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Julio Castro – La República Cultural
De nuevo la compañía teatral, en la que son sus dos principales miembros fundadores Iván Luis y Gustavo Galindo, ha puesto en escena una obra en formato de teatro clásico, demostrando que, para llevarlo a cabo, no es preciso ajustarse a parámetros de elaboración ajenos a la propia intención, un texto interesante y el trabajo de la compañía.
De esta manera, Teatro Galo Real consigue interpretar este texto propio (en una versión de Gustavo Galindo y que él mismo dirige), con un sentido actual de lo clásico que pone claras las intenciones de quien lo escribe, evidenciando que no quieren quedar anclados en ese pasado rancio, donde no quedaría nada por aportar, poco que investigar y menos que transmitir.
En estas Mocedades del Cid, desde el vestuario hasta los medios escenográficos sufren una adaptación en la que no hay parquedad, sino que se hace innecesario introducir otros elementos. Desde el juego de las sillas que invierten la posición en determinados momentos para transformar en puntos de vista diferentes lo que percibe el público desde la grada, da comienzo un espectáculo en el que los dos personajes que urden la trama desencadenante, mostrarán su desprecio mutuo ante el rey. Un rey que, en primer término estará interpretado por una mujer (y así será la mayor parte del tiempo), pero cuyo personaje es atribuible a distint@s intérpretes, según el momento, que se intercambian el capote con sus distintivos pareciendo que se autentifique aquello de “a rey muerto, rey puesto”, en una paradoja en la que da lo mismo quién sea, ya que el foco de la obra no está bajo sus reales, sino en lo que el resto de los personajes desarrollan en su tiempo y su entorno: vamos, como la vida misma.
Es interesante ver cómo el vestuario dice mucho de la composición y el trasfondo de la obra, y sin ánimo de desvelar todo, los militares no van vestidos en ropas de ese medioevo, sino con trajes militares que recuerdan más al principio del siglo XX español. Un detalle a señalar es cómo la conquista del Cid en tierras moras, hace que retorne a la corte real tras su destierro con la cabeza embozada en un pañuelo palestino (verde militar, eso sí), como símbolo de actualidad, en un aspecto muy del estilo Lawrence de Arabia, pero con otro deje más cercano al “me importa poco esta guerra”, que hará de él la reafirmación del personaje que se describe en la obra.
Tengamos en cuenta que se consigue una auténtica desmitificación del personaje, con el asesinato del padre de su amada a traición por la espalda y un enfrentamiento por Calahorra que, aparte lo cómico del detalle, transforma en actualidad el talante del personaje en la muestra del desprecio por los otros pueblos… este detalle no lo delato, dejo que el público lo descubra. Eso sí, atención al interesante juego de sombras que se desarrolla en varias escenas en las paredes, reflejado la jerarquía de los personajes y su peso en el discurso, de una manera que recuerda a uno de los relatos de Las Célticas de Hugo Pratt.
Los integrantes de la compañía han puesto en marcha este proyecto en poco tiempo, lo cual no resta un ápice de interés al trabajo (como ya ha ocurrido en sus anteriores obras de todo tipo, pero siempre en un ámbito próximo a lo histórico o lo clásico). Si Gustavo Galindo, Iván Luis y Ángela Boix ya habían trabajado en las anteriores producciones de la compañía, no había tenido ocasión de ver a Míriam Cano junto a l@s anteriores, aunque no es de sorprender su buen trabajo, ya que no es precisamente una actriz novel (ha participado en distintas obras del Centro Dramático Nacional, entre otras, Presas, Un enemigo del pueblo o Divinas palabras). En esta ocasión llevará buena parte del peso, al dividir sus papeles entre el de Doña Jimena y el del propio rey Fernando. Del resto del conjunto actoral, me ratifico en lo que he ido comprobando a lo largo de estos años en la evolución de sus trabajos, y cabe destacar la dificultad en el desdoblamiento de la dirección y actuación de Gustavo Galindo, además de la autoría del texto.
En suma, es interesante comprobar una vez más que las posibilidades de desarrollar un teatro clásico en nuestro país, no se limita a ser capaces de emular, sino a innovar y acercar las propuestas a la realidad del momento y a lo que el propio público demanda.
Sinopsis
La acción se centra en el Reino de Fernando I, rey de castilla y de León. Estamos en un momento convulso dentro y fuera del propio reino, donde conflictos internos se entremezclan con disputas ante otros reinos cristianos, como el de Aragón por la posesión de Calahorra, o las continuas y cruentas contiendas con los reyes moros. La acción comienza cuando el Rey Fernando nombra con honores a Rodrigo caballero, pues en él ha depositado la esperanza de convertirlo en el paladín que el reino necesita. El recelo y la envidia que esto produce en el conde Lozano, capitán de los ejércitos del reino, se ve colmado cuando el rey nombra al anciano Diego Laínez, padre de Rodrigo, Ayo del infante Sancho. Tras una discusión entre el conde y Diego Laínez, que se zanja al recibir el anciano una bofetada, este convencerá a su hijo Rodrigo para que mate al conde. El conflicto se complica al ser el conde Lozano padre de la prometida de Rodrigo, Jimena. Tras un angustioso duelo, en el que el conde Lozano es asesinado, Rodrigo es condenado al destierro.
La contradicción entre los sentimientos de Rodrigo, por un lado la obediencia filial, a su rey y por cumplir con los preceptos del honor y por otro, sus sentimientos ante Jimena, serán la base de la trama de esta obra.
