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La vida de los peces, encuentros y reencuentros en una pecera - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

“Y la calle se estrecha. Has decidido entrar. Ya no levantarás la mirada hasta no cruzar la puerta. Y te sudan las manos. Hay ojos puestos en ti. Te preguntas que haces tu allí”. Comenzaba Nacho Vegas a contarnos una de sus historias. De esta y de otras muchas maneras se puede percibir un estanque. Desde varios puntos de acristalada realidad puede verse la vida en una pecera. Hermosa película llena de reflejos y resonancias, materializados en un espacio y un tiempo muy denso, casi parado, más cercanos a las normas del recuerdo que a las habituales reglas de la percepción cotidiana y la memoria a corto plazo, consiguiendo un gran contraste con la aparente linealidad que parece seguir el desarrollo de la historia, contada en minutos consecutivos de tiempo “real”. De esta manera la historia parece caer lejos, y a la vez muy cercana, como sucede cuando contemplamos la vida en un acuario. La acción parte de un rumor, de una conversación entre amigos que se despiden y recuerdan viejas heridas, a la vez que intentan ponerse al día sobre las nuevas, tratando de mantener la importancia de un vínculo lejano, separado desde hace tiempo, y de un turista, erguido en la soledad que implica la fugacidad y la intensidad de vivir en muchos lugares y en ninguno.

La vida de los peces, encuentros y reencuentros en una pecera

La vida de los peces
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La vida de los peces

Cartel de la película de Matías Bize

La vida de los peces
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La vida de los peces

Cartel de la película de Matías Bize

DATOS RELACIONADOS

Título original: La vida de los peces
Dirección: Matías Bize
Guión: Matías Bize y Julio Rojas
Intérpretes: Blanca Lewin, Santiago Cabrera, Víctor Montero, Pedro del Carril, Francisca Cárdenas, Diego Fontecilla
Dirección de fotografía: Bárbara Álvarez
Música: Diego Fontecilla
Duración: 83’

Francisco Otero García – La República Cultural

Y la calle se estrecha. Has decidido entrar. Ya no levantarás la mirada hasta no cruzar la puerta. Y te sudan las manos. Hay ojos puestos en ti. Te preguntas que haces tu allí”. Comenzaba Nacho Vegas a contarnos una de sus historias. De esta y de otras muchas maneras se puede percibir un estanque. Desde varios puntos de acristalada realidad puede verse la vida en una pecera.

Hermosa película llena de reflejos y resonancias, materializados en un espacio y un tiempo muy denso, casi parado, más cercanos a las normas del recuerdo que a las habituales reglas de la percepción cotidiana y la memoria a corto plazo, consiguiendo un gran contraste con la aparente linealidad que parece seguir el desarrollo de la historia, contada en minutos consecutivos de tiempo “real”. De esta manera la historia parece caer lejos, y a la vez muy cercana, como sucede cuando contemplamos la vida en un acuario.

La acción parte de un rumor, de una conversación entre amigos que se despiden y recuerdan viejas heridas, a la vez que intentan ponerse al día sobre las nuevas, tratando de mantener la importancia de un vínculo lejano, separado desde hace tiempo, y de un turista, erguido en la soledad que implica la fugacidad y la intensidad de vivir en muchos lugares y en ninguno.

Antes, mucho antes de que esto suceda, las coloridas luces, bellas y amorfas, como embriones que fructificarán en futuras personas, nos anticipan la verdadera tensión que se agita en esas aguas en las que nos vamos a adentrar. No es casual que el desarraigo del turista le enfrente en su huida con una nueva vida, que empieza cargada de posibilidades. Lo sagrado, se antoja entonces, y en ciertas ocasiones, como un rechazo indeseable, que desune los anhelos carnales y los deseos del alma, paradójicamente, explotando justo en las personas encargadas de propiciar ese nacimiento.

Nuestro turista ha vuelto por algo. Las postales, los recuerdos, los reflejos y las sombras de otra vida, de una pasada, de una jamás vivida, vuelven como esfuerzo espectral de un corazón malherido, que empieza a comprender que la recuperación de todo lo abandonado, lleva implícita la consiguiente superposición de todos los cambios, de todas las brechas, que el tiempo ha añadido sobre las personas que dejó en aquella vida, y que él perdió en su ausencia. El baile de estos corazones enmendados, con cicatrices ya consolidadas, cerradas y suturadas con el esfuerzo del ritmo cotidiano, quedan extraños a este joven turista, ausente en sus transiciones por el líquido medio común y costosas a la búsqueda que le aventura por estas aguas enrarecidas.

La trama le va encauzando por corrientes bien enlazadas, obligándole a cambios de ritmos, avances y retrocesos por fluidas situaciones cotidianas, llenas de una extensa trascendencia. Como buen turista, recorrerá las diferentes etapas con las que puede encontrarse una vida, siempre dando lo mejor de sí mismo en cada momento. El misticismo de la primavera. El cuestionamiento temprano de la adolescencia. La loca vertiginosidad juvenil. El trabajo y la responsable presencia de la edad adulta. La nostalgia y la claridad de la última madurez. El poder del gran amor. Por la sucesión de los encuentros, por la evolución del tránsito, por los cambios en la densidad del medio, por la difusión de los sonidos y la pesadez de los movimientos, podríamos intuir en donde se encuentra anclado nuestro protagonista, más próximo a esa su realidad, que a la capa visible en la cual navega, con cierto aspecto de deriva.

Algo le sucedió a nuestro turista, algo que le saco del valse por impacto, y por accidente le propulso lejos.

Sin alejarnos de él, siempre en distancias cortas, presenciamos casi en primera persona la verdad de cada encuentro. La proximidad de la película no produce sin embargo mareo, si no más bien una calida cercanía que en buenos momentos se adentra certeramente en profundos sentimientos. La empatía se vuelve hermosa hacia unos personajes encarados a lo que muchas veces a nosotros mismos nos ha sucedido ¿Qué camino tomar?

Cada gesto, cada mirada, cada refuerzo actoral, está sublimemente resuelto, resultando una sutil dirección y una fina puesta en escena, cuidada, conseguida, condensada en una excelente obra por Matías Bize y su elenco.

Recuperar un recuerdo, si fuese posible, ¿sería lo apropiado? De un lado el entorno próximo, el candor familiar, los lazos a un lugar, a una gente querida, enraizarse al medio, del otro, el ancho océano de posibilidades que ofrece el mundo, el desconocimiento de lo nuevo, la atracción de otras vidas. El enfrentamiento se torna inevitable; quedarse o partir.

El desenlace, al igual que toda la película, parece quedar aparentemente lleno de una ligera nulidad-intrascendencia, cuando está en realidad cargado de una densa madurez, compuesta complejamente en la profundidad de unas miradas, cargadas ampliamente de multitud de posibles actos, de perpetuos mundos, sobrellevados todos vivamente algo detrás del cristalino.

Dos preguntas subyacen al enfrentamiento que recorre todo el texto, flotando en los acontecimientos pasados, en los acontecimientos presentes, en la diferencia entre alojar estos en un tiempo concreto o mantenerlos vigentes en la memoria consciente; ¿quién es pez y qué es pecera?

El aire, el agua, los trasparentes velos que nos envuelven y nos sostienen, mantenerse vivos, en movimiento y acción, respirar ¿Dónde habitamos? ¿Por qué llamarle “La Tierra” y “El Planeta Azul”?

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