron en el teatro Juan del Enzina con motivo de la representación de Pedro y el capitán (en todos los rostros había un enorme agradecimiento);en su posterior lectura de poemas en el Café Moderno, donde llegó (para su diversión) escoltado por dos moteros en sendas Harley Davidson, escuchada en emocionante silencio a través de dos pantallas de televisión por la muchedumbre expectante que asistía al recital en la Gran Vía y que no había podido entrar en el atestado bar.

Y es que, claro está, hablamos de una literatura convertida en fenómeno social, abierta a la colectividad pero capaz, a la vez, de acercarse a la intimidad de cada individuo. De hecho, pocos escritores han sido velados en un Parlamento, como demostraron las emocionantes imágenes retransmitidas en estos días por televisión, y en las que se apreciaba el fervor indiscutible que ha despertado el dramaturgo, narrador, ensayista, crítico pero, sobre todo, poeta uruguayo (él habló en incontables ocasiones de que ése era el género al que siempre volvía y por el que quería ser recordado).

En la línea de Antonio Machado, maestro de literatura y vida al que siempre profesó especial devoción, Mario tuvo sobre todo la facultad (siempre necesaria, nunca inútil) de comunicar, lo que logró con un lenguaje voluntariamente sencillo y alejado, como él mismo decía, de “gacelas y madréporas”. Así se explica que sus poemas hayan sido musicados por más de sesenta cantautores, como lo prueba su incuestionable presencia en Youtube: se trataba de Letras de emergencia que no se avergonzaban de serlo, listas para el canto y convertidas pronto en un comodín animar cualquier reunión literaria que se precie.

Es hora ya de destacar la naturaleza plural de la poesía de Benedetti, que no lo constriñe a una sola faceta (como en más de una ocasión, y malintencionadamente, se ha dicho). Así, podríamos calificarlo como poeta de la ternura (¡qué pocos se atreverían a titular un texto con el simple y a la vez inexcusable Te quiero!) y del ingenio (del que dio sobradas pruebas a lo largo de su vida, y que recordamos en composiciones irrepetibles como Los formales y el frío, Ser y estar o Los pitucos), del compromiso (esa palabra desgastada pero nunca vana, tan presente en sus “hombres” de Poemas de otros) y del amor (que supo reflejar en todas sus etapas, como lo demuestran los inolvidables Corazón coraza, Viceversa o Táctica y estrategia), del optimismo (¿cómo no recordar su Defensa de la alegría?) y del dolor (tan presente en libros capitales del exilio como La casa y el ladrillo), y que se mantiene en la etapa de “desexilio”, cuando vuelve a un Uruguay ya “con una esquina rota”. 

Desde entonces, su mirada se empaña de una melancolía especial (cuánto se ha hablado de la tristeza de esos ojos) que ya nunca le abandonará, y descubre muy pronto la necesidad de reivindicar la memoria y de no olvidar, de lo que ofrece buena prueba ese poemario capital de 1995 (tan cercano a la poética de su amigo Juan Gelman) titulado, precisa y paradójicamente, El olvido está lleno de memoria.

Sobre todo, Benedetti fue un poeta que defendió la valentía, el coraje, el riesgo de vivir, y que por ello reivindicó la utopía en sus formas más dispares. Odió a los fallutos, cobardes y rastreros, a los que no se atreven, y a los que retrató magistralmente tanto en sus Poemas de la oficina como en los cuentos de Montevideanos, en las novelas La tregua o Gracias por el fuego. Por ello (entre otras muchas razones) ha conectado tan bien con los jóvenes: porque sabía que no “hay que tener la cola de paja” de la que hablara en un temprano ensayo utilizando la expresión uruguaya o, lo que es lo mismo, una culpa mal entendida que promueve lo “políticamente correcto” y que conlleva la pasividad. Por cierto, esta mañana leía la declaración de Guardiola que le ha llevado al triplete: “no hay nada más arriesgado que no arriesgarse”, y fíjense qué bien le ha salido.

Benedetti lo sabía y se arriesgó en el amor y en la política, en la literatura y en la existencia (que, en su caso, eran lo mismo). Y aunque la vida sea ese paréntesis que tan bien retrató en uno de sus últimos libros, se jactaba de haber sabido aprovechar cada segundo: disfrutó del fútbol y el cine, los amigos y los viajes… sobre todo, se volcó en la defensa de una sociedad más justa que, desde los años sesenta, se mostró desgraciadamente inasequible. Incluso en los últimos años, cuando la muerte de su esposa Luz lo dejó sumido en una profunda tristeza, veía una parte positiva a su situación: el asma, aquella enemiga íntima que lo había acompañado toda su vida y que, en ocasiones, le hacía escribir versos entrecortados y carentes de puntuación, le concedía una tregua. Quizás por ello se decantó en los últimos tiempos por el haiku, del que se convirtió en verdadero maestro.

Honrar a Mario Benedetti supone por tanto homenajear a la vida con mayúsculas. Hoy quiero hacerlo transcribiendo al final de esta semblanza el poema No te salves, uno de los textos amorosos en español más valorados (comparte este honor con el soneto Amor constante más allá de la muerte de Quevedo y el poema XX, de Neruda) y, desde mi punto de vista, perfecta síntesis del arrojo del que, en todos los órdenes de la vida, supo hacer gala Mario Benedetti. Va por usted, maestro, que supo “no salvarse”.

 

 No te salves
 
No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca.
 
No te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer lo párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo.
 
Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el jubilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

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