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Asesinos sin rostro, de Henning Mankell - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Sin soluciones fantásticas, de manera realista y tocando tierra, así resuelve sus misterios policiales el virtuoso y comprometido escritor nórdico Hennig Mankell, y lo hace, como bien saben sus lectores habituales, de la mano del inspector Kurt Wallander. Hace pocos días hablaba mi compañero Julio del compromiso social de este dramaturgo, y director del teatro nacional de Mozambique, a quién detuvieron al formar parte de la flotilla de la libertad compuesta por nueve barcos con ayuda humanitaria para la franja de Gaza. Un intelectual que despierta admiración por la escasez de valientes artistas. Denuncia e independencia, algo que aflora de sus obras con la naturalidad inherente a quien ve o quiere ver las injusticias, puesto que tanto en la serie de novelas con Wallander, como en otras obras más juveniles (“El secreto del fuego”, “El hijo del viento”, “Comedia infantil”…) o ensayos (“Moriré, pero mi memoria sobrevirará”) Henning Mankell siempre habla de las transformaciones del mundo, la alienación y la desesperación de los explotados y desposeídos, de la existencia y aumento progresivo de un mundo desequilibrado.

Asesinos sin rostro, de Henning Mankell

El policía que llegó del frío

Asesinos sin rostro
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Asesinos sin rostro

Portada del primer libro de la serie del detective Kurt Wallander, de Henning Mankell.

Henning Mankell
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Henning Mankell

Foto: tomada de Henningmankell.com

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DATOS RELACIONADOS

Título original: Mördare utan ansikte
Autor: Henning Mankell
Año de la primera edición: 1991
Editorial: Tusquets Editores S.A.
Traducción: Dea M. Mansten y Amanda Monjonell
Páginas: 302
Cubierta: Detalle de un fresco de Giambattista Tiepolo
ISBN: 978-84-8383-520-3
Precio: 7,95 €

Blanca Vázquez - La República Cultural

Sin soluciones fantásticas, de manera realista y tocando tierra, así resuelve sus misterios policiales el virtuoso y comprometido escritor nórdico Hennig Mankell, y lo hace, como bien saben sus lectores habituales, de la mano del inspector Kurt Wallander.

Hace pocos días hablaba mi compañero Julio del compromiso social de este dramaturgo, y director del teatro nacional de Mozambique, a quién detuvieron al formar parte de la flotilla de la libertad compuesta por nueve barcos con ayuda humanitaria para la franja de Gaza. Un intelectual que despierta admiración por la escasez de valientes artistas. Denuncia e independencia, algo que aflora de sus obras con la naturalidad inherente a quien ve o quiere ver las injusticias, puesto que tanto en la serie de novelas con Wallander, como en otras obras más juveniles (El secreto del fuego, El hijo del viento, Comedia infantil…) o ensayos (Moriré, pero mi memoria sobrevirará) Henning Mankell siempre habla de las transformaciones del mundo, la alienación y la desesperación de los explotados y desposeídos, de la existencia y aumento progresivo de un mundo desequilibrado.

Lo que precisamente hace diferentes sus novelas negras es ese marco sociológico que exhiben sus tramas, la filosofía que Mankell imprime en su policía vocacional y melancólico, (aunque confiese no ser filosófico, pag. 134), a quien le pesan las angustias de la vida diaria.

Me gusta Kurt Wallander.

Me gusta mucho porque es un hombre de carne y hueso, con sus debilidades y sus intuiciones, sus fantasías y sus problemas familiares. Un hombre que aúna contradicciones y laboriosidad y es consciente de la distancia que se agranda entre él y las nuevas generaciones, incapaz de asimilar con prontitud los cambios sociales que se producen en su país, Suecia. Llevada a la pantalla televisiva, Kenneth Branagh pinta un buen Wallander para varias temporadas, quién ha sido nominado a los Globos de Oro 2010 por su actuación.

Aunque comencé la lectura de esta serie con su segunda publicación, Los perros de Riga, 1992, he vuelto situándome en la casilla de salida, la primera novela de la serie, Asesinos sin rostro. No obstante la trama está situada en 1991, sus problemáticas, (la inmigración, el asilo político y los campos de refugiados), son tan actuales que, aparte del cómodo uso que suponen hoy día las nuevas tecnologías para cualquier investigación, nada hace presentir que fue escrita hace veinte años.

El entorno

Con este estreno y presentación de tan particular y humano inspector, Mankell envuelve a la novela negra de un humanismo sin precedentes, a excepción de algunos de sus colegas, como la pareja Maj Sjöwall y Per Wahlöö, de quienes hablaré a más no tardar.

Once novelas componen la serie Wallander, la mayoría escritas en la década de 1990, y sólo dos en el nuevo siglo, la dedicada a la hija de Wallander, Linda, y la última, El hombre inquieto, de 2009, donde imaginamos a un inspector ya cansado y mayor, próximo a jubilarse.

Pero volvamos a la Europa de comienzos de los años noventa, a Suecia en particular. Asesinos sin rostro tiene un comienzo estupendo, con aires costumbristas consigue atrapar al lector desde las primeras líneas con las que le engulle en un misterio del que ya no tiene salida hasta degustar toda la novela. Ese costumbrismo se recrea en el detalle y la vida de la gente mayor, que habita en tranquilas y apartadas granjas. Uno de estos neutros lugares va a ver alterada su rutina de años por un violento homicidio, el de una pareja de ancianos atacados en su propia casa. Descubiertos por vecinos de toda la vida, Kurt Wallander y sus compañeros no salen de su asombro por la violencia gratuita inflingida al matrimonio. Aún con vida y trasladada al hospital, la mujer es capaz de decir una última palabra, “extranjero”, lo que abrirá la caja de Pandora de la polémica, en la que tienen un puesto predominante los medios de comunicación. Los cambios que la inmigración está provocando en las sociedades europeas, la promulgación de leyes al respecto y el resurgir de grupos xenófobos que se irán afianzando hasta la formación de partidos políticos actuales que tanto peso están adquiriendo en el centro de Europa, (curiosamente en nuestro país hay partidos xenófobos con financiación sueca)conformará una opera prima casi premonitoria del futuro próximo.

Wallander siente que no es capaz de alcanzar al tren de los cambios pero al mismo tiempo desprecia la errática mentalidad conservadora : “Suecia se había convertido en un país donde la gente, ante todo, temía que le molestaran. Nada era más sagrado que las costumbres.”(Pg.102).

No puede evitar incurrir en contradicciones que le desorientan y le vuelven tan excéptico:

“…En este país hay una política de refugiados que hay que seguir.-(Fiscal Anette Brolin).
.-Incorrecto. Es la falta de política de refugiados la que está creando este caos. Ahora mismo vivimos en un país donde quien sea, por los motivos que sean, puede entrar como sea, cuando sea y por donde sea. Los controles de las fronteras han dejado de existir. La administración de la aduana está paralizada. Hay infinidad de pequeños aeropuertos sin vigilancia adonde llegan la droga y los inmigrantes ilegales cada noche.-(Wallander)”
(pag. 229)

Es 1991, sin embargo el argumento es de plena actualidad trasladado al resto de países que hemos ido por detrás en las transformaciones sociales y el multiculturalismo, bajo la globalización que las fronteras suecas, especialmente la zona sur descrita en las historias de Mankell, estaba experimentando, aún sin conocer el término que se acuñará más tarde. “Como policía, Wallander admitía que seguía viviendo en un mundo antiguo ¿Cómo iba a aprender a vivir en esta nueva era?…el crimen del somalí era un nuevo tipo de asesinato. El doble homicidio de Lenarp, en cambio, era un crimen a la antigua” (Pag. 247).

No hay camino fácil para el inspector, el autor no le ayuda, deja que él solo se busque la vida, agravando, además, su desorientación cuando introduce otro asesinato en medio de una investigación que se va estancando por momentos, “Kurt Wallander se preguntó cuantas veces se había encontrado en una situación similar. Cuando una investigación deja de estar viva. Como un caballo que ya no quiere caminar” (pag. 245). Esa nueva investigación le desorienta, porque no comprende, junto a sus compañeros, Rydberg, Martinson, Hanson, o Svedberg, los móviles o motivos de un crimen xenófobo.

“¿Qué podría ocurrir aquí, en este pequeño pueblo de Lenarp, un poco al norte de Kadesjö, camino del precioso lago de Krageholm, en el corazón de Escania? Aquí no pasa nada” (pag. 9), comienza Mankell en la voz de unos ancianos granjeros, para acabar, "Volvió a pensar en la violencia sin sentido. La nueva era, que tal vez exigiese otro tipo de policías. Vivimos en la era de los nudos corredizos, pensó. La inquietud aumentará bajo el cielo.” (pag. 302), en la voz de un inspector con el que cierra un siglo y abre otro.

El personaje

Kurt Wallander es uno de los investigadores de serie negra más humanos que lector aficionado al género pueda encontrar. Tan humano es que se trasluce entre líneas la figura del propio Henning Mankell. Cuarentón, algo depresivo y gris (lo ajustado a su condición de escandinavo), cuya sensibilidad e intuición son un plus añadido a su inteligencia y diligencia laboral, aficionado al café, la ópera y la música clásica, sin hacer ascos al alcohol, y poco dado a dormir las horas reglamentarias, sin que consiga cambiar, a fuer de proponérselo, sus hábitos alimenticios. Trabaja demasiado, algo que ha erosionado su vida familiar, provocando un divorcio, una relación distante y fría con su hija Linda, y un continuo roce de caracteres con un padre obsesionado con pintar siempre el mismo cuadro.

Mankell realiza un magnífico retrato del inspector que nos llega del frío, en un tiempo en el que, tal vez, estemos predispuestos aceptar tal éxito, como decía alguien en algún sitio, por el efecto nórdico (entre best-sellers, adaptaciones al cine, thrillers que llaman la atención o series televisivas basadas en el noir escandinavo). En todo caso, Mankell ya provocó su efecto nórdico hace tiempo, en el momento que decidió continuar su serie de novelas que tanto nos reconfortan, nos distraen de la chatarrería diaria de los medios y cretinos charlatanes, evitan que encendamos la caja tonta y nos acompaña en el metro, la playa, los viajes, o lo que nos queda del día.

Ya desde su primera creación, en esta Asesinos sin rostro (si bien en la novela de 1999 La Pirámide, el autor retrocede a los años juveniles del inspector), el complejo carácter de Wallander está dotado de una inquietud muy Bergmaniana, una oscuridad que le hace estar en conflicto consigo mismo y con las estrictas normas que debería seguir todo policía, produciéndole angustias intermitentes, en ocasiones sin un motivo aparente. ¿Influencias del maestro sueco?, quizás, de hecho Mankell tiene que ver mucho con Ingmar Bergman, aunque sea desde su posición de yerno.

Varios son los rostros de Kurt Wallander en las pantallas, interpretado por Rolf Lassgård en el cine, por el actor Krister Henriksson en la televisión y la última novedad mencianada más arriba, un Kenneth Branah que da un aire Shakespeariano a Wallander.

Hasta la próxima entrega de este mi inspector favorito.

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