Julio Castro – La República Cultural
Podría decir que cualquier relación que se rompió, queda pequeña ante la magnitud de Amortal, pero eso sería ver tan sólo una parte de la obra de Ana Martín Puigpelat, y del trabajo de esta compañía cuyo resultado en escena recorre las diferentes facetas de una historia de pareja, poco habitual. Pero ¿cuál no lo es?
Una historia circular en que el comienzo esboza una parte del final, aunque no lo estemos comprendiendo en ese instante, porque sirve de introducción a modo de recuerdo, para contextualizar lo que vendrá.
Una historia de comienzo dulce e inesperado, que así mismo, finalizará inesperadamente, donde el carácter intimista no se pierde al ponerlo en escena, en parte por las formas de su contenido, pero también por el recurso de la tercera persona inexistente, ese individuo invisible, que no es más que una conciencia, un interlocutor de la propia mente de cada uno, una voz de otra dimensión, un concepto olvidado que alguien (él, ella o ninguno) inventan o recuerdan y les sirve a la vez de pivote y de palanca, para articular las discusiones y las avenencias, los recuerdos y los tiempos juntos.
Ella, Mercedes Castro, quiere ser independiente siempre, buscar y encontrar en cada momento lo que le interese. Pero un buen día lo conoce a él, Francisco Olmo, y a partir de ese momento todo cambia. Él no esperaba abandonar sus costumbres por alguien, pero cuando la encuentra, todo su orden y concierto pasan a volcarse sobre la necesidad de una vida que permanezca para siempre junto a ella, y no concibe su forma de querer permanecer ajena a un mayor compromiso.
Sin embargo ella, que tampoco quiere vivir sin él, siente que está perdiendo su individualidad ante una idealización de su vida por parte de él. Así que mantiene su postura de decir que es ajena al compromiso, pese a los dos años viviendo juntos.
Nada es real, nada es absoluto, todo es un juego de la impostura y de la propia mente. Nada es inmutable… la vida tampoco.
Nacho Medina interpretará esa tercera voz (“todo comenzó con el libro…”), que da vueltas entorno suyo, que sugiere y que ambos pueden ver o sentir, pero solo a veces… porque no todo lo que ocurre es cierto, ni todo es falso, como se comprobará casi al final. Esa inmutabilidad de él frente a los cambios de la vida acaban por transferirse a ella, en una errónea culpa que la imaginación de ella le impone y a la vez pretende desterrar puesta en palabras de quien fuera su compañero.
La paradoja es pensar si nada vive para siempre, o si en realidad todo permanece sin cambios. Y las mesas se transforman, de mesas en lugares de discusión, en camas separadas, en estrados para manifestar la discordia, en lugares enfrentados, en huecos para guardar la conciencia debajo de la mesa, de la cama o en un hueco olvidado, desde donde surge la voz. Y las sillas siempre son tres espacios, el de la que está, el de quien estuvo y el de la opinión diferente, un tercero en discordia o, finalmente, en concordia.
Entre tanto, las imágenes de la pantalla de fondo establecen un decorado sin forma definida a veces, y otras con un mensaje que se transmite por el efecto, el colorido o la sencillez, que sirve de fondo para un breve texto o para estimular la imaginación.
Seguro que el trabajo dirigido por Salvador Bolta Ferrer, y extraído del texto de la autora de esta y otras obras teatrales, con un marcado carácter poético, como poeta que es Ana Martín Puigpelat, servirá al público para extraer conclusiones y visiones muy diversas, y para sustraerse de la obra a la propia realidad y analizarla, sea por el conjunto, sea por partes, sea por un análisis más profundo.