Julio Castro – La República Cultural
Un viaje de ida y vuelta, la repetición de una historia en diversos puntos de vista, con perspectiva y a diferente velocidad. Un encuentro entre seres humanos que, en un descuido, danzan con el mobiliario. Mirar a través de los objetos y poder conocer el otro lado, las otras maneras de ver.
Esto podría recoger el recorrido del trabajo que Sharon Fridman desarrolla junto a Arthur Bernard Bazin y Antonio Ramírez Satbvio en su Al menos dos caras, un proyecto de danza y dramático, en el que se explora el movimiento en relación al entorno, a los otros, al espacio, donde parece que uno consigue dar vida con su cuerpo a quien se deja mover y posicionar en un espacio vacío, en tanto el que lo mueve no posee identidad propia, como si se tratase de una transferencia del yo, o de la cesión de la propia vida para que alguien, que no posee voluntad de acción, posea una por suplantación. Como el movimiento del guiñol con las manos o los hilos.
Lo que no puede recoger ese enunciado es la emoción y la tensión artística de la interpretación que son capaces de trasladar al público, como tampoco demuestra la idea de innovación que abre esta vía, al incorporar distintos aspectos de la escena, que ya no se limita a los dos sentidos del espacio más la verticalidad sobre el suelo, sino que añade una nueva dimensión en altura, que podría comprometer el sentido del movimiento horizontal en la verticalidad, como hace Arthur Bernard Basin, a partir de los diseños de Sharon Fridman y la dramaturgia de Antonio Ramírez-Stabivo. Tanto Arthur como Antonio han tenido su vinculación con la Escuela de La Usina, el uno como alumno, el otro como docente, y ninguno de los dos forman parte de la compañía de Fridman, pero parece que el lazo común tira de las personas y las lleva a juntarse en proyectos de terceros para enriquecer los lugares comunes.
El movimiento conjunto, que acaba conduciendo a toda una habitación en danza, crea un carrusel de muebles que rueda entorno a los personajes, para terminar (¿terminar?) en un movimiento coordinado que acaba por transferir las voluntades. Y pregunto si se trata de terminar, porque a continuación se repetirá la acción de principio a fin, pero con la perspectiva contraria (la otra cara) vista a través de los obstáculos que antes no dificultaban la visión, pero a una velocidad desenfrenada.
La propia ejecución lleva una tensión tan elevada en los últimos momentos que, justo a mitad del desarrollo, desencadena los aplausos del público, justo en el instante en que se rompe esa tensión con la inmovilidad de sus actores en el suelo: es espontáneo, no es el final, pero podría serlo porque han llevado al observador a la cumbre de la acción. Pero sus creadores han querido darle una vuelta más, afortunadamente en tono más ligero, por lo que podemos captar la idea sin cansarnos del trabajo. Un juego que trasciende a las personas y a los elementos mobiliarios en movimiento, a la vez que recibe el toque mágico de las iluminaciones en picado o a contraluz, de una manera que intérpretes y elementos son tocados mágicamente por la iluminación inversa a lo que es de esperar, para sorpresa del ojo que los observa, dando alas a la imaginación a la vez que no oculta nada de la escena.
El excelente movimiento e impresionante sentido del equilibrio sobre objetos en movimiento que demuestra Arthur Bernard Basin, pero también el enorme trabajo de compenetración a la hora del movimiento a dos con Sharon Fridman, los tiempos bien calculados y llevados a la escena, el concepto del espacio… Es un todo que hace que este trabajo, eminentemente de danza, haga saltar al público de sus asientos durante su ejecución y también al final.