Julio Castro – La República Cultural
Enámbar Danza presentaba recientemente dos trabajos, El espacio del sueño y Scorpio, dentro del ciclo El Trielemento, que se desarrolla anualmente en la madrileña sala Triángulo. Dos piezas con características generales muy diferentes, tanto en ejecución como en sus orígenes y concepción, y con resultados visuales divergentes.
El espacio del sueño, el primero de los trabajos, parte de una concepción multidisciplinar que, en su primera creación, incluía la instalación de dibujos y objetos, el video, la música y la danza, esta última a cargo de Cristina Gómez, responsable de traer esta ejecución a Madrid (su actividad se divide entre Albacete y Valencia). Este formato se dirige tan sólo a la parte danza, ya que en esta ocasión no cuenta con todos los objetos de la instalación, particularmente aquellos de la exposición artística, así que se refiere a la segunda parte del trabajo original
En él, la bailarina muestra al público un desarrollo basado en el juego entre penumbra e iluminación, de manera que refleja los estadios del sueño y la vigilia, dando a la fase durmiente una mayor actividad y duración. Quiere expresar deseos y temores como mujer. Su cuerpo se dirige hacia unos pequeños olivos que, como se quiere interpretar en el mundo de los sueños, seguramente simbolizan la justicia y la paz, pero también a la mujer con autoridad. En este sentido, la iluminación que recibe el pequeño arbusto hace que proyecte su luz y su sombra sobre la bailarina a medida que intenta aproximarse a su objetivo. El formato de danza cuenta con una parte de trabajo contra el fondo de escenario, que poco a poco se va distanciando y liberando del apoyo, para generar otros movimientos exentos, y que ponen a su protagonista en posturas encontradas con la realidad del despertar, y que se irán transformando en desplazamientos por el suelo hasta aproximarse a su objetivo, pero ese momento desaparece con la vigilia.
Durante el trabajo de danza utiliza mucho el movimiento de vestuario, con un ropaje muy llamativo de colorido y forma que, aunque parece pesado de agitar, tiene un buen resultado en el conjunto. La mayor parte del movimiento tiende a ser pausado y poco agitado, casi siempre en penumbra y con luces de baja intensidad, que fuerzan a destacar el contraste con los instantes de vigilia, pero también de luz en el sueño.
Para Scorpio, la segunda pieza, Cristina utiliza un vestuario muy diferente que, en la sobriedad que da el color negro, tan sólo un aspecto llama la atención y es el conjunto de tiras cruzadas elásticas a la espalda, que le servirán para jugar con el movimiento, pero también con el efectismo visual y de sonido.
En esta ocasión no se levanta del suelo, dado que se trata de simular un sentimiento de opresión transformado en el veneno del escorpión que la transforma al correr por su cuerpo. Por tanto estamos ante una metamorfosis, en la que con las puntas de los dedos de las manos como pinzas, y sus pies, se mueve sobre un escenario, en el que se han espolvoreado blancos polvos de talco como arena de desierto, sobre el que el escorpión danza, con la que se mezcla y vuelca la intensidad de su danza. Apenas diez minutos para el desarrollo de este trabajo, quizá, excesivamente condensado.
Creo que ambas piezas dejan al público con la miel en los labios, pero no estaría de más profundizar en ellos para completar el trabajo escénico. En el primero es comprensible al estar desgajado de un todo más grande, pero en mi opinión el segundo permitiría tener un recorrido mucho mayor, ya que me parece muy bien planteado y ejecutado, quizá incluso, llega más directamente que el anterior, aunque no son comparables.