Julio Castro – La República Cultural
La unión de los cuerpos no siempre es permanente, y la elección de aquellos cuerpos a los que unirse no siempre es libre y gratuita. De ahí que las uniones puedan ser desiguales y que, en ocasiones, el desequilibrio acabe en situaciones como las que Jaques Brel escribía y desgranaba a lo largo de su bello Ne me quitte pas, que fue una de esas canciones de desamor más hermosas, y que en tan numerosas ocasiones acompañaría a las grandes rupturas de la vida, en su época y mucho después.
El tema, tomado en parte por este trabajo que dirigen David Picazo y Marta Azparren, en el que por medio de un formato más danza que teatro, recorren la abstracción de situaciones aleatorias y heterogéneas de la vida y de los encuentros y relaciones, pero, sobre todo, de las consecuencias en una ruptura en la que hay una dependencia absoluta, frente al rechazo o al desapego, que convierte al dependiente en adicto dispuesto a cualquier cosa.
Correr, dar vueltas, buscar a alguien, atraparlo y abrazarlo o sujetarlo en el aire hasta no poder más (incluso después de no poder más). Abrazar la relación muerta y abierta en canal, o golpear con rabia esa pieza que queda colgada en el aire. Beber agua de un cuenco donde suena el eco del vacío, besar un cartel con la imagen de ese amor, amplificar los sentimientos sin palabra con un micrófono… abrazarte y tocarte, apoyarme en tu pecho y seguir haciendo exactamente lo mismo, incluso cuando no estás, cuando ya te has ido, cuando sólo queda el aire.
Todo deja marcas, desde el agua esparcida en el suelo que irá desapareciendo, hasta la lejía que marca la camiseta para siempre de manera indeleble. Y al final el llanto puede no ser más que el gesto del llanto, como un rictus que no se va.
El equipo que desarrolla este trabajo nos propone un recorrido más hiperrealista que surrealista, tanto en las acepciones más convencionales de ambos términos, como en la manera más amplia de transmitir y comprender los significados de las situaciones simples, expresadas en términos complejos, o de las situaciones complicadas que se muestran de manera más evidente. Dentro de este trabajo, Jesús Barranco, Mar López, Ismeni Espejel y David Picazo se mueven entre momentos de coreografías más colectivas y otras situaciones de trabajo más individual, teniendo en cuenta que la acción de cada cual siempre tiene un referente a su situación respecto a otro. Tal vez por eso quienes diseñaron la pieza hablan de un intento por soldarse los cuerpos que, pese a los sucesivos distanciamientos, no acaban de separarse. La ejecución musical en directo de Pablo Martín Jones acaba llevándole a abandonar sus equipos de sonido para intervenir también en la pieza.
Un conjunto semiarmónico a lo largo de su desarrollo, que puede ser interesante en su análisis y para quienes sean capaces de conceptualizar el trabajo, o para quienes, sin más, quieran sumergirse en un trasfondo de ese Brel inmortal, que cree ser capaz de cantar ese llanto a juntar todo, incluso a través de la humillación, y que parece no renunciar a poner su toque personal político intrínseco, en un texto que aparentemente nada tiene que ver, acerca de su bandera, que tal vez interpreta como unión de dos amores rotos (Y cuando viene la noche / para que un cielo arda / El rojo y el negro / ¿Acaso no se unen?), con acepciones de múltiple interpretación. Pero sobre todo, Déjame convertirme en / La sombra de tu sombra / La sombra de tu mano / La sombra de tu perro. Ese Brel que luchó por un modo diferente junto con otros artistas de la música francesa hasta su prematura muerte, sigue siendo recogido en sus distintos aspectos a través de trabajos que miran a una atemporalidad universal.