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Historia(s) del cine norteamericano, de Hilario J. Rodríguez - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

“Él adoraba Nueva York, la idolatraba de un modo desproporcionado. No, mejor así: Él la sentimentalizaba desmesuradamente. Sentía demasiado románticamente Manhattan…”. Es el comienzo de "Manhattan", 1979, del genial Woody Allen. Acabo de ver esta inconmensurable obra de hace 30 años, y me vienen a la memoria las palabras del escritor Hilario J. Rodríguez en su cautivador y sabiamente elaborado último ensayo Historia(s) del cine norteamericano, 2009, Calamar ediciones. Apunta, en una de las 14 partes temáticas del ensayo donde engloba casi cien reseñas cinematográficas, que es cierto que existe una idea de un Nueva York paradisíaco…y, al mismo tiempo posando los pies en tierra continúa afirmando, que resulta un poco excesivo creer que una ciudad con uno de los mayores índices de criminalidad del mundo pueda ser considerada un paraíso de cualquier clase. La alusión a ese carácter paradisíaco tiene más de nostálgico que de otra cosa. Precisamente en 1979 cuando Allen rodaba Manhattan, Jimmy Carter estaba en el poder, la crisis del petróleo continuaba acuciando al mundo, Kramer vs Kramer arrasó en los Oscars, Apocalypse Now confirmaba el síndrome post Vietnam, aterrizaba en nuestro planeta Alien el octavo pasajero, o los periodistas Woodward & Bernstein aún debían estar sorprendidos del milagro de haber derrotado, con su trabajo periodístico, a Nixon.

Historia(s) del cine norteamericano, de Hilario J. Rodríguez

El cine del miedo

Historia(s) del cine norteamericano
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Historia(s) del cine norteamericano

Portada del libro de Hilario J. Rodríguez.

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Historia(s) del cine norteamericano

Portada del libro de Hilario J. Rodríguez.

DATOS RELACIONADOS

Título: Historia(s) del cine norteamericano
Autor: Hilario J. Rodríguez
Editorial: Calamar ediciones S.L.
Páginas: 347
ISBN: 978-84-96235-31-1
Impresión: Fareso
Precio: 24 €

Blanca Vázquez - La República Cultural

Él adoraba Nueva York, la idolatraba de un modo desproporcionado. No, mejor así: Él la sentimentalizaba desmesuradamente. Sentía demasiado románticamente Manhattan…”. Es el comienzo de "Manhattan", 1979, del genial Woody Allen. Acabo de ver esta inconmensurable obra de hace 30 años, y me vienen a la memoria las palabras del escritor Hilario J. Rodríguez en su cautivador y sabiamente elaborado último ensayo Historia(s) del cine norteamericano, 2009, Calamar ediciones. Apunta, en una de las 14 partes temáticas del ensayo donde engloba casi cien reseñas cinematográficas, que es cierto que existe una idea de un Nueva York paradisíaco…y, al mismo tiempo posando los pies en tierra continúa afirmando, que resulta un poco excesivo creer que una ciudad con uno de los mayores índices de criminalidad del mundo pueda ser considerada un paraíso de cualquier clase. La alusión a ese carácter paradisíaco tiene más de nostálgico que de otra cosa. Precisamente en 1979 cuando Allen rodaba Manhattan, Jimmy Carter estaba en el poder, la crisis del petróleo continuaba acuciando al mundo, Kramer vs Kramer arrasó en los Oscars, Apocalypse Now confirmaba el síndrome post Vietnam, aterrizaba en nuestro planeta Alien el octavo pasajero, o los periodistas Woodward & Bernstein aún debían estar sorprendidos del milagro de haber derrotado, con su trabajo periodístico, a Nixon.

América, América! cuanto nos fascina y a la vez nos repele con su poderío al marcar tendencias, ways of life. Es evidente que Hilario siente pasión por lo estadounidense, ya lo demostró en obras precedentes, y en sus magníficas reseñas cinematográficas. También hemos comprobado sus lectores que la influencia de lo personal y privado deja huella en sus escritos, y así inserta vivencias de su período norteamericano, en este caso, en cada uno de sus apuntes: “Muchas veces en Estados Unidos, cuando he dicho que soy español, la gente me ha mirado con extrañeza. Su confusión se debía al escaso parecido que me encontraban con el resto de hispanos…” “Varias veces escuché a los profesores blancos de mi centro hablar sobre la gente de color en términos atroces”.

En Historia(s) del cine norteamericano Hilario J. Rodríguez ha revisado el cine que se ha producido desde el traumático acto terrorista del 11 de septiembre de 2001, que destruyó en un instante las Torres Gemelas de Nueva York, y la influencia que este hecho ha causado a la ficción del cine, volviéndola más frágil. ¿Es el cine hijo de su tiempo y de sus miedos? No cabe la menor duda, según las lecturas interpretativas del autor sobre el cine contemporáneo. Jugoso ensayo con el que los amantes del cine babearán, aunque abarque solo el último período del cine estadounidense, los años transcurridos desde el 2001 hasta el año 2008. Cien películas y acotaciones de otras tantas en las presentaciones de los capítulos temáticos, divididos en conflictos civiles, la familia, las mujeres, la institución de la violencia, el amor, la justicia, el cine que imita a la televisión, el mundo laboral, la política, la historia, o los nuevos norteamericanos.

Ahora que tantos medios están revisando el Top Ten del cine de la Década 2000-2009, el ensayo de Hilario es una guía imprescindible y oportuna para dicha revisión. Toca todos los géneros y calidades, películas y autores que nos conmovieron y otros que no tanto. Tropezamos, sin desearlo expresamente, con buenas dosis de mainstream (inevitable en los tiempos que corren, del que no podemos escapar): Pánico nuclear, Ali, Mi gran boda griega, Sucedió en Manhattan, Bad Santa, Rollerball, Infiel, Las mujeres perfectas, Ultraviolet, S.W.A.T Los hombres de Harrelson, Dos policías rebeldes II, La guerra de las galaxias. Episodio III: La venganza de los Sith; Señor y Señora Smith; El reino de los cielos; Spiderman… Más ¿quién ha dicho que no sea interesante leer entre las líneas de estas producciones facilonas?. Otros autores nos encandilan, o mejor nos encandila Hilario con la traducción que hace de ellos: Ridley Scott; Sam Mendes; Clint Eastwood; Michael Mann; Todd Solondz; Jonathan Demme; John Cameron Mitchell; Sofía Coppola; Mike Nichols; Martin Scorsese; Oliver Stone; George Clooney; Sam Raimi; Spike Lee; Ryan Fleck; Ang Lee; Christopher Nolan; Sean Penn, Tony Gilroy, Stephen Gaghan o Michael Moore y David Mamet, aunque a éstos dos últimos los vilipendie un poco. Una década de cine influenciada por los traumas de la vida real, como el terrorismo, no solo en Nueva York, en Madrid y Londres igualmente, provocando un clima de inseguridades que se va, poco a poco, apaciguando en la entrada del 2010.

Pero este ensayo para amantes del cine norteamericano es algo más, es una reflexión de cómo no es posible ver una película sin tener en cuenta nuestro contexto porque hay una "interrelación muy profunda entre el momento en que se realiza una obra cinematográfica y el momento en que llega a un espectador en particular".
Estados Unidos es un país de enormes contradicciones, ya lo reconoce el autor, lo que ha comprobado en propia piel. Esto es algo que expresa muy bien en el apartado “Nunca volveremos a casa”, donde expone el cine de los seres solitarios, de los sobrevivientes jóvenes y niños que tienen que hacer frente a todas las contradicciones de la sociedad que les ha tocado vivir, y cuya única respuesta posible es la violencia. O la depresión. O la rebeldía. El sueño norteamericano no es un sueño para niños ni para jóvenes. Aunque, decía Cormar McCarthy y los Coen en la pantalla, que tampoco es para viejos.

Valioso ensayo que educa nuestra vista sobre el cine, algo de lo que el espectador normal está necesitado para escudriñar el cine comercial y sus delitos y faltasallí donde se gastan millones en persecuciones y tiroteos; donde cinco o seis guionistas han de componérselas para fabricar unos diálogos medianamente convincentes; donde el diseñador de producción y el director de la segunda unidad tienen más peso en el resultado final que el propio realizador; donde se pierde el tiempo con sentimentalismo y otras gratuidades narrativas; donde la fotografía sólo obedece a los dictados del paisajismo y no de la dramatización; donde los movimientos de cámara son inmorales y a nadie le importa un comino; donde el sentido es secundario con respecto a las leyes del espectáculo…”

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