Javi Álvarez - La República Cultural
Se termina el Festival con una sensación agridulce en la boca. La dulce por el tiempo que ha sido bueno, con días en los que luce el sol y se pueden pasar las horas muertas en la playa, pero sin tanto calor como para que no apetezcan los «pintxos», como los de la taberna Borda Berri (calle de Fermín Calbetón) de la que soy un enamorado; buenos ratos me he pasado en ella comentando las películas con un zurito en la mano y su excelente cocina en miniatura en la otra.
La agria porque el cine ofrecido no ha pasado de ser regular. Me ha sorprendido en el palmarés la concha de plata al mejor director para Javier Rebollo. Siempre he oído decir que lo más difícil del director es llegar al rodaje y señalar el punto donde se va a poner la cámara. Javier Rebollo no ha debido tener problemas con esto, pues parece que lo que ve la cámara y la escasa acción que ocurre no tiene siempre porque acompasarse. Insisto, me parece que se trata de una película de la que hay que huir.
Respecto a Los condenados, de Isaki Lacuesta, que se ha llevado el premio de la prensa internacional, me resulta muy poco comprometida, con su mensaje políticamente correcto de sumisión al sistema sin pelea y de que las luchas revolucionarias no tienen sentido, así que dejemos gobernar a quien le toca gobernar sin inmiscuirnos. Predica un alejamiento del ciudadano sobre las decisiones políticas, por lo que me resulta una película cobarde e innecesaria en todos los aspectos, a la que recrimino, primero, su falta de apuesta por un lugar y un momento que «simplifica» todos los movimientos y, segundo, su ausencia de cualquier explicación del conflicto en que los protagonistas, que fueron guerrilleros en su momento, se vieron envueltos; eliminando de esta forma sus causas. Sin ir de eso, me resulta una especie de juicio en el que los acusados ni quieren ni van a tener defensa. El largometraje es una excusa para que una muchacha joven (una hija de aquellos guerrilleros) pueda presentar un alegato de indiferencia con el pasado y su mensaje de abandono con los valores políticos de la izquierda revolucionaria por inútiles. El mismo mensaje de adormecimiento que nuestra «Transición» ejemplarizó.
La ganadora, City of life and death, de Lu Chuan, es una película necesaria que representa con crudeza lo que es una guerra. No contiene imágenes idílicas. La muerte, la tortura y la violencia aparecen en todos los fotogramas para machacar al espectador que se ha de sentir justamente indefenso. La película narra la toma de la ciudad de Nanjing en el año 1937 por parte de los japoneses y el sitio que mantienen en dicha ciudad con posterioridad. Se observa a los chinos en campos de refugiados, sometidos por los despiadados soldados japoneses que previamente han aniquilado a todos los soldados chinos. El largometraje no ofrece tregua, ni se detiene en dilemas morales que tendrá tiempo de formarse el espectador tras la proyección. En ese sentido, me parece una buena decisión por parte del jurado. Cinematográficamente la película está bien construida, con una fotografía en blanco y negro, un guión duro e inquietante y un lenguaje directo. Resulta interesante, a pesar de su larga duración cercana a las dos horas y media.