Julio Castro – La República Cultural
Seguro que tod@s hemos escuchado alguna vez aquello de “pero hombre, con lo bonito que es su país ¿para qué vienen aquí? ¿para robar y quitarnos el trabajo?”. Quién más, quién menos conoce a gente que lo dice o lo piensa así, y yo les recomendaría a tod@s que vayan a ver este experimento que ETC y Cuarta Pared han estrenado en Escena Contemporánea 2011, no sólo por lo interesante o lo clarificador de innumerables situaciones, sino también para ponerse en la piel de tanta gente, desde su punto de origen hasta el destino final en nuestro horizonte cómodo (¿para quién?), donde nos aposentamos en una posición tan ridícula vista desde fuera, que tan sólo trata de marcar diferencias con quienes peor lo pasan, a fin de sentirnos superiores y “acomodados”, viendo cómo alrededor sufren nuestros iguales.
La propuesta de Transit no se limita a la denuncia (de hecho no se centra en absoluto en ella, sino que obedece a la conclusión de cada espectador/a), sino que pone en marcha un experimento desde el que es inevitable sentirse dentro de ellos, al otro lado de la línea: no hay una palabra en español, de hecho, el elenco artístico no se comunica en el mismo idioma, sino que cada cual utiliza una o dos lenguas diferentes a las del resto, de manera que alcanzan a un total de siete idiomas (los propios de cada cual), más otros dos (inglés y francés). Así, sus creadores han jugado a usar el portugués brasileiro como lo más próximo a nosotr@s, de forma que sirve un poco como bisagra de conexión, pero tan sólo un poco más en el inicio, y luego en los momentos en que su protagonista brasileña participa. El resto serán de Taiwán, Marruecos, Suiza, Nigeria, Rumanía y Bielorusia.
Todo emigrante/inmigrante tiene un punto de origen, un pasado, una historia, una familia. En el trabajo que encauzan Marcelo Díaz (director) y Mariano Llorente (dramaturgista), se muestra una parte de esa historia, pero no se ahonda en este aspecto, como no se ahonda en otros: las tragedias son tragedias, la vida cotidiana es eso, y el resto es lo que nosotr@s vemos o creamos, pero no hacen una obra para llorar con las sufridas víctimas, lo cual me parece muy acertado, porque el victimismo acaba siendo una personalización del problema colectivo que afecta a miles o millones de personas, así que la versión caritativa, mejor se la queda la iglesia, esto es otra cosa.
Encontraremos a los huidos tras un desastre, un saqueo, a quienes tratan de aprender a comportarse en el país de destino conforme a unas formas absurdas que ven en la televisión, para acabar siendo más inadaptados, a quien espera impaciente noticias de su familia, para descubrir nuevas catástrofes o desilusiones… hay quien cuenta que está muy bien, mientras su techo lo constituye apenas una caja de madera o un cartón de abrigo. Está por medio el maltrato y el comercio de gentes, la lucha por la subsistencia, incluso la explotación de inmigrantes por parte de otros, o las nuevas parejas de orígenes mixtos que se forman, por supuesto la opresión a la mujer…
El recorrido es completo, y el elenco actoral desdobla papeles, caracteres, estilos, se multiplica en escena de forma que integra y desintegra las relaciones entre l@s siete integrantes, en una historia que no tiene un argumento único, pero que es un solo relato y un mismo tema.
Por lo que he visto recientemente de la mano de Mariano Llorente, creo que se nota mucho su estilo en ciertos instantes, además de una parte de la estructura (creo que la forma de comenzar y algunos altibajos de intensidad), aunque no es autor y dramaturgo, sino dramaturgista de este trabajo, por lo que se comprende que es un trabajo más colectivo y con una preelaboración al texto.
Tanto el material teatral como el trabajo actoral mantienen la tensión de principio a fin, elevando escaloncito a escaloncito el interés por el contenido, especialmente desde el momento en que el público deja de preocuparse de tratar de comprender la lengua de cada personaje (con los idiomas conocidos es un poco inevitable caer en ello), para convertirse en otro excluido de la sociedad, inmerso en un mar de incomprensión ajeno a un@ mism@, sin ver otra opción que la de la expresión del cuerpo y los sentimientos. Un logro interesante y un ejercicio estupendo.
Apenas unas palabras en castellano, creí que el tema era de Paquita la del Barrio, pero parece que no, y lo interpretan distintos cantantes, de aquí y de México (“Yo quiero que tu sufras lo que yo sufro / yo quiero que te asomes a cada hora / como un preso aferrado a su ventana / yo te deseo la muerte donde tú estás / y aprenderé a rezar para lograrlo"). Tan apropiado este, como irónico el subsiguiente “La vie en rose”. Y detrás de todo, un viaje, en tren, en barco… como sea.
A la salida comento con Raquel, actriz a la que he visto en otras obras, con la que coincido en que dan ganas de invitar a todo el barrio de Lavapiés a que se vean reflejados ellos y al resto en esta especie parodia en la que se convierte en absurdo hablar de “su” falta de “integración”, porque sería interesante esto o hacerlo en medio del barrio, para acabar de encontrarnos tod@s. Es un pequeño reflejo de la pasión con la que salimos de la sala, con cierto grado de impresión, mucho de encanto, y una pizca de escándalo porque esto sea “lo normal”, pero esto último ya lo sabíamos.