Julio Castro – La República Cultural
Lo que pasa es que tenemos tan asumidos los roles de la sociedad, como los que se encuentran en la forma de enseñarlos y aceptarlos. Por eso, el chaval de la última fila es un golfo, que no quiere estudiar y que nunca llegará a nada. Y además, en el sistema de enseñanza-aprendizaje de estos tiempos nada sobresale, nada puede ser mejor.
Realmente, Mayorga toca tantos palillos en esta dramaturgia, que se nota que hace gala de su fundamento filosófico en lo que nos deja para el análisis, pero también del matemático que complementa aquello, porque el análisis profundo del entorno podría conducirnos a aquellos cauces de la ficción de Asimov y su concepto de psicohistoria, basada en los complejos cálculos estadísticos fruto del análisis de las costumbres sociales individuales y colectivas.
Éste, que puede parecer un texto que articula de manera sencilla unas complejas relaciones, es tan sólo un antifaz tras el que se deja entrever por sus huecos un planteamiento mucho más complejo, interesante, … divertido incluso, si conseguimos abstraernos del formato de vida real, para llevarlo a lo absurdo de nuestras propias vivencias.
Es así que, por una de las vertientes de nuestra historia, el que debiera aprender de su maestro, poco tiene que percibir de él, salvo lo que pueda transmitirle de otras personas como una mera correa entre ruedas, como una pieza de engranaje. Tanto es así que, el fracasado escritor, apenas puede darle sugerencias que él mismo no puede llevar a cabo, prestarle libros de los cuales le importa más la conservación que el uso, y hasta transferir el rechazo y desconfianza de su mujer. Todo ello funciona con la consciencia de que el alumno es capaz de lo que el maestro no lo fue. Todo ello hasta que dicha consciencia se transfiere también al alumno, que dejará de nombrarle por esa palabra que tanto le molesta “maestro”: tal vez porque no lo es, tal vez porque no se siente capaz. Pero como es sabido, la prueba de madurez consiste en que el hijo asesina al padre o el discípulo al maestro, y ese es el camino de esta historia.
Si fuera una historia lineal, porque no lo es.
Y es que en el otro costado del personaje se encuentra todo un núcleo familiar, que son el objeto de estudio del resto del entorno, gracias a que nuestro chico de la última fila ha peleado para introducirse en ese núcleo a fin de estudiarlos, de conseguir acercarse a todo aquello de lo que carece y que, pese a todo, sabe y trata como anodino y ridículo: la vida de la vulgar, o gris clase media. Vamos, la de la mayoría.
Creo que a fin de parodiar la situación, Mayorga decide que esa parte de la narración es la “experta” en filosofía, en tanto que nuestro chaval lo es en matemáticas: un nuevo toque del absurdo de su autor, o tal vez un desdoblamiento de su personalidad, que le hace encontrarse con sus múltiples realidades… nunca se sabe a ciencia cierta cuánto del autor queda en una obra.
En esta parte, las cuestiones de familia acaban por ser manipuladas por nuestro estudiante, a través de su compañero al que enseña su especialidad, y del que recibe enseñanzas de conceptos básicos de filosofía. Aquí él conseguirá forzar una historia tipo Mrs. Robinson, donde no llega más allá. Tampoco quiere llegar más allá, ni en esto ni en nada, sino saber que es capaz de ello.
Y ahora, la cuestión no es la posible previsibilidad de lo que va a suceder cuando se aproxima el final, porque a lo mejor el hecho no es tan claro. Quiero decir que el protagonista, como adolescente rebelde y egoísta, consigue ser absolutamente manipulador, lo sabe, pero además de manejar todos los hilos que toca a su antojo, logra que le aporten a él la solución. Y tal vez aquí está lo más profundo de la historia, que me lleva a cuestionarme ¿por qué elige ese final (o esos finales)? Tanto me da protagonista que autor, porque mes seguiré cuestionando el motivo para llegar hasta un punto y no hasta otro, que tal vez hubiese sido el esperable para un chaval lleno de hormonas.
Cada cual se plantee su motivación y, por lo tanto, su final.
El montaje a logrado diseñar, bajo el entorno de las mesas y sillas de escuela, una realidad en la que sus extremos se dedican a lo marginal de la historia, mientras que aquella se introduce, poco a poco, en el núcleo de la acción, de forma que sólo se destacará en la parte más alta aquello que trasciende para el director (Víctor Velasco). Es como si todo quedase al margen, salvo ciertas cosas que destaca el protagonista (Samuel Viyuela). Ya sea la familia en la que se introduce (formada por Natalia Braceli, Rodrigo Sáenz de Heredia y Sergi Marzá), ya sea el propio Viyuela. Pero apenas aparece nunca su maestro (Miguel Lago Casal), por no hablar de uno de los principales objetos finales/iniciales del esfuerzo del estudiante, que es la mujer del profesor (Olaia Pazos).
Cada cual le da al propio personaje el tono más adecuado, de manera que la locura de Olaia Pazos en su intento de salvar el comercio sin mucho sentido que regenta, tiene cierta equivalencia en la situación opuesta pero paralela de Natalia Braceli, la madre de familia. Otro tanto ocurre entre maestro y padre de familia, casos en los que creo que se trata de polos completamente opuestos, salvo en una cosa: el fracaso profesional y el sistemático enfrentamiento de pareja. Así, mientras Miguel Lago consigue imbuir de oscuridad e introversión al personaje introvertido de un maestro resignado a no hacer nada en la vida salvo frustrarse, Rodrigo Sáenz de Heredia otorga el toque frívolo a su vida gris de envidias laborales.
No hay que olvidar que el autor divide la acción de manera magistral, en círculos con intersecciones entre sí, con un jefe de pista en el circo, que es el personaje de Samuel Viyuela, pero que no dejan en la ignorancia el desarrollo de las vidas de cada núcleo, sea familiar, sea de amistad, dando pie esas otras historias que fundan la base del argumento central, y sin las cuales se tambalearía. Creo que la compañía lo consigue muy bien.
Habiendo un único escenario, de sobria escenografía (no en cuanto a la carga, sino en cuanto a la forma), que soporta a su vez a los personajes prácticamente todo el tiempo en escena desde que aparecen, han conseguido hacer un diseño en el que las luces de unas lámparas manejadas por los propios protagonistas (además de la iluminación escénica, claro), resalten sus intervenciones dejando en penumbra mucho de lo que debe desaparecer de nuestro pensamiento en cada momento. Así, y mediante contraluces combinados con luces más picadas, el director secunda el juego de Mayorga, para guiarnos por este laberinto de engaños en que la narración se mezcla con el presente en diversos momentos, reteniendo al público con la vista en su objetivo. Sus personajes son divertidos, son crueles, pero lo más grave de todo es que son reales como la vida misma.
Sinopsis
Es una obra sobre maestros y discípulos, sobre padres e hijos. Un texto sobre el placer de asomarse a las vidas ajenas, y sobre los riesgos de confundir ficción y realidad, que gira en torno al concepto de posibilidad, tema que aparece en tantas otras obras de Mayorga.
Quién no se ha visto alguna vez durante su época de instituto en el brete de escribir una redacción sobre “Mi pasado fin de semana”. Germán es un profesor de Secundaria a cuyas manos llega la redacción de un chico silencioso que se sienta en la última fila.
A partir de aquí surge entre el adulto y el chaval un vínculo tan intenso como peligroso. Peligroso para ellos y para quienes le rodean. Esta relación será el hilo conductor del montaje, dirigido por Víctor Velasco e interpretado por Samuel Viyuela, Miguel Lago Casal, Olaia Pazos, Natalia Braceli, Rodrigo Saenz de Heredia y Sergi Marzá.
El montaje cuenta con un espacio escénico conformado por unos pocos pupitres que se transforman según el punto de vista, creando distintos mundos, opiniones, intenciones y deseos que no siempre son como cabría esperar.
Según palabras del propio autor, Juan Mayorga, los chicos de La Fila de al Lado “han conseguido levantar un montaje intensamente teatral, tan sencillo como complejo, tan inteligente como lleno de humor”.
Un autor internacional
Ha sido Premio Nacional de Teatro (2007), Max a Mejor Autor (2006 y 2008, precisamente por El chico de la última fila) y Max a Mejor Adaptación (2008).
Hablamos de Juan Mayorga, uno de los autores españoles más aplaudidos del contexto internacional. De hecho, sus obras se han estrenado en varios países de Latinoamérica y Europa del Este, además de Reino Unido, Francia, Estados Unidos, Irlanda, Noruega o Portugal.
Este autor polifacético como pocos (licenciado en Filosofía y Matemáticas, músico, profesor de Dramaturgia, y antes de Secundaria, igual que el personaje de El chico de la última fila), continúa ahora su larga relación con Cuarta Pared, espacio que afortunadamente ha visto representadas varias de sus obras desde que albergara su primer estreno, Más Ceniza, texto con el que obtuvo el Premio Calderón de la Barca (1992).