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Laura, Otto Preminger elegante y misterioso - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Laura, película realizada en 1944 por Otto Preminguer, junto con Retorno al pasado y Breve encuentro, son las tres películas que más admiro del film noir del período clásico. Curiosamente, estas tres obras maestras y amadas fueron realizadas por tres exiliados europeos. ¿No están acaso en las ventanas americanas del pintor Edward Hopper algunas de las mejores películas de Alfred Hitchcock, que nunca dejó de mirar los Estados Unidos con una mirada de forastero que observa lugares y costumbres siempre ajenas a él, exóticas en su cotidianidad? ¿No fue Nabokov con Lolita quién inventó una América de moteles y carreteras de la que aún se nutre buena parte de la narrativa americana contemporánea? Laura nació de forma más bien prosaica, a base de audacias, improvisaciones y remiendos. El proyecto dio sus primeros pasos en la esfera de los filmes de serie B de la 20th Century Fox, es decir, sin excesivas ambiciones, pero todo, incluso los comienzos de su gestación, tiene en esta asombrosa película algo de mágico. De ahí que la historia de su rodaje, que más bien fue una carrera de obstáculos, sea tan extraordinaria como la propia cinta, donde todo el mundo rehusaba bruscamente por participar en el proyecto: desde Lewis Milestone y Walter Lang, pasando por realizadores de corte artesanal, como John Brahm y Rouben Mamoulian, un sofisticado cineasta cuya carrera había conocido tiempos mejores. Todos se escabullían como podían ante el encargo hasta que cayó en manos de un tipo austriaco llamado Otto Preminguer que no se amilanó ante dicho proyecto; hombre cuya sensibilidad vienesa nos regaló algunas obras maestras como Cara de ángel o Anatomía de un asesinato. La película tenía un guión y poco más. El argumento lo había escrito uno de los guionistas a sueldo de la casa, Jay Dratler, tomando como inspiración una novela de Vera Caspary, Ring twice for Laura, y publicada en España por la espléndida colección Club del Misterio de la editorial Bruguera titulada Laura.

Laura, Otto Preminger elegante y misterioso

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DATOS RELACIONADOS

Título original: Laura, 1944
Dirección: Otto Preminger
Guión: Jay Dratler, Samuel Hoffenstein, Betty Reinhardt (Novela: Vera Caspary)
Intérpretes: Gene Tierney, Dana Andrews, Clifton Webb, Judith Anderson, Vincent Price, Dorothy Adams
Fotografía: Joseph LaShelle (B&W)
Música: David Raksin
Duración: 88’
País: Estados Unidos
Productora: 20th Century Fox
Premios: Oscar 1944: Mejor fotografía (Blanco & Negro). 5 nominaciones

Francisco Machuca - La República Cultural

Laura, película realizada en 1944 por Otto Preminguer, junto con Retorno al pasado y Breve encuentro, son las tres películas que más admiro del film noir del período clásico. Curiosamente, estas tres obras maestras y amadas fueron realizadas por tres exiliados europeos. ¿No están acaso en las ventanas americanas del pintor Edward Hopper algunas de las mejores películas de Alfred Hitchcock, que nunca dejó de mirar los Estados Unidos con una mirada de forastero que observa lugares y costumbres siempre ajenas a él, exóticas en su cotidianidad? ¿No fue Nabokov con Lolita quién inventó una América de moteles y carreteras de la que aún se nutre buena parte de la narrativa americana contemporánea?

Laura nació de forma más bien prosaica, a base de audacias, improvisaciones y remiendos. El proyecto dio sus primeros pasos en la esfera de los filmes de serie B de la 20th Century Fox, es decir, sin excesivas ambiciones, pero todo, incluso los comienzos de su gestación, tiene en esta asombrosa película algo de mágico. De ahí que la historia de su rodaje, que más bien fue una carrera de obstáculos, sea tan extraordinaria como la propia cinta, donde todo el mundo rehusaba bruscamente por participar en el proyecto: desde Lewis Milestone y Walter Lang, pasando por realizadores de corte artesanal, como John Brahm y Rouben Mamoulian, un sofisticado cineasta cuya carrera había conocido tiempos mejores. Todos se escabullían como podían ante el encargo hasta que cayó en manos de un tipo austriaco llamado Otto Preminguer que no se amilanó ante dicho proyecto; hombre cuya sensibilidad vienesa nos regaló algunas obras maestras como Cara de ángel o Anatomía de un asesinato.

La película tenía un guión y poco más. El argumento lo había escrito uno de los guionistas a sueldo de la casa, Jay Dratler, tomando como inspiración una novela de Vera Caspary, Ring twice for Laura, y publicada en España por la espléndida colección Club del Misterio de la editorial Bruguera titulada Laura.

Preminguer encargó al poeta Samuel Hoffenstein la ingente tarea de convertir en un buen guión el discreto libreto de Dratler. Luego se le añadió el nombre de Ring Lardner, que reescribió los diálogos.

Es bien sabida la gélida relación que tuvieron Zanuck, el productor del filme, y Preminguer. El director vienés llegaba a gritarle al mismísimo Zanuck, gesto entonces impensable en el estudio. El clima del rodaje era tan tenso que el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Resulta curioso, no obstante, que una obra tan acabada, tan coherente, fuera filmada en circunstancias tan inestables.

Laura es un filme elegante y misterioso. Cuenta con una trama llena de giros inesperados, sorpresas, sospechosos, nuevas pruebas y revelaciones inusitadas. El periodista acaudalado Waldo Lydecker (Clifton Webb) se enamora de una joven llamada Laura (Gene Tierney) tan completamente que su pasión le vuelve posesivo. Muy poco después de contraer matrimonio con un joven y atractivo conquistador Shelby Carpenter (Vicent Price), Laura aparece asesinada. Conmovido por la belleza de su retrato y las encendidas evocaciones de sus admiradores, el detective encargado del caso Mark McPhenson (Dana Andrews) quedará a su vez irresistiblemente embrujado por la figura de la joven muerta.

La película sigue los pasos de la investigación que lleva a cabo el detective para aclarar la desaparición de una mujer de gran belleza. Su rostro, que admiramos en todo momento gracias a la presencia obsesiva de un cuadro, quedó destrozado por el disparo a quemarropa de una escopeta de dos cañones. La víctima había sido convertida en figura idolatrada gracias a los esfuerzos del refinado y cáustico crítico teatral, Waldo Lydecker, que hizo de una muchacha ingenua y nada excepcional el ilusorio objeto de su deseo. McPherson, impotente, observa cómo esta borrosa cara cobra vida ante él por el poder de evocación apasionado del cultivado pigmalión que la amó desde la distancia, bajo la forma de una criatura bella, esquiva y exquisita. Hasta el extremo se deja llevar el detective por tal ilusión, que acaba hechizado por una mujer a la que cree muerta, se enamora de la fantasía etérea creada por su imaginación. Pero a mitad del filme, sin poder discernir claramente si es delirio, sueño o realidad, Laura resucita ante los ojos atónitos del detective, que se había quedado dormido ante su retrato. La secuencia es magistral. El personaje que ha ido configurándose a través de las imágenes por las descripciones de Waldo y Shelby se desmorona con la aparición de Laura porque supone un volver a empezar. El espectador, no obstante, asiste desde el primer momento a la reconstrucción del personaje central a través de las informaciones emotivas-perfiladas a base de autoengaño y sentimiento por parte del crítico Waldo-frías y distantes-que surgen del análisis esclarecedor del detective. Laura, más que una intriga criminal es una historia de amor sublimado que se mueve, ante todo, en los sutiles límites que separan la realidad del sueño: la convocatoria de un hombre enamorado de los fantasmas del pasado y de la mujer que ama. De hecho la historia policial de este fascinante filme queda relegada a un segundo término, pues prevalece el hechizo de su atmósfera onírica y su poesía. Su aparente sencillez narrativa hace que se devore como un suspiro, no disminuye la hondura y la complejidad del filme. Laura es mucho más que una película de género.

Podemos admirar a esta obra maestra por muchas cosas: por su capacidad para que nos identifiquemos con los malos (es imposible no sentir cierta simpatía hacia Waldo), por poseer los protagonistas más luminosamente turbios que se han visto nunca, por la hipnótica secuencia de la primera aparición de Laura y casi todas las anteriores y posteriores, por la cinta que escupe sin prisas y sin pausas la cáustica boca del mordaz e irreverente narrador de la historia: "no escribo con estilográfica, sino con una pluma de ganso mojada en veneno". Por la espléndida fotografía en blanco y negro del novel Joseph LaShelle, ganadora de un Oscar. Por la música, más concretamente el leit motiv, de David Raskin, utilizando con profusión, gusto e inteligencia, y que se convirtió en una de las piezas más grabadas e interpretadas de la historia de la música. Por ir desenredando las rutinas del cine negro e introduciendo en ellas joyas de creatividad por donde transcurren en este magnífico, vigoroso y persuasivo filme, tan endiabladamente bien construido y sin un solo fallo. Delicada, exquisita, por momentos vibrante y siempre melancólica, maravillosamente bien escrita, eficazmente filmada, e inolvidablemente, autentificada por la perfecta simbiosis de los actores con sus personajes, en especial la de la espléndida Gene Tierney con su célebre personaje ya indisociable de la actriz que creó uno de los seres más subyugantes, vulnerables y bellos que nos haya legado el Séptimo Arte. En general todo el trabajo realizado por sus actores son el resultado de un monumento del arte interpretativo, constituye un extraordinario testimonio de una concepción de la creación sólo calificable como clásica y, por tanto, imperecedera.

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