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Los condenados, claros y sombras de la revolución - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Aquí tenemos, por fin, un director español de los más interesante, Isaki Lacuesta. El cine español tan demacrado en creatividad necesita de nuevos valores que le den aliento, y sobre todo sustancia nutritiva. Este catalán de nacimiento y vasco de raíces está construyendo un camino que ramifica nuevas direcciones en el cine, un camino que saca la producción fílmica de los museos, algo que a los responsables del ICAA aún se les atraganta, a pesar de las buenas intenciones para que el sistema de ayudas se inspire en el carácter cultural de la actividad cinematográfica. No obstante, como el mismo Lacuesta apunta en Cahiers du Cinema de septiembre, la cuenta de la vieja no sale, y el esquema de ayudas expulsa fuera del sistema a las películas menores en coste y en comercialidad. Aunque termina con un esperanzador deseo, que esa nueva Orden sirva para ampliar la definición de lo que son películas y no para estrecharla, ya que en la palabra cine caben muchas expresiones y juegos artísticos.

Los condenados, claros y sombras de la revolución

Los condenados
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Los condenados

Cartel de la película de Isaki Lacuesta.

Arturo Goetz y Daniel Fanego
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Arturo Goetz y Daniel Fanego

Una imagen de la película "Los Condenados".

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DATOS RELACIONADOS

Título original: Los condenados, 2009
Dirección: Isaki Lacuesta
Intérpretes: Daniel Fanego, Arturo Goetz, Leonor Manso, María Fiorentino, Bárbara Lennie
Guión: Isaki Lacuesta
Fotografía: Diego Dussuel
Música: Gerard Gil
Duración: 104’
País: España
Productora: Benecé Produccions / Sagrera TV / Televisió Espanyola a Catalunya / Versus Entertainment

Blanca Vázquez - La República Cultural

Aquí tenemos, por fin, un director español de los más interesante, Isaki Lacuesta. El cine español tan demacrado en creatividad necesita de nuevos valores que le den aliento, y sobre todo sustancia nutritiva. Este catalán de nacimiento y vasco de raíces está construyendo un camino que ramifica nuevas direcciones en el cine, un camino que saca la producción fílmica de los museos, algo que a los responsables del ICAA aún se les atraganta, a pesar de las buenas intenciones para que el sistema de ayudas se inspire en el carácter cultural de la actividad cinematográfica. No obstante, como el mismo Lacuesta apunta en Cahiers du Cinema de septiembre, la cuenta de la vieja no sale, y el esquema de ayudas expulsa fuera del sistema a las películas menores en coste y en comercialidad. Aunque termina con un esperanzador deseo, que esa nueva Orden sirva para ampliar la definición de lo que son películas y no para estrecharla, ya que en la palabra cine caben muchas expresiones y juegos artísticos.

Claro que luego hay críticos (habría que entrar en la valoración* de qué es la labor crítica, reflexión a partir de un texto audiovisual, el encuentro de elementos que construyen en él significación, incluso elaboración o consolidación de teorías, o bien el impacto emocional que produce una visión fugaz de la película) que acuden a la coletilla del cine de evasión y divertimento, y propuestas como las de Lacuesta o sus coetáneos Albert Serra, o Jaime Rosales, (según esos mismos "críticos", artificiales y artificiosos) les producen fatiga mental, ya que apelan a clichés antiguos y eternos: muy demodé, colega. Cuando unos proponen ampliar la definición del cine, otros la estrechan. No queremos ser más papistas que el Papa, ni sentar cátedras que no nos corresponden, porque quizá esta crítica sea una de esas de visión fugaz y emocional. Pero la amplitud de campo me gusta, y necesito la seducción desbordante de las obras evasivas de, pongamos por caso, un Michael Mann así como con la pura reflexión y nuevas técnicas narrativas y estéticas, nuevas propuestas que fichan en la experimentación, ya sean Herzog, Jarmusch, o Lacuesta.

Después de su incursión en la mixtura de documental y ficción en Cravan contra Cravan (2002) y La leyenda del tiempo (2006), manteniendo esa línea en muchos de los cortos, Lacuesta se zambulle en la ficción a través de una idea que le sobrevino en la filmación de las excavaciones clandestinas de una fosa común de la batalla del Ebro, lo que acabará en el proyecto que consiguió el premio de la crítica en el Festival de Cine Internacional de San Sebastián 2009: Los condenados.

Con actores argentinos de encomiable performance, Daniel Fanego, Arturo Goetz, Leonor Manso, María Fiorentino o Bárbara Lenni, y escenarios peruanos de bosques mágicos que bien podrían ser el escenario de cuentos con unicornios y princesas, Lacuesta habla del retumbar del dolor del pasado, instalar la verdad en la memoria histórica o personal, de cómo las revoluciones se confunden de tiempo, de la neutra juventud de hoy y de la combativa de ayer, y sobre todo de los sacrificios personales de cualquier lucha, y coómo no, de la legitimitidad de la lucha armada y el desencanto que puede producir toda buena intención. No es poco para tan poco diálogo, pero el poder evocativo de planos y secuencias y su duración, la profundidad de la luz, los monólogos, las miradas, las elipsis y los silencios llega a ser suficiente.

Lacuesta es un francotirador como lo son muchos incluidos en la denominación (en muchos casos denostados por la crítica de pastiche) de cine de autor. Trabaja en la cuerda floja, al borde del abismo, porque sabe que las Ordenes Ministeriales apagan el arte ante las crisis y porque las subvenciones son una batalla vieja y cansina. Y gracias a que Los condenados ha conseguido una buena porción de ayuda catalana.

Este valiente director ha reunido a un grupo de personajes en torno a una excavación ilegal, bajo la práctica de una labor universitaria, buscando los restos de Ezequiel, uno de los compañeros combatientes. El director no deja claro que se trate de Argentina, pues bien pudiera ser la arqueología de cualquier revolución, aunque se sobrepone a cualquier otra imagen la lucha contra la dictadura argentina. Dos generaciones se encuentran frente a frente, los universitarios de hoy, que viven una vida más tranquila según los supervivientes de antes, y éstos, viejos revolucionarios, cansados (los que huyeron a Europa) y heridos (los que se quedaron aguantando la tortura). Sin embargo los jóvenes no pueden sustraerse al carisma de aquellos que lucharon junto a sus padres. Precisamente eso le ocurre a Pablo (el hijo de una represaliada, Vicky) que no puede evitar su admiración y al mismo tiempo decepción por el extrañismo de Martín, quién vive en Madrid y se ha visto obligado a acudir a la búsqueda de restos del compañero. Raúl, Martín, Vicky, Andrea y Luisa, éstas últimas mujer y madre de Ezequiel respectivamente, son casi unos dinosaurios prehistóricos de la justicia social, como el Che Guevara al que dedican películas como si fuera una especie hace tiempo extinguida. Pablo, Silvia (hija de Ezequiel y Andrea) y el resto de jóvenes, son los daños colaterales de esa lucha continua, eterna, inacabada, hasta que no estén todos los huesos debidamente enterrados.

Magnífico el tratamiento que hace Lacuesta de las profundas fisuras de la memoria histórica, provisto de una dialéctica donde los traidores se confunden con héroes, donde los héroes se carcomen la conciencia, otros viven la rabia de cuestionar quien es mejor revolucionario el que aguanta en casa la tortura o el que se va, y otros, como muestra Lacuesta con un largo primer plano-secuencia sobre el monólogo de Silvia, revientan por la carencia afectiva que han sufrido debido a las prioridades de los suyos. El silencio es tan protagonista como el diálogo, y así la cámara no deja nada atado, más bien todo nebuloso como el final, esa espesa capa de niebla que se alza en tan hermosas montañas y bosques que oyeron tantos tiros.
Agrio y cáustico, otro cine excelso.


*Cahiers du Cinema, Francisco Javier Gómez Tarín.

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