Desgracia resulta una de esas películas cuyo interés está estrechamente vinculado a sus méritos, digamos, literarios, esto es, de guión.
David Lurie (un magnífico John Malkovich) es un profesor de literatura de 52 años en la universidad de Ciudad del Cabo que vive una fugaz relación amorosa con una de sus estudiantes.
El hipócrita “escándalo” da al traste con su carrera académica por lo David decide tomarse un tiempo para reflexionar sobre su futuro en la granja de su hija treintañera Lucy.
David acabará aprendiendo de la peor manera posible que todos sus conocimientos, pensamientos y educación no sirven absolutamente de nada en el mundo donde ahora vive.
La realizador Anne Fletcher construye una patética comedia de enredo de la cual no hay absolutamente nada que reseñar, salvo constatar la presencia de algunos intérpretes secundarios adecuados (Betty White, Mary Steenburgen, Craig T. Nelson).
Intento de explotar a fondo una situación con posibilidades cómicas que, tan pronto como se agotan, deriva tranquilamente hacia un tercio final de carácter sentimental(oide).
El remake que nos propone Peter Hyams de la cinta de Fritz Lang resulta, de entrada, chocante, pues el responsable no es un realizador con un mundo creativo propio. Los remakes en Hollywood, actualmente, obedecen a un plan de mercadotecnia. Se juega con la nostalgia, con la avidez de ver lo mismo de siempre aunque bajo formas distintas.
Más allá de la duda versión 2009 no es más que otro telefilm de lujo que manipula la principal idea argumental del film de Lang para construir un thriller bastante aburrido y aséptico, de narración pesada y mecánica de los hechos, haciendo gala de una funcionalidad que, debido a su pulcritud visual, molesta, irrita.
El cómico británico Sacha Baron Cohen repite en Bruno la exitosa fórmula de Borat. Personaje delirante se embarca en periplo esperpéntico, enarbolando la bandera de la provocación para hilvanar una comedia de guerrilla que no deja títere con cabeza. Poco original pero efectivo. Bruno quiere ser famoso y está dispuesto a cualquier cosa.
Baron Cohen no es Woody Allen, pero su humor tampoco carece de cierta inteligencia gamberra. El actor británico utiliza a sus personajes como herramienta de confrontación, para denunciar hipocresías y desnudar prejuicios. Habrá quien se indigne por su exagerada caricatura de la homosexualidad. Ya se sabe que el humor no siempre es cosa de risa.