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Daybreakers, vampiros inflacionistas - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Hace algunos años desde que los hermanos australianos Michael y Peter Spierig dirigieran Los No Muertos (Undead, 2003), un filme con zombis y meteoritos que nunca llegó a estrenarse en nuestro país pero que, pese a sus limitaciones, se convirtió en DVD de culto. A rebufo del Peter Jackson de sus cartoonianos inicios, las Antípodas resultan un territorio salvaje que seduce a un espectador ávido de renovar la paisajística del horror, aunque pocos son los realizadores que nos llegan de Australia o Nueva Zelanda con un discurso interesante, acaso Greg Mclean (Wolf Creek -2005-, Rogue -2007- ) sea de lo más estimable del cine fantástico desde la generación de los Peter Weir, George Miller o el prometedor Vincent Ward. Pero Michael y Peter Spierig no han tardado en dar el salto a Hollywood y renunciar a las señas de identidad imprecisas de un cine de horror australiano tan intermitente como espontáneo. Es el signo de los tiempos, Hollywood continúa siendo una perita en dulce.

Daybreakers, vampiros inflacionistas

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Daybreakers

Una imagen de la película de Michael Spierig y Peter Spierig.

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Una imagen de la película de Michael Spierig y Peter Spierig.

DATOS RELACIONADOS

Título original: Daybreakers
Dirección: Michael Spierig, Peter Spierig
Intérpretes: Harriet Minto-Day, Damien Garvey, Sahaj Dumpleton, Allan Todd, Gabriella Di Labio, Ben Siemer, Peter Welman, Ethan Hawke, Callum McLean, Sam Neil
País: Estados Unidos, Australia
Año: 2009
Fecha de estreno: 26/02/2010
Duración: 98’
Género: Drama, Thriller, Acción, Terror, Ciencia ficción

Luis Rueda – La República Cultural

Hace algunos años desde que los hermanos australianos Michael y Peter Spierig dirigieran Los No Muertos (Undead, 2003), un filme con zombis y meteoritos que nunca llegó a estrenarse en nuestro país pero que, pese a sus limitaciones, se convirtió en DVD de culto. A rebufo del Peter Jackson de sus cartoonianos inicios, las Antípodas resultan un territorio salvaje que seduce a un espectador ávido de renovar la paisajística del horror, aunque pocos son los realizadores que nos llegan de Australia o Nueva Zelanda con un discurso interesante, acaso Greg Mclean (Wolf Creek -2005-, Rogue -2007- ) sea de lo más estimable del cine fantástico desde la generación de los Peter Weir, George Miller o el prometedor Vincent Ward. Pero Michael y Peter Spierig no han tardado en dar el salto a Hollywood y renunciar a las señas de identidad imprecisas de un cine de horror australiano tan intermitente como espontáneo. Es el signo de los tiempos, Hollywood continúa siendo una perita en dulce.

Para su segundo filme, este bajo capital norteamericano, los Spierig brothers han creado una oscura fábula vampírica ambientada en el 2019. Prácticamente la totalidad de la población del planeta Tierra ha sido infectada por una misteriosa plaga que los ha transformado en vampiros. Los humanos son en Daybreakers una especie en peligro que ha conformado una tímida resistencia armada. Lo primero que cabe decir de este filme es que concede un planteamiento estimulante al procurar dotar al vampirismo, una causa generalmente romántica que se centra en el diferente y en una sobrevalorada estética decadente, en un problema sanitario y político de primer orden.

A la estela de la espléndida Les Revenants (2004) de Robin Campillo, aquel filme francés que especulaba con las consecuencias desastrosas para el sistema global en el caso de que regresaran los muertos a sus casas (millones de personas sin cotizar), Daybreakers da en el clavo al conceder al vampirismo un alcance apocalíptico comparable al que George A. Romero fue delineando a lo largo de su fascinante carrera como “cineasta social”. El colapso del sistema se anuncia en Daybreakers mediante una amena y sintética secuencia que arranca en el decorado oscuro de una ciudad que podría ser Gotham, o Dark City, y por la que transitan vampiros vagabundos, ejecutivos que no renuncian a sus raciones de gotas de sangre en el café y, en general, una sociedad no tan distinta de la nuestra. Los Spierig brothers arrancan su filme con la clara premisa de que el vampirismo no es algo pintoresco, romántico o fascinante, sino una enfermedad que azota como un paganismo involuntario y sitúa al ser humano en un punto indeterminado de la evolución, un estado de tránsito que a falta de alimento (sangre) les convierte en alimañas.

Podríamos decir que Guillermo del Toro ya había realizado renovados esfuerzos por sacar el mito vampírico de cierto ostracismo, vaya como ejemplo su barroca e injustamente denostada incursión en la saga Blade (Blade II -2002-); pero al margen de esas espurias aportaciones nadie hasta hoy había limitado de una manera tan seductora la problemática de la enfermedad de los upiros con un primer tramo de cinta tan cargado de posibilidades (aunque ustedes lo piensen, citar el independiente filme de yonquies The Addiction -1995- de Abel Ferrera no me parece pertinente). De todos modos, no nos llevemos a engaños, a pesar de tan estimulante planteamiento la película acaba por erigirse en una suerte de refrito, eso sí de estimulante intermitencia, con guiños a algunas cintas bien interesantes del subgénero.

Citar las influencias que manejan Michael y Peter Spierig nos haría pensar que estamos ante una producción de irresistibles proporciones, pero bien al contrario; la indefinición estética, la endeblez argumental y un exceso de ambición dan al traste con una cinta que, no obstante, puede acabar aportando su granito de arena en positivo. Si nos atenemos a una temática que cada vez coquetea más con la estética de los anuncios de perfume y las cubiertas “horror vacui” de ciertas novelas románticas para solteronas católicas, hemos de convenir que Daybreakers, siendo una película irregular, concede cierto oxígeno a un modelo de cine de vampiros reducido en los últimos tiempos a un narcisismo vacío y detestable (pienso en la saga Crepúsculo: un fenómeno vampírico “real” que concentra el horror en el marketing agresivo y la virginidad cultural a la que acecha).

Daybreakers se concede guiños a cintas como Los Viajeros de la Noche (Near Dark, 1987) de Kathryn Bigelow, ahí está esa espléndida persecución de coches en que cada disparo supone una vía de luz hiriente para el vampiro concienciado Edward Dalton (Ethan Hawke); el filme de los Spierig también hace acopio de la estética de las ballestas, las botas cawboy y del “arrastre” de vampiros que se abrasan bajo el sol, aportaciones al género del John Carpenter de Los Vampiros de John Carpenter (John Carpenter”s Vampires, 1998) y podríamos citar más, porque no es difícil adivinar ideas prestadas de Resident Evil: Extinction (2007) o de la fenomenal Guardianes de la noche (Nochnoi Dozor, 2005) de Timour Bekmambetov. Son algunas de las razones por las que Daybreakers resulta una película estimulante, pero cargada de decisiones erróneas, precipitaciones argumentales y una lacerante ingenuidad que perjudica algunos momentos de espléndida luminosidad.

Dando por finiquitadas las razones de la inconsistencia del filme, tampoco se trata de morder por vicio, no podemos obviar en la parcela negativa la ridícula e intolerable fórmula experimental con la que Edward Dalton consigue el antiviral que acabará con el vampirismo (hasta en eso Daybreakers recuerda a lo mejor y lo peor de la citada Los viajeros de la noche).

Dicho esto, me gustaría citar entre los aciertos globales de la cinta la incorporación del gran Sam Neil como vampiro político corrompido, extraordinario. También me inclinaría a pronunciarme acerca de una preciosa subtrama que atañe a la relación de este con una hija humana unida a la resistencia, sin duda lo más extraordinario del filme, amén de que nos concede una escena de “violación” absolutamente perturbadora: aquella que protagoniza el soldado vampiro hermano de Edward Dalton en la penumbra de una celda… No explicaremos más, dejaremos la antesala de los buenos instantes de Daybreakers para mostrar de nuevo el global desacierto de un filme que dadas sus características resulta si cabe más urticante.

Espero que las sugestivas ideas que anidan en Daybreakers no caigan en saco roto y alguien las reformule con cierta clarividencia, Tomas Alfredson, Robin Campillo o el propio Del Toro podrían coger ese testigo. Curioso… hemos citado un sueco, un francés y un mexicano… Sintomático, ¿no creen? Bueno, si la gran película no llega siempre nos quedará la transgresión afortunada de True Blood (2008), la irreverente serie de la HBO basada en la saga de novelas The Southern Vampire Mysteries.

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