Julio Castro – La República Cultural
Cuando uno anda confiado en que el verano mata al teatro, y se encuentra con la guardia baja, resulta que aparece un trabajo como este de la compañía Fun-Fanfarria, que este agosto que no acaba de refrescar, ha decidido subir la temperatura madrileña en la Sala Triángulo, y en plenas fiestas del barrio de Lavapiés.
Una secuencia de historias se conectan entre sí en su finalidad principal: la parodia de la realidad, a la que no dan tregua durante la función, y que se lo tiene merecido, porque al fin y al cabo, la realidad no nos da tregua a los simples mortales.
Como ellos mismos explican, todo se recrea bajo el lema que figura en la tumba de Borges “y jamás temieron”, tomado de un texto del siglo X, en la lucha de los guerreros ingleses contra los vikingos. Pero también hay otro fundamento, que es el de conocer la realidad y los orígenes. Por eso nos exponen el absurdo del estudio de antimateria y materia, de los choques de protones en los aceleradores de partículas y de la recreación del momento cero tras el Big Bang. Sí, este breve motivo, más filosófico que científico, seguramente sea el que da movimiento a cada una de las historias siguientes (eso sí, mucho más domésticas). La mujer que se venga huyendo mientras deja a su marido en la silla de ruedas todo escayolado, con los cascos sonando una canción de los Hombres G, hasta que llegue su hermana a buscarle: él no la quiso ni mucho menos como David Summers, o como cualquiera de los integrantes del grupo.
Pero por otro lado, un hombre se queja a dios por sus pesadillas (en clave yanqui), cuando se le aparece James Dean, que tras apagarle un cigarrillo en los huevos sale disparado con un cochecito de niño en una carrera en la que nuestro protagonista no puede ni arrancar su cochecito… o miles de Elvis Presley bebés, que le cantan mientras él debe limpiarles la caca de los pañales.
Se trata de dos pequeños ejemplos que la compañía presenta en su obra, pero abarcan tres aspectos de la vida, que son el amor, los sueños y la violencia, en los cuales se agrupan cada una de las interpretaciones que desarrollan, en ocasiones por medio de un realismo llevado al absurdo, pero en otros casos, con una realidad hilarante a la vez que desgarradoramente auténtica.
Toda la actuación se desarrolla sin decorados y con mínimo atrezzo, pero con una actuación de peso por parte de cada un@ de l@s integrantes de la compañía, pero especialmente Sara Nieto, que añade al peso interpretativo, su serenidad en el escenario y una maravillosa voz al hablar. Y por otra parte, Gustavo Gonzalo, que es incansable y encarna a cada uno de sus personajes con personalidad propia. Todo ello sin desmerecer la interpretación del resto de los componentes del reparto.
Están pocos días en escena, pero merece la pena hacer un esfuerzo por ir a verlos, en tanto no les repongan en la propia sala o en otros espacios teatrales.