Julio Castro – La República Cultural
El segundo programa del Corella Ballet nos invita a efectuar un rápido recorrido por la coreografía de la segunda mitad del XX. Desde el Teatro Lope de Vega de Madrid, Ángel Corella y la compañía que el bailarín montara en 2008, ofrecen estos días la puesta en escena de cuatro piezas especialmente elegidas por su aportación coreográfica al mundo de la danza.
El espectáculo arranca con Bruch Violin Concierto nº 1, composición de Tippet, coreógrafo norteamericano que creara esta obra para el American Ballet Theatre en 1987. La puesta en escena con tutús al estilo de la danza más clásica abre la puerta a una muestra de originales y múltiples modos de interactuar como pareja, un bailarín y una bailarina. El mismo programa nos explica como “en esta obra, Tippet trabajó dentro de las tradiciones clásicas del ballet: los hombres son principalmente portores, pero la asociación en sí misma no es en absoluto tradicional. Es como si Tippet hubiera experimentado con todas las posibles variaciones que pueden establecerse entre el cuerpo de un hombre, el de una bailarina y un hombro como elemento de apoyo”.
Bien resuelto y correctamente desarrollado, este primer trabajo es una buena muestra del esfuerzo que la Fundación Ángel Corella ha puesto en reflotar la danza clásica en España; no en vano el bailarín muestra como seña de identidad de su Compañía el que sea la única de ballet clásico que existe actualmente en nuestro país.
Si bien y para fortuna del público, Ángel Corella se ha hecho como bailarín en escenarios en los que la danza moderna y contemporánea goza de una madurez que puede suponer una interesante experiencia a importar; todo ello, sin desmerecer la voluntad de crear una compañía clásica.
Y muestra de esa experiencia y saber hacer fue la segunda de las interpretaciones de la noche We Got it Good, en la que Ángel Corella baila, además de interpretar, una coreografía que, en apariencia desenfadada, requiere un control y una seguridad técnica tan exigente como la capacidad de conectar con el público y saber estar encima de un escenario. We Got it Good es una composición del coreógrafo Stanton Welch, quien creara este número especialmente para el bailarín, lo que efectivamente se nota pues se desenvuelve con la misma comodidad con la que se lleva un traje a medida.
Del mismo coreógrafo, Stanton Welch, es la tercera pieza, Clear. Es quizá la más conocida de este repertorio. Interpretada por bailarines, con la única salvedad de la intervención puntual de una bailarina, esta obra está cargada de emociones, las emociones que acompañaron a los acontecimientos del 11-S (fuente de inspiración de esta coreografía); y las emociones que llevan a escena unos movimientos explosivos, impulsivos y masculinizados, primero; suavizados, entristecidos y menos masculinos, después; y acogedores, generosos y amorosos, finalmente, donde la aportación femenina de la bailarina relaja la carga energética de esta danza.
“En estos momentos dramáticos, ¿qué le ocurre realmente a la gente?, ¿qué es lo más importante?, ¿qué es lo que se siente amenazado? Para mí es el amor y la familia. En Clear es la mujer la que trae la claridad a los hombres del ballet. Ella representa aquello que te conduce hasta el hogar, lejos de la locura en la que uno se ha visto inmerso” declara Welch.
La música de Johann Sebastian Bach, en la que el violín y el oboe son los instrumentos protagonistas, aporta una simultánea fuerza y delicadeza a la puesta en escena que, junto con la suavidad escenográfica de vestuarios, aúnan los encontrados sentimientos de horror y compasión que generó el 11-S.
Cierra este programa In the Upper Room, la coreografía por excelencia. Twyla Tharp, la autora de esta pieza, es una de las coreógrafas norteamericanas más prestigiosas y reconocidas. Habituada a trabajar con música contemporánea, en esta ocasión fue Philip Glass, quien compusiera para el American Ballet Theatre esta obra que se estrenó en 1986.
In the Upper Room es una sucesión de pequeñas piezas aisladas que se van combinando y fusionando poco a poco, hasta llegar a convertir el escenario en un pequeño caleidoscopio donde los colores blanco, azul y rojo que componen los vestuarios de los bailarines, aparecen y desaparecen adoptando formas y más formas.
El ballet más contemporáneo se hace presente en esta danza que se sirve de movimientos repetitivos que rompen su reiteración mediante la profusión de variaciones a los que son sometidos. De difícil interpretación por lo exigente de su frenético desarrollo, su puesta en escena dejó patente que el Corella Ballet es una buena apuesta y que el proyecto que el bailarín acaba de arrancar hace dos escasos años puede tener un exitoso futuro.
La semana próxima serán la Suite de Raymonda, danzas del folclore húngaro; el cuarteto For 4; la Soleá pas de Deux, coreografiada por María Pagés; y un homenaje a la línea de alta velocidad francesa con DGV: Dance à Grand Vitesse, los que compongan el tercer y último programa del Corella Ballet en estos Veranos de la Villa 2010.