Julio Castro – La República Cultural
Los dos sueños que Camilín quiere ver cumplidos deben resumirse en uno sólo, pero han requerido una vida de esfuerzo por su parte, aunque también en la vida de su madre, Purita Cuneo, dedicada a apoyarle y auparle en el pueblo, equipándole con su casco, una pecera con papel de plata, con esa visera que se bajaba y las dos antenas de vieja televisión, que le regalaron a los seis años, y donde el propio Camilín rogó a su madre que le sujetara una peineta para conseguir entrenarse en los que serían dos objetivos en su vida: viajar a la luna para cantarle una copla a la madre.
Ni que decir tiene que la madre quedó catatónica al recibir la noticia, pero sin dudarlo, grapó una y otra vez la peineta en el papel de plata de la pecera, porque los niños a pedradas se la arrancaban.
No es un monólogo, es el trabajo teatral que Chema Trujillo (Camilín) lleva representando desde hace más de un año en distintas salas españolas, donde acompañado de su amigo el oficial Donovan, al que tantos mandos de la NASA deben innumerables favores (adivina de qué tipo), irá pasando de despacho en despacho para exponerles por qué tuvo que entrar de aquella manera en el recinto donde sería puesto a prueba (encerrado en una celda de aislamiento) y le llevaron a comenzar desde abajo (fregando suelos, o agachándose antes numerosos oficiales), para acabar poniendo los cafelitos.
La función comienza cuando Camilín explica al público lo atrasado de las costumbres en nuestro país, donde se tiene por buenos a los reyes magos, e incluso también al otro, a Juan Carlos. Luego, llegando al asunto de Felipe V, habrá más para el Borbón de ahora “es que en España están muy bien vistos los reyes que han nacido fuera, este nació en Roma”.
Y es que la cuestión de la copla, que es la mitad de lo que nos trae al teatro, o a la NASA, tiene sus orígenes en Felipe V de Borbón (“antes les gustaban los apellidos compuestos, el de ahora es sólo Borbón”, explica Camilín entre medias a su querido Donovan), que, queriendo imponer la cultura de la ópera, consiguió que el pueblo hiciese una pequeña parodia entre actos, que se convirtió en el género de la copla.
Al inicio creí que en tono de coña me estaba dirigiendo precisamente a mí el discurso acerca de los reyes, al rato comprendí que no, que hablaba con el primer capitoste de la organización yanqui de cohetes, a los cuales denomina de manera peculiar (el general McIntosh, la teniente McDonald, que todos comentan cómo se ganó los galones, pero ese es el lenguaje que entiende bien Camilín, así se trabaja él las cosas…), pero luego irá dirigiéndose a distintos puntos, donde se encuentran cada uno de los nuevos oficiales de superior rango a los que va interpelando para explicar su complicado proyecto y la justificación del mismo, y a cada uno le hará una demostración del caso.
No es tampoco un musical, sino que en cada momento colocará una copla (¡a pelo y sin un solo acompañamiento!), que viene al caso de lo que trata con el militar de turno, da igual que el niño de Osuna, que quién sabe dónde está, sólo sea de allí para rimar con luna, porque aquí todo tiene que ver con la copla y con la luna.
En último extremo, los problemas más graves serán meter la bata de cola en el traje espacial y venderse a Obama por un pequeño matiz de comprensión y un capricho… pero al menos, cumplirá la mitad de sus sueños.
Un montaje sencillito en cuanto a medios, en este gran trabajo de Chema Trujillo, en el que se ríe ampliamente de todo y de todos, porque no tiene pelos en la lengua: al fin y al cabo, estamos en Houston.