Julio Castro – La República Cultural
Una enérgica Juana de Arco llena estos días la sala Cuarta Pared, con una visión alternativa a la interpretación del fenómeno estandarte de la reconquista medieval francesa frente a los británicos.
Se trata del personaje, interpretado por Olaya Menéndez, en la obra que representa el grupo de trabajo Delirio, de la Asociación de Mujeres de las Artes Escénicas de Madrid “Marías Guerreras”, bajo el título Juana Delirio, escrita por Eva Hibernia y dirigida por Margarita Reiz. En ella reescriben a la tradicional mártir francesa, bajo un prisma menos mediatizado por los tiempos o por el poder y sus intereses.
De esta manera, consiguen ofrecer, en una síntesis carente de los habituales espectáculos guerreros, a una niña que tan sólo llegará hasta el final de la adolescencia, y a la que muestran condicionada por ese fervor religioso imbuido por la sociedad del momento, que se verá más marcada por el momento del devenir de niña en mujer tras su primera menstruación.
El propio papel no pretende dar una sensación de feminidad en ningún momento, en tanto que tampoco la transforman en el líder guerrero, pero sí pasará por la faceta de aprendizaje del menosprecio a la mujer y la necesidad de demostrar más que el hombre para ser tenida, aún así, en menor consideración. Por ello comienza criticando a la hipócrita sociedad, para rápidamente percatarse de la falsedad y el cinismo de su propio candidato a rey de Francia, que prefiere hacerse pasar por lo que no es, o negociar con el enemigo antes que confiar en ella. Pero pensando que el rey será proclive a allanarse ante el cielo que le pone como gobernante del país, trata de hacerle ver la grandeza de ese dios y los santos que a ella la aconsejan, en esas voces que escucha. Tampoco es mejor el Obispo, que hará lo imposible por detenerla en su intento.
El necesario desenlace lleva a una Juana de Arco, que se declara contraria a la guerra y defensora de que la tierra sea para quienes la trabajan y la habitan, a completar su bagaje en este terrible aprendizaje, sufriendo su castigo divino a los 19 años, en pro de que se la recuerde y reconozca a lo largo de los siglos. Sin embargo, ella dice “pero yo quiero vivir…”, porque sabe que le quedan muchas cosas por hace y por conseguir. Entonces comprende también la falsedad de las divinidades que la han llevado a un sufrimiento innecesario para ella y su pueblo, pero muy conveniente para los poderosos.
La muerte que interpreta Ena Fernández, acecha a cada instante y acompaña a Juana, es una sombra que incluso acaba segando a los soldados más cercanos, de manera inútil, como se demostrará, en tanto que en ir y venir del tiempo juega con su amiga de la infanciaa interpretada por Sara Martín, o habla con su madre que la aconseja, pero también se enfrenta a obispos, reyes o delfines de la corona, en el papel del único varón en esta obra, que es Juanjo Reiz.
En definitiva, una recreación de un mito, que parte con el fuego de las hogueras en la noche del solsticio de verano, ahora noche de San Juan, a las que Juana teme, porque su destino es terminar en esa hoguera por bruja y hechicera. Una visión interesante para un tiempo diferente, especialmente cuando estamos hartos de la vivir el fruto de la manipulación siempre en el mismo sentido.