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ISSN 2174 - 4092

A Mar Propio. La Rumia - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Regurgitar. Suena cochino. Y quizá lo sea, pero hay cochinadas y cochinadas… y las hay muy saludables. Amo esta palabra… cochino… Me gusta regurgitar emociones como otras regurgitan el menú. Quienes solo creen en lo que se ve en los rayos X no lo saben, pero tenemos dos estómagos como las vacas, sagradas o no. O cómo las ovejas, necias o no. Hablo de mí, para no ofender a nadie. Me trago las emociones y cuando se alejan del cielo de mi boca, o de mis dientes aún ensangrentados por el impacto o manchados de carmín, creo que ya se alejaron de mi mollera cayendo al estómago donde las digeriré y desde donde las cagaré. Y entonces es cuando la cago, porque no es así y me salen inesperadamente por la boca, resurgiendo cuando, aparentemente, menos me lo espero. Resurgiendo y repitiéndome el golpe, ahora de dentro afuera y… de nuevo hablando con la boca ensangrentada -o encarminada- y los labios partidos como los de un mal púgil tan habituado a la conmoción que diría que la busca para sentirse en casa.

A Mar Propio. La Rumia

La Rumia
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La Rumia

© Enrique Simón

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La Rumia

© Enrique Simón

Enrique Simón

Regurgitar. Suena cochino. Y quizá lo sea, pero hay cochinadas y cochinadas… y las hay muy saludables. Amo esta palabra… cochino…

Me gusta regurgitar emociones como otras regurgitan el menú. Quienes solo creen en lo que se ve en los rayos X no lo saben, pero tenemos dos estómagos como las vacas, sagradas o no. O cómo las ovejas, necias o no. Hablo de mí, para no ofender a nadie. Me trago las emociones y cuando se alejan del cielo de mi boca, o de mis dientes aún ensangrentados por el impacto o manchados de carmín, creo que ya se alejaron de mi mollera cayendo al estómago donde las digeriré y desde donde las cagaré. Y entonces es cuando la cago, porque no es así y me salen inesperadamente por la boca, resurgiendo cuando, aparentemente, menos me lo espero. Resurgiendo y repitiéndome el golpe, ahora de dentro afuera y… de nuevo hablando con la boca ensangrentada -o encarminada- y los labios partidos como los de un mal púgil tan habituado a la conmoción que diría que la busca para sentirse en casa.

Yo estoy cansado de curarme el labio y la ceja. De recibir hostias y carmines de dentro afuera por la misma emoción que me tragué sin traducir.

Así que he decidido regurgitarlas para que dejen de resurgir, masticármelas de nuevo y notar cómo se apañan. Y se las apañan y me nutren, en vez de descerrajarme otro golpe emocional. Es mi manera de cagarlas sin cagarla, hacia dentro, digiriéndolas al fin.

Cuando el vacío que dejan en la boca de mi estómago permite que me lleve otra cosa a la boca en paz, denotando que hay espacio para más sin coger más de lo mismo, es que al fin he cagado eso mismo y he dejado de cagarla, al fin, liberando el espacio que ocupaba una mala digestión.

Lo siguiente lo escribí en uno de esos saludables regurgitados.

 

 

Ahogos

Dios aprieta pero no ahoga.

Qué necedad, qué tontería.

Eso lo dicen los que sobrevivieron

Habría que preguntarles

qué opinan,

a quienes murieron ahogados.

 

Pasos

Son los pasos

los que crean el sonido en los lugares

de los que parece que se retiró la vida.

Son los pasos.

No es la vida la que produce los pasos,

son los pasos los que nos dan

y nos quitan la vida.

 

Reflejos

Confundo el brillo con el reflejo

y no es lo mismo

No existe el brillo,

todo son reflejos.

El brillo que veo hoy

es el reflejo de lo que fue ayer.

A veces creo que es el brillo,

lo que solo es un reflejo

de un brillo que tampoco fue.

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