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Inventando a Boris Vian - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

“Uno escribe para sí mismo, naturalmente; pero uno escribe sobre todo para obtener una sumisión temporal del lector, a la que éste se presta siempre desde el momento en que abre el libro, y que corresponde al autor llevar a su fin por medio de su arte”. Estas palabras las escribió Boris Vian en el texto preparatorio de una charla de 1948 y que es de los raros testimonios que nos han llegado de su faceta de conferenciante, pues como buen jazzman la mayoría de las que pronunció fueron producto de la improvisación. Por cierto que dicha conferencia, que ha sido publicada entre nosotros y que responde al título de Utilidad de una literatura erótica (Rey Lear, 2008), puede ayudarnos a entender mejor a este hombre de talentos diversos, que él explotó con el solo afán de seducir y que lo tuvo todo a favor, hasta que todo se puso en su contra.

Inventando a Boris Vian

Dos nuevas ediciones nos descubren una de sus narraciones olvidadas y sus críticas de jazz

Inventando a Boris Vian
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Portada del libro Vercoquin y el plancton

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Inventando a Boris Vian

Portada del libro Escritos de jazz

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DATOS RELACIONADOS

Título: Vercoquin y el plancton
Autor: Boris Vian
Traducción: Lluis Maria Todó
Editorial: Impedimenta
Primera edición: 2010
Formato: 13 x 20 cm. 232 páginas
ISBN: 978-84-937601-9-9

Título: Escritos de jazz
Autor: Boris Vian
Traducción: Palmira Feixas
Editorial: Planeta
Primera edición: 2011
Formato: 14 x 21 cm. 224 páginas
ISBN: 978-84-081033-1-8

José Ramón Martín Largo – La República Cultural

Uno escribe para sí mismo, naturalmente; pero uno escribe sobre todo para obtener una sumisión temporal del lector, a la que éste se presta siempre desde el momento en que abre el libro, y que corresponde al autor llevar a su fin por medio de su arte”. Estas palabras las escribió Boris Vian en el texto preparatorio de una charla de 1948 y que es de los raros testimonios que nos han llegado de su faceta de conferenciante, pues como buen jazzman la mayoría de las que pronunció fueron producto de la improvisación. Por cierto que dicha conferencia, que ha sido publicada entre nosotros y que responde al título de Utilidad de una literatura erótica (Rey Lear, 2008), puede ayudarnos a entender mejor a este hombre de talentos diversos, que él explotó con el solo afán de seducir y que lo tuvo todo a favor, hasta que todo se puso en su contra.

A este seductor que fue Boris Vian, y que era aficionado a esconderse detrás de diversos pseudónimos, lo conocemos peor de lo que nos gusta creer, quizá porque el campo en el que desplegó sus artes es inabarcable, pese a la brevedad de su vida, y quizá también porque la parte de su obra que más se ha divulgado en castellano (sus novelas) se presta fácilmente al equívoco, en concreto al de hallarnos ante un excéntrico, un simple cultivador del absurdo, un ingenioso inventor de palabras. Y no es que en su Francia natal le conozcan mucho mejor, pese a la popularidad que allí alcanzaron sus canciones, las cuales no han podido ser ignoradas por ningún chansonnier que se precie. Porque sucede que Vian pertenecía a ese selecto grupo de artistas que conformó la vanguardia, una vanguardia un poco tardía en su caso, y que en tiempos de aridez y raquitismo cultural como los nuestros tiende a ser tan enaltecida como adulterada, tan alabada por las mentes bien pensantes apegadas al orden y la moderación como finalmente, para mayor tranquilidad de las mismas, incomprendida.
 
Noël Arnaud, que fue escritor y editor, uno de los fundadores de la Internacional Situacionista, se preguntó si acaso Boris Vian no cesó de oscilar entre “la exaltación del amor puro y el odio al amor, a la pérdida de tiempo y de sustancia, a la destrucción, al desgaste del uno y del otro, y al final, deprisa, la muerte”. El mismo autor habló del deseo de Vian de “seres que fuesen al mismo tiempo amorosos, cálidos, delicados y tiernos, sueño de imposible amor que fundiría el sexo y el alma”, y nos recuerda una cita de La hierba roja: “Sexualmente, es decir, con el alma”. Frase ésta última que puede servir de preámbulo a todo verdadero acercamiento a la caleidoscópica obra de este autor nacido en una familia bien pero venida a menos, trompetista que tuvo amistad con Jean Paul Sartre y que publicó algunos de sus relatos en el sanctasanctórum filosófico de su época, Les Temps Modernes, intelectual que departió con celebridades como Charlie Parker, ingeniero, autor de novela negra bajo el alias de Vernon Sullivan, crítico de jazz en Combat, el periódico de Albert Camus, poeta y novelista que tuvo el honor de ver prohibidas varias de sus obras, autor de teatro y de comedias musicales, libretista de un par de óperas, guionista y actor cinematográfico, lista ya excesiva que sin embargo no agota el imposible universo de Vian, al que los dioses, tan roñosos a veces, concedieron una maltrecha salud (sobrevenida ya a la edad de doce años, cuando sufrió una fiebre reumática) y sólo treinta y nueve años de vida.

De este autor nos llega su segunda novela (no la primera, como afirma equivocadamente el editor), Vercoquin y el plancton, de la que ya existió hace décadas una edición en castellano hoy descatalogada. Escrita en los años en que Vian ejercía su oficio de ingeniero en la Association Française de Normalisation (AFNOR), además de actuar como trompetista en una big band de aficionados, no se publicaría hasta 1947, después de que su heterónimo Vernon Sullivan alcanzara un fulgurante éxito, no exento de algunos pleitos con la censura que le llevarían repetidamente a los tribunales, con Escupiré sobre vuestra tumba. Por la narración transitan algunos de los personajes que ya figuraban en su primera novela, A tiro limpio (Tusquets, 2009, titulada en otras ediciones Jaleosas andadas y Temblor en los Andes), tales como “el Mayor” y Antioche Tambretambre, los cuales vuelven a enfrascarse aquí en una aventura disparatada esta vez en torno a una surprise-party en la que se presenta la muy deseable Zizanie de la Houspignole, quien para disgusto de sus pretendientes aparece acompañada de un tal Fromental de Vercoquin. Abundan en la novela el alcohol, el jazz, los juegos verbales y las desmesuras amorosas. Las muy nobles aspiraciones matrimoniales de “el Mayor” le llevarán a enfrentarse al temible tío y tutor de Zizanie, lo que permite al narrador ridiculizar a fondo a los mandamases de la AFNOR. El libro no es del todo inofensivo, y contribuyó, todavía en los inicios de la carrera literaria de su autor, a cimentar su fama de inmoral y libertino.

En esos años, Vian ya es colaborador habitual de Jazz Hot, la revista que durante décadas fue una de las referencias obligadas para el género no sólo en Francia. Duke Ellington se había convertido en padrino de su hija Carole, y al propio Vian le habían nombrado presidente de la Subcomisión de las Soluciones Imaginarias del Colegio de Patafísica, al que también pertenecía su amigo Raymond Queneau. A partir de 1950, por prescripción médica, y a causa de su dolencia cardíaca, se le prohíbe tocar la trompeta, razón de más para que se entregue a la redacción de artículos musicales, de los que se publicó en castellano una amplia selección ahora descatalogada, algunos de los cuales han vuelto a editarse este año bajo el título de Escritos de jazz. Aquí, obviamente, entramos en otro terreno en el que no obstante el lector (melómano o no) volverá a disfrutar del humorismo y el ingenio verbal de Vian. Pero será el buen aficionado al jazz el que disfrute de lo lindo con estas páginas que contienen una valiosa información sobre la vida de los clubes parisinos y sobre el Festival de Niza, información, no lo olvidemos, facilitada por un músico que se ha visto obligado a colgar la trompeta, y que puede brindarnos de esta música tanta pasión como conocimiento. A la vista de estos artículos musicales, al lector, que reconoce en ellos la vibración, el chispeante humor y el ritmo sincopado de su frenética prosa, le asalta la sospecha de que toda la obra literaria de Vian, la poética y la narrativa, participa de ese mismo impulso de jam session, de ese aire improvisatorio en el que cabe la frase traída por asociación automática, como querían los surrealistas, y que constituye una verdadera poética que es cualquier cosa menos banal.

Y es que lo que en Vian llaman los remilgados “extravagancia” o “inmoralidad” es algo mucho más profundo en lo que conviene adentrarse si queremos apreciar debidamente el genio que de su obra, ya que no de su vida, nos ha legado. En efecto, Vian no dio la espalda ni por un instante a la conciencia de su mal ni a la casi certeza de una extinción prematura, lo que alimentó su ansia por la vida y una obra que es toda ella una afirmación del deseo de imponerse sobre la muerte, de lo que dejó sobrada constancia, por ejemplo, en su memorable poema No me gustaría palmarla. Bajo esta luz, la totalidad de su obra puede leerse como una celebración cotidiana del provisional triunfo de Eros sobre Thanatos, triunfo de un espíritu libre que para perpetuarse no requiere más que un infatigable amor. De ahí su necesidad de seducir, necesidad que Vian expresó en cada una de sus creaciones y que en su poema La misa en Jean Mineur, editado clandestinamente en 1957, resumió así: “Amigos, quiero eyacular / todo el viejo semen acumulado / en la botica de mis cojones”. He aquí la divisa de este bisonte aficionado a ultrajar costumbres.

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