Julio Castro – La República Cultural
Al asistir a la representación de El mercader de Venecia que pone en escena Galo Real, me alegra ver una versión de Shakespeare que se acerque al espíritu del teatro de su época, sin necesidad de machacar textos y horarios con actores de mediocres engolados por su apellido y abolengo.
Lo que la compañía ha conseguido es una obra en versión ligera y aligerada, con la frescura de la juventud que sabe lo que busca en el escenario, pero sin perder todo el fondo, contenido y peso de la obra del gran autor clásico que, sin dudarlo un momento, todos sabemos que tuvo que ser necesariamente un cachondo mental. Pensar en él exclusiva o principalmente en términos de tragedia es hacerle un flaco favor a aquello que, a mi modo de ver, es el origen más sano y profundo del cambio en la manera de entender el teatro, a la vez que transforma un estilo cultural destinado a unos pocos, en un bien del pueblo.
Por eso, cuando digo que asistí a la obra (que es reposición, ya que se estrenó “en el ano de nuestro señor de 2006” [sic] lo cual me encantó ver en el cartel de la puerta, por aquello de que a este ateo practicante le hace gracia asistir a una obra creada en el culo de un dios: no corrijan el chascarrillo, por favor, y perdón por hacer la broma), me reí, la disfruté y la recomiendo, es porque me han aportado algo que nadie, en todas las versiones que he visto de la obra, me ha conseguido transmitir: la actualidad del XVII. Gran paradoja.
No sólo la espontaneidad controlada, o el firme papel desmadrado asaltan al espectador, sino que hay momentos en que me fue imposible contener la risa por un buen rato. Recrean papeles en que son parodia de la parodia, pero sabiendo perfectamente detener aquella en el momento preciso de la seriedad… que precederá a otro momento cómico. Es una de las obras shakesperianas que más se presta a ello después, por supuesto, de Las alegres comadres de Windsor que, por cierto, rara vez he visto bien representada ni con la suficiente gracia.
Además del texto, la adaptación de los personajes, la forma de aliviar la representación y el gran resultado de la mayor parte los integrantes de la compañía, la puesta en escena es curiosa y consigue, merced a su forma de interpretar, mantener la atención del público apartada del centro del escenario sin problema, dividiéndolo de forma subliminal en dos diferentes estancias y momentos, salvo al final ante la figura del Dux veneciano, que presidirá la escena (y tal vez este sea el papel que quede más flojo y menos traído, pero tampoco en el original tiene peso, así que hace al caso en el resultado de la obra).
A lo que voy es a que la obra no se limita al texto y su transposición en voces, sino que desde el preámbulo queda claro que es una obra del gesto, de la interpretación, por lo que consigue atrapar al público en cada movimiento de sus actores y actrices, en las caras y en la complicidad que generan desde el primer momento. No se trata de una obra de sufrir, de apasionarse o de recrear el libro en el libreto, sino de aproximar al público a la escena, al autor y a la realidad teatral de su época, que es lo que creo que han conseguido.
Sinopsis
Antonio, un mercader cristiano, para favorecer a Bassanio, un íntimo amigo, acepta dinero prestado de Shylock, un rico judío al que, en repetidas ocasiones se ha enfrentado a causa del hábito del hebreo a la usura. Con este dinero Bassanio podrá cortejar a Portia, una rica heredera de la que esta enamorado y a la que deberá ganar mediante un insólito juego de azar. Debido a la urgencia de la situación, Antonio se ve obligado a aceptar unas peligrosas condiciones en el pacto, ya que la garantía que le impone Shylock es una libra de la carne del mercader.
Cuando los negocios de ultramar de Antonio se van al traste por culpa de una tormenta, Shylock ve la oportunidad de vengarse del cristiano por el trato recibido y reclamar ante el Dux, la máxima autoridad de Venecia, la libra de carne acordada. Bassanio, con desespero, trata de evitar este destino reservado a su amigo y en ese momento sobreviene la ayuda milagrosa de alguien inesperado.