Julio Castro – La República Cultural
Si fuese con la frente marchita sería más triste y ella tendría que ser mucho más mayor, pero es con la cara pintada, concretamente de purpurina y, aunque es un trabajo muy interno en el que su autora y ejecutora quiere reflejar las partes del vacío de lo exterior y lo superfluo, no estamos ante un formato que conduzca precisamente a la tristeza, sino al contrario.
Para que no nos ahoguemos en esa rana inmóvil en pose, de boca abierta, pero carente de sonido o de apetito, Janet nos propone un desahogo en forma de risas, aisladas primero, sincopadas después y a carcajada para terminar con este inicio de su escenificación. Es útil, porque la risa predispone el entorno para observar con la mente más abierta y la mirada más despejada, incluso aunque ella ría con cara seria.
Entre el silencio y la marcha de la Joplin encontraremos pasajes, especialmente de sosiego, en los que nos reencuentra con el vacío de un entorno creado para vivir de lo superfluo, mientras el interior muere como una planta sin agua, así que la ejecución oscila entre lo enérgico de la vida y la languidez de ese marchitamiento del alma vana que queda en el interior de unos marcos sin contenido.
Y el fondo de esos cuadros, rellenos por un instante la nuca y el pelo de la bailarina, mientras su cara busca en su interior, en el envés y más allá de la pared, conducen al reflejo de espejo que se encuentra en el frente de su rostro con purpurina que, como reflejo de luces que es, nos arroja una imagen ficticia, ilusoria, de belleza que nada tiene que ver con la de que posee, sino con la que una capa superior le otorga. El movimiento va repartiendo y ofreciendo al espacio los restos de su capa dorada y brillante, mientras anteriormente era su cuerpo el que desprendía las imágenes con la música. Ahora, observamos a otro rostro, que no es más que el mismo pero recubierto, mientras que sus ojos ven menos por el efecto de esa capa de pintura brillante, que acabará saboreando intencionadamente para retirársela de los labios.
Un recorrido por los sentimientos a través de ese “pequeño país” que dice Janet que es su cuerpo, “para representar pequeñas historias”, en un itinerario divertido y variado de contenido tan sencillo o complejo como se atreva a captar quien observa.