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Wall Street: El dinero nunca duerme, burbujas de cine - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Pero que le pasa a este hombre que parece un veleta sin referente, incapaz de asentarse en el riesgo que pretendió abanderar por aquellos ochenta cuando llevarse mal con los poderes equivalía a éxito en taquilla, convirtiéndose en todo un icono de la realización. No pasan bien los años por Oliver Stone, otrora sinónimo de epatante , aunque encadenado a comercialidad. Hace tiempo que Stone perdió el norte de la modernidad cinematográfica y sigue implorando un método que hoy día se queda en tierra de nadie. Tal ocurre con su último estreno, Wall Street: El dinero nunca duerme. Stone mira al pasado con melancolía de estrella caída (no ocurre así con su estrella Michael Douglas que sigue, a pesar de los años, haciendo honor a su alto status en el casting) y pretende hacer su (demodé) cine ochentero, eso sí, con efectos visuales propios del hoy, un ritmo de elite y una fotografía elegante, pero un fondo mediocre, propio de un director vendido, predecible hasta la nausea. Los mismos esquemas, los mismos acartonados conceptos de guión y de rodaje: bien/mal; venganza/reconciliación; finales felices para todos; segunda oportunidad, etc etc; entrevías que satisfacen sobre todo a la industria. Da igual que Stone pretenda hacerse el liberal, hoy por hoy no cuela.

Wall Street: El dinero nunca duerme, burbujas de cine

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Tres tiburones de Wall Street, en diferentes grados

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Tres tiburones de Wall Street, en diferentes grados

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DATOS RELACIONADOS

Título original: Wall Street 2: Money Never Sleeps, 2010
Dirección: Oliver Stone
Guión: Allan Loeb, Stephen Schiff (Historia: Bryan Burrough)
Intérpretes: Shia LaBeouf, Michael Douglas, Carey Mulligan, Susan Sarandon, Frank Langella, Josh Brolin, Eli Wallach, Charlie Sheen
Fotografía: Rodrigo Prieto
Música: Craig Armstrong
Duración: 131’
País: Estados Unidos
Productora: 20th Century Fox / Edward R. Pressman Production
Web oficial: http://www.wallstreetmoneyneve...

Blanca Vázquez - La República Cultural

Pero ¿qué le pasa a este hombre que parece un veleta sin referente?, incapaz de asentarse en el riesgo que pretendió abanderar por aquellos ochenta cuando llevarse mal con los poderes equivalía a éxito en taquilla, convirtiéndose en todo un icono de la realización. No pasan bien los años por Oliver Stone, otrora sinónimo de epatante, aunque encadenado a comercialidad. Hace tiempo que Stone perdió el norte de la modernidad cinematográfica y sigue implorando un método que hoy día se queda en tierra de nadie. Tal ocurre con su último estreno, Wall Street: El dinero nunca duerme. Stone mira al pasado con melancolía de estrella caída (no ocurre así con su estrella Michael Douglas que sigue, a pesar de los años, haciendo honor a su alto status en el casting) y pretende hacer su (demodé) cine ochentero, eso sí, con efectos visuales propios del hoy, un ritmo de elite y una fotografía elegante, pero un fondo mediocre, propio de un director vendido, predecible hasta la nausea. Los mismos esquemas, los mismos acartonados conceptos de guión y de rodaje: bien/mal; venganza/reconciliación; finales felices para todos; segunda oportunidad, etc etc; entrevías que satisfacen sobre todo a la industria. Da igual que Stone pretenda hacerse el liberal, hoy por hoy no cuela.

¿Qué nos viene a contar este director que apenas puede ya sacar brillo de su nombre con una película tan innecesaria como esta segunda parte de Wall Street? Pues nada que no sea dicho más y mejor por otros cineastas que no se caguen en los pantalones al nombrar culpables, (Inside Job, Charles Ferguson), enjuiciar a banqueros avariciosos (Cleveland versus Wall Street, Jean Stéphane Bron), contar las transformaciones sociales provocadas por la crisis (La Nostra vita, Daniele Luchetti), mostrar las enfermizas atmósferas del sistema (Unter dir die Statd, Christoph Hochhäusler) o el último film visionario de Godard clamando que tal vez el mundo deba reinventarse. Verdades, no más.

¿Nos toma usted por idiotas Sr. Stone? Quizá olvidó que vivimos el siglo de la información a trochemoche, alternativa o no (algo que expone en su producción aunque más bien parece formar parte del decorado) y el secretito de las subprimes y los tigres financieros está triturado por el espectador (hasta el más cazurro le tiene cogido el tranquillo), espectador que sabe muy bien quien es el culpable de esta crisis, las mutaciones que ha sufrido la sociedad desde aquel Wall Street de 1987, e intuye mucho más de lo que ofrece en el menú el que fuera el responsable de Salvador, 1986, y guionista de Scarface, 1983, acerca de las prácticas especulativas y los fraudes de contabilidad.

Wall Street: El dinero nunca duerme es una película complaciente con la que Stone se ha convertido en el hijo (pródigo) meapilas de Hollywood, y con la que pretende poner alguna pica en las nominaciones de la Academia. No deja de ser entretenida, algo clásica, visualmente chic, como pueda serlo cualquier mainstream de Cameron. Su reparto está bien escogido, y no mal dirigido. Destacan el siempre estupendo Frank Langella, Josh Brolin (uno de los mejores actores del panorama), el propio Douglas que renace a pesar de estar un poco cascado y los jóvenes Shia LaBouef y Carey Mulligan. Aparte del casting, no hay nada, como la nada habitual chorreante de estética de estas producciones.

Y sin embargo la neurona que le queda a Stone la podría haber aprovechado en trabajar la ambigüedad que presentan los nuevos tiburoncillos de izquierdas de Wall Street que apuestan por resolver el problema energético del futuro, pero sin inmiscuirse en beneficios porque los apartamentos con vistas a Manhattan son, pusshh, de protección oficial.

Vuelve Gekko, y vuelve a montarse en el oro. Claro que los tiempos han cambiado y su teléfono móvil es tan mastodonte como él, quien siempre podrá pagar sus facturas con un best seller sobre sus cabronadas.

Soplagaitas.

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