Menú
laRepúblicaCultural.es - Revista Digital
Inicio
LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital
Síguenos
Hoy es Jueves 28 de marzo de 2024
Números:
ISSN 2174 - 4092

Death Proof (Grindhouse) - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Hace tres años del estreno en nuestro país de ‘Kill Bill: Vol. 1’ y bueno sería recordar que uno de los aspectos que más sorprendió de dicho filme fue que a pesar del ilimitado número de homenajes y referencias directas o indirectas a cintas del pasado, el filme mantenía una personalidad propia y una coherencia estética compacta. El espectador más avieso celebró la ritual banalización del cine de yakuzas y la acertada mixtificación del endeble catálogo de la productora hongkonesa ‘Saw Brothers’ con deleite de asiduo a cine de barrio. En aquella ocasión el mérito formal del realizador, en lo que concierne al reciclaje sentimental, resultó un enorme acierto.

Death Proof (Grindhouse)

Cine fetichista en un dudoso contexto

Death Proof (Grindhouse)
Ampliar imagen

Death Proof (Grindhouse)

Death Proof (Grindhouse), fotograma del film de Tarantino.

Death Proof (Grindhouse)
Ampliar imagen
Death Proof (Grindhouse)

Death Proof (Grindhouse), fotograma del film de Tarantino.

DATOS RELACIONADOS

Dirección: Quentin Tarantino
Interpretes: Kurt Russell, Sydney Tamiia Poitier, Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Jordan Ladd, Rose McGowan, Tracie Thoms, Mary Elizabeth Winstead, Zoë Bell, Omar Doom, Michael Bacall, Eli Roth, Quentin Tarantino, Monica Staggs, Michael Parks.
Producción: Elizabeth Avellan, Robert Rodriguez, Erica Steinberg y Quentin Tarantino.
País: Estados Unidos
Año: 2007
Duración: 113 min.

Luis Rueda - La República Cultural

Hace tres años del estreno en nuestro país de ‘Kill Bill: Vol. 1’ y bueno sería recordar que uno de los aspectos que más sorprendió de dicho filme fue que a pesar del ilimitado número de homenajes y referencias directas o indirectas a cintas del pasado, el filme mantenía una personalidad propia y una coherencia estética compacta. El espectador más avieso celebró la ritual banalización del cine de yakuzas y la acertada mixtificación del endeble catálogo de la productora hongkonesa ‘Saw Brothers’ con deleite de asiduo a cine de barrio. En aquella ocasión el mérito formal del realizador, en lo que concierne al reciclaje sentimental, resultó un enorme acierto.

Mago del revival musical, maestro del oportunismo comercial, ‘auteur’ bajo sospecha que sitúa su colección de cromos con impostura de artesano, etc… Hallaríamos cientos de calificativos para hablar de un realizador que probablemente obtuvo su mayor cenit artístico con ‘Jackie Brown’ y que con ‘Death Proof’ no acertado en tanto se ha aburrido de imitar-reciclar con el rigor que proporciona la humildad del eterno aprendiz. Tarantino ha cometido el peor error de su carrera cinematográfica, pensar que su estilo es un género en sí mismo, capaz de generar metros de celuloide de incuestionable autonomía discusiva -y denominación de origen contrastada-, incluso desatendiendo el más puro sentido del rigor cinematográfico. La deuda moral con el material de acción y suspense que presuntamente homenajea, a base de triturar dicho material hasta convertirlo en una descafeinada comedia de sexos y pulsiones fetichistas, para la ocasión ha desaparecido o mutado en falsa autoría; Tarantino es un director encumbrado a partir de un material que depende de un complicado juego de equilibrios, sabedor de sus querencias bien haría en ajustarse a aquello que sabe hacer.

“Death Proof” es un despropósito narrativo, contiene enormes lagunas, diálogos sin chispa e insufribles travellings circulares entorno a una mesa plagada de estúpidas peroratas de sexo prepúber. Si analizamos la primera hora del filme, soporífera ‘sit-com’ acerca de chicas que trasladan la habitual fiesta del pijama a un bar de carretera, no podemos más que sonrojarnos ante la abulia general y la falta de acontecimientos “ergo” alarmante falta de acción o, si se quiere, mera progresión dramática.

El realizador ha pergeñado una mixtura cargada de ínfulas que si bien los más despiertos situarán en el terreno del “exploit” y los discutibles filmes de persecuciones de coches de los años setenta (como ‘Vanishing Point’) a un humilde servidor se le antoja un híbrido imposible entre ‘El Bar Coyote’ y ‘Crash’. De este último filme de David Cronenberg y, por extensión, de la novela del mismo título de J. B. Ballard, es precisamente de donde Tarantino extrae las ideas más interesantes del filme: la del orgasmo trasladado a la modalidad de colisión de tráfico. Ese prurito a la manera de Cronenberg y el adrenalítico tramo final, con una espléndida persecución, devuelven la dignidad a un filme que imita a una mala película con tan poca capacidad de reescritura que acaba por contagiarse de algo más que de un mero síntoma de feísmo.

En el apartado de la perversión homicida el filme apunta las ideas más interesantes, como aquella que sitúa al psicópata Double Mike (Kurt Rusell) en la órbita del fetichista modalidad ‘nueva carne’; una perversión de acero y quincalla bien hilvanada que Tarantino traslada con buen pulso, vean si no el espectacular choque frontal entre el vehículo a prueba de muerte del maduro ex-actor de escenas de riesgo contra el indefenso coche del grupo de chicas que protagonizan el primer tramo del filme.

Pero la renqueante sinfonía (cocinada alalimón de un meritorio y particular ‘juke-box’ donde incluso asoma la partitura de ‘Los pájaros de las plumas de cristal’) perpetrada por Tarantino ofrece algún otro aspecto interesante, tal como el plausible juego entre el director podofilo dentro y fuera de la pantalla en contraposición al ‘ballardiano’ concepto de la penetración-destrucción que anhela el psicópata protagonista. El realizador compone un paroxístico y sensual retablo de podofilia militante –que ya quisiera para sí el fotógrafo decimonónico Pierre Louis Pierson-, donde se expone sin trabas la pulsión aséptica del ‘vouyeur’ pasivo en contraste con el morboso criminal que ansía la orgía de chapa, motor y carne joven.

Hasta ahí los méritos puntuales, a los que quizá abría que sumar el descubrimiento de la actriz Zoë Bell, doble de acción de Uma Thurman en Kill Bill, un valor a seguir que destaca por encima de sus compañeras de reparto, incluida la sensual Vanessa Ferlito.

Por desgracia, todas esas pinceladas de mérito no son capaces de conformarse en coherente discurso, ni de superar el enquistado y dilatado experimento en el que el realizador-actor-productor pretende ser Rohmer, Cronenberg, Rob Cohen, Tinto Bras y quien sabe si, en exceso, el Tarantino más irreflexivo.

El impertinente y acostumbrado cine collage (‘Kill Bill’, ‘Pulp Fiction’) y ese ‘savour fair’ grotesco y necesario que tan excelentes instantes nos ha regalado el bueno de Quentin Tarantino ha quedado en esta ocasión empantanado en un excesivo metraje y una nula capacidad de síntesis, pero eso no es lo peor, agárrense los machos los fans de Kurt Rusell, el eterno Snake Pielsen protagoniza un papel tan desposeído de dignidad que molestará profundamente a los seguidores de sus filmes junto a John Carpenter (‘La Cosa’, ‘Rescate en Nueva York’, ‘La Cosa’). El trabajo de dignificación-rescate realizado con David Carradine para ‘Kill Bill’, en esta ocasión se le ha ido de las manos y, por desgracia, la ironía brilla por su ausencia en el tratamiento del personaje de Double Mike. Eso sí, el bueno de Kurt, pone todo de su parte par crear un inquietante matarife, a la postre delicado como una mariposa.

Alojados en NODO50.org
Licencia de Creative Commons