Virginia Fernández - laRepublicaCultural.es
Americano nos habla de la fuerza de los lazos familiares, de ausencias precoces y de reconciliaciones con el pasado para poder asumir la propia paternidad. Un viaje hacia los orígenes de la identidad para llevar a cabo una revisión histórica personal, para lograr entender de esta manera el presente del protagonista. Para lograrlo, el actor y director Mathieu Demy se embarca en su primer largometraje, poniendo mucho de sus experiencias personales. De esta manera, en la película inserta fragmentos de película rodados en el año 1981, cuando apenas era un niño y vivía en los Ángeles con sus padres, los cineastas franceses Agnés Varda y Jacques Demy.
El actor usa este material personal para teñir de veracidad la cinta, que adopta por momentos colores y texturas fílmicas propias del pasado. Este elemento se quedaría en lo puramente anecdótico, sino fuera porque este año el festival de cine de San Sebastian dedica una retrospectiva a su padre, el cineasta Jacques Demy, uno de los representantes de la Nouvelle Vague. Mathieu Demy se muestra encantado ante tal coincidencia, entre otras cosas porque enlaza de alguna manera con el tema de su propia película, en lo referente a la importancia de los lazos familiares y la huella que irremediablemente dejan en nosotros, en ese sentido, reconoce la influencia de sus padres en su propio cine.
Proyectando fantasmas del pasado
El fallecimiento de la madre del protagonista desembocará en una serie de preguntas, en un momento de la vida adulta en que la posibilidad de ser padre desencadena un conflicto interior sin resolver. Esta es la línea argumental de partida, que le servirá al director para sumergir al protagonista en un viaje, que no sólo será al país de origen, Estados Unidos, sino también en un viaje interior sobre los motivos que le llevaron a separarse de su madre durante la infancia para educarse en París, su ciudad actual.
“Quería reflejar los fantasmas que proyectamos durante la infancia sobre nuestra familia”, afirma Demy, que insiste en que el tema central de la película gira en torno a “la ausencia” de la madre y cómo el protagonista logra gestionar ese conflicto interior hasta comprender ciertas cosas que le ayudarán a resolverlo, a pesar de que otras muchas preguntas que se hace sigan quedando sin respuesta.
El director ha trabajado junto a figuras actorales muy dispares, como es el caso de Geraldine Chaplin, que interpreta a una de las amigas de la madre y que se encarga de aportar la combinación justa de dramatismo y humor. La sensual e incombustible Salma Hayek, en el papel de Rosita, una prostituta mexicana que se hace pasar por una amiga de la madre protagonista y el actor Carlos Bardem, que en este caso hace del chulo de Rosita, y que en cierta medida encarna al “malvado” de la cinta.
En esta historia sencilla y compleja a la vez, el actor se paseará por un mundo onírico nocturno, que oscila entre el western y el ambiente de los bajos fondos. La búsqueda de respuestas le llevará a toparse con personajes pertenecientes a una realidad totalmente ajena a la suya.
El director reconoce que tuvo que ser muy metódico, a la hora de poder ejercer de actor y director a la vez. En ese sentido, los actores han coincidido en ensalzar su talento no sólo delante, sino también detrás de la cámara. Una experiencia que apenas acaba de comenzar.