Julio Castro – La República Cultural
Nuestro intérprete en escena echa de menos los cuentos donde las protagonistas son Hadas, o bellas mujeres que luego se transforman en hadas. Pero no las hadas de Disney, sino las de cuentos populares. Y es que su infancia estuvo marcada por la prohibición de estos cuentos que, según el Estado argentino, “dañaban la imaginación de la infancia”. Ángel Pavlovsky opina que el motivo fue otro bien distinto: entonces querían que sólo soñaran con Evita Perón.
Pavlovsky habla intensamente de su magnífica transformación, cuando harto de ejercer de Ángel se dio cuenta de que en realidad era un Hada y que podía transformarse. Cuenta el fantástico proceso, desde el casual encuentro en una carnicería hasta su investidura (con vestido, zapatos, varita y demás atrezzo), eso sí, en el principal mercado de Barcelona. Provocador como siempre, hará sus bromas al público en la distancia, especialmente si no se responde con énfasis a sus sencillas preguntas. Siendo el principal en escena, le acompaña en un lateral su sobrina Martina Burlet, que además de una magnífica llamada de atención con la sencilla habilidad del gesto y la mímica, jugará a los sonidos musicales o de cualquier otro tipo, para acompañar el discurso de esta AngelHada, que se permite criticar todo sin necesidad de explayarse en un punto concreto. Bueno, en realidad son tres personajes en escena, pero ya tendrá ocasión de descubrirlo el público. Y eso sin hablar de aquellos que nuestra protagonista trae a colación en sus narraciones.
Eso sí, parece que AngelHada se encuentra esta temporada bastante IndignHada, o tal vez "AndagnHada", por seguir el juego de su recitado final, y es que no deja de llamar a la AcampHada, y de tocar el horror que los políticos hacen y de lo que nos dejamos hacer.
Afirma Pavlovsky que no ha ensayado nada (¿tal vez nHada?), lujo que se puede permitir porque, al fin y al cabo, él es el autor del texto, además de director escénico y responsable de la producción. Y como resulta que, más o menos, sabe lo que quiere contar ¿para qué tanto ensayo?, así tiene la posibilidad de ofrecer cada día un espectáculo diferente. Y aquí, no sería yo muy partidario de calificar de espectáculo lo que hace, porque traspasa ese límite que tal vez sea más apropiado a un show televisivo, que a este juego de provocación y denuncia. Y es que denuncia hasta los formatos abusivos que últimamente encuentra en escena (Mario Gas, director del teatro donde está representando, incluido en el elenco de criticados), porque ahora resulta que es posible llegar, leer un texto y llevarse la pasta. Ella tampoco se sustraerá a esta moda.
Las luces juegan en escena con sus palabras y sus discursos, desde encontrar y despedir a la infernal rutina, a recrear el momento de su investidura como Hada. Todo ello acompañado con una ambientación que no contiene nada más que una escena vacía, un lugar para reposar tres momentos y la concentración de cachivaches sonoros en el rinconcito de Martina. Y es que “menos es más”, nos dice, “¿no les parece que está limpio?”. Porque se basta perfectamente para llenar ese espacio y otro mayor.
Estamos ante un trabajo escénico de casi dos horas, que pudieran alargarse todo lo que su responsable quisiera, porque al terminar parece que apenas han pasado 60’. En él demostrará que, aunque la finalidad fuese llegar, leer y llevarse la pasta, puede hacerse mucho más en el recorrido, sin caer en banalidades (aunque lo parezca), y sin hacer lo mismo de siempre (aunque haya quien lo espere).
Sobre la obra
Hay generosidad en este encuentro
y hay algo… misterioso, trascendente…
como un encantamiento
que yo siento tan mágico! latente!
que me hace amar este momento…
…esta sutil penumbra.
Amo este oficio mío
de jugar con palabras
de proyectar mi mundo
de estaciones cambiantes y repartir
caricias, serenas, inquietantes.
Amo este oficio mío, de buscar el camino
por medio de palabras con pasos vacilantes…
y mi regreso, en el límite justo
del día y de la noche,
será siempre, el regreso de una extraña oficiante,
cuya dicha, acaso por inmerecida, la hiere,
la convoca en soledad.
Ángel Pavlovsky