Julio Castro – La República Cultural
La ventaja dentro del teatro es que los temas más peliagudos pueden ser reducidos al absurdo de una manera casi automática cuando se analizan detenidamente. Otra cosa es que quien lo plasma en un guión y lo pone en escena sea capaz de llegar al público sin caer en la ridiculez o el chiste fácil.
Las cuatro piezas que componen este trabajo de Cafetería para gatos, con que la Compañía El Montacargas ha estrenado el ciclo de la Muestra de Autores Teatrales en Madrid, o MATEM “Magerit”, en su novena edición, son un claro ejemplo de cómo llegar al espectador en esa clave de absurdo a la vez que el humor y la ironía desbordan cada uno de los mensajes que ofrecen, no sólo las cuatro historias, sino cada instante de la función.
Esto es, se consigue el efecto inverso del bombardeo antiinformativo de cualquier noticiario actual, o de cada uno de los programas bobos de la tele, de manera que a través de un trabajo con un dinamismo increíble, Manuel Fernández Nieves y Aurora Navarro dedican al público un contrabombardeo a base de dobles sentidos y sobreentendidos que hacen estar con los ojos bien pegados al escenario y los oídos bien pegados a la cabeza, porque a nada que de descuides, entre risa y risa te has perdido otra más.
La pareja de actores son pura energía en el escenario desde que empiezan hasta el final, probablemente sea más en el diálogo pero lo transfieren al movimiento, de forma que la obra que comienza con esa pareja de gordos en un baile de claque (ya que hablamos del absurdo) confieren el ritmo del baile a la obra hasta el final, que entre cambio de escena aprovecha la tecnología para proyectar una serie de videos pregrabados que, en este caso, opone al exceso de alimentación, las imágenes de seres hambrientos en otras latitudes.
Pero también utilizan la web cam para el concurso de absurdos reales, como la cafetería para gatos inaugurada en Nueva York, o las mascotas de los japoneses (esos seres “con cara de chinos” que viven en unas islas donde las mascotas apenas caben), todo ello en contraposición al trato que se dispensa a las ocas para obtener el foie: más vale nacer gato que oca, desde luego.
Las imágenes serán también crueles cuando, en un exceso de sobreprotección parental, con modelos muy realistas pero llevados al límite para la comicidad, los padres hacen todo tipo de absurdos para cuidar a su bebé supuestamente enfermo gravísimo, al que no le ocurre nada. Sin embargo la pantalla pasa del cálido fuego del hogar para mantener la temperatura de la pequeña, a una proyección de imágenes de los niños guerreros, o de menores explotados en el trabajo, que todos sabemos que están ahí, pero ignoramos.
Si las tres primeras piezas son más cortas, la tercera es una crítica más detallada acerca de las religiones, en un texto inspirado en Woody Allen, y que titulan Buscar a dios, matar a dios, entorno al cual, una pareja de detectives es encargada de encontrar a dios, para lo cual se dirigen a todos aquellos líderes o sabios de las religiones monoteístas, para concluir que ninguno tiene ni idea, ni les importa, pero que realmente a dios lo han matado, por lo cual todo da un poco lo mismo: salvo la agencia de detectives. Algunos se verán reflejados en el absurdo de esta búsqueda divina: no importa, si se relajan y pasan un buen rato, igual además aprenden algo.
En definitiva, un clásico de la compañía, de una actualidad que no se acaba (por desgracia y por gracia).