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Blanca Vázquez - La República Cultural
Los cines estrenan estos días, además de las melosas cintas navideñas, golosos regalos, sabrosas delicatessen como la “francesa” The Artist de Michel Hazanavicius. La lista es larga de reconocimientos en mil y un festivales, entre ellos Cannes, San Sebastián o los Premios del Cine Europeo, además de contar con 6 nominaciones en los Globos de Oro, y por seguro que aparecerá en los Oscar. No me cabe la menor duda. ¿Alguien apuesta? Si tienen ganas de ver algo diferente, que les deje bien el cuerpo, placer cinematográfico de dioses no duden lo más mínimo entre un repetitivo Tom Cruise y esta honra a los primeros cambios en un Séptimo Arte recién descubierto: el traumático (para algunas Star) paso del cine mudo al cine sonoro.
¿Puede una película, en el segundo decenio del siglo XXI, triunfar imitando al cine silente, (cuyo único lenguaje es la música -¡y bendita banda sonora!- y algunos carteles con diálogos) y cuya estética es exclusivamente en blanco y negro? Puede, y lo hace con elegancia. Es más, diría que con populismo. Hazanavicius se ha dejado el puritanismo (de crítico avinagrado) en casa, y ha realizado un film de atmósferas, mímica actoral impresionante, brillos de ensueño con estética fulgurante y más humor que drama. Digamos, asimismo, que tiene mucho de navideño. Tiene una gracia infinita esta producción que muestra el cine de raigambre norteamericana, aquel cine lúdico, entretenido, divertido, romántico y absorbente de los años veinte, y lo hace desde la cuna de los inventores del cine, Francia. Parece una pequeña venganza, “n´est ce pas?”
No es muy complicado, para todo amante del cine, sacar entre estas líneas las figuras de Rodolfo Valentino, o Douglas Fairbanks, Erroll Flynn, John Gilbert o Fred Astaire, en el personaje del seductor actor George Valentin (hacendoso Jean Dujardin). Ni tampoco adivinar a Louise Brooks, Clara Bow, Liliam Gish, Gloria Swanson y especialmente Joan Crawford quién tan bien supo encajar el cine sonoro en el personaje de la estrella Peppy Miller. Hazanavicius que ha escrito también el guión, traza una historia en paralelismo con las propias de la época del cine que va de 1927 a principios de la década de 1930, donde extiende el glamour, aparece (y desaparece) un actor admirado y vanidoso, irrumpe una joven aspirante a actriz en el Hollywood de la fábrica de sueños de entonces (cuando ya el mito de la diva se afianza); no falta una esposa rica que se agria cada día, y un perro listo como nadie. Sin olvidarnos del productor que se abre a todo los cambios si éstos le dan dinero y público. Bien mezclado, con buen ritmo, una música que marca los estados de ánimo y acontecimiento, así como alguna irrupción de lo más extravagante (oímos toda clase de ruidos de objetos cuando se nos da a entender que el cine sonoro es una buena nueva), un drama que parece de capa y espada, con chucho salvador y un amor que siempre ha estado ahí por parte de la joven convertida en estrella (estupenda Bérénice Bejo como Peppy Miller), quien propondrá al productor una solución que satisface a todos y que adelanta la llegada de otro fenómeno, el cine musical que tanto brilló en los años treinta, y que nos dejó parejas inolvidables como Fred Astaire & Ginger Roger o Jeannette McDonald & Nelson Eddy. Milagrosamente bien ambientada, no falta el chofer a lo Erik von Stroheim en El crepúsculo de los dioses, los magníficos Rolls Royce de la época, y el paseo por los estudios de cine.
Claro que el realizador francés se ha centrado exclusivamente en el género romántico y musical, tal vez los más populistas, como he comentado, ya que a nivel artístico el cine expresionista, surrealista, el humor, el cine de terror o histórico, y el cine negro fueron fuente de grandes proyectos entonces e hicieron a la industria poderosa hasta hoy mismo, a pesar de sus altibajos.
