Virginia Fernández - LaRepublicaCultural.es
Las reglas del juego en esta vida nos las enseñan desde que apenas somos unos niños y condicionan nuestra manera de ver la realidad, incluso de afrontarla. En este viaje real y a la vez conceptual, la compañía Prospéritas y Pau Pau producciones nos plantea en su obra Si esto se acabara mañana una reflexión sobre lo que significa la vida. Lo que significa tener sueños y atreverse a luchar por ellos, aún cuando las reglas marcadas por esta sociedad hacen que en ocasiones sean inalcanzables, o nunca tan hermosos en la práctica como lo eran en nuestra imaginación.
En esta época de incertidumbre, llena de obstáculos, donde la felicidad es algo tan frágil y perecedero, lo único que podemos escoger realmente es la actitud con la cual queremos afrontar los retos y las dificultades que salen a nuestro paso. Los personajes ahondan en las diferentes fases por las que pasamos, en esa eterna búsqueda de la felicidad. Algo que depende en parte de nuestra capacidad para no quedarnos sentados y con los brazos cruzados, sino atentos y siempre dispuestos a recorrer y probar nuevos caminos.
Llama especialmente la atención la puesta en escena, en donde los tiempos los va marcando, por un lado, el reloj oficial y carente de piedad en la concesión de pausas, ese que nos impone la sociedad. Por otro lado, también quedan reflejados los tiempos interiores, esos que vienen marcados por un reloj dibujado y desdibujado de arena, construido por nosotros y nuestra percepción subjetiva del paso del tiempo. En ese intento por hacer coincidir ambos, sin éxito, los protagonistas se apoyan el uno en el otro, escalan, se caen, se levantan, forcejean con la realidad y con sus reglas, con el objetivo de crear otras reglas dentro del propio sistema y mecanismo diabólico de nuestra estructura social, que deja desprotegidos a quienes se atreven a cuestionarla.
En esa huida hacia adelante, los objetivos de nuestro viaje vital pueden tener motivos muy variados. Sin embargo, siempre hay diferencias entre lo que motiva el viaje y lo que finalmente encontramos. Un contraste que nos aboca a la insatisfacción, a la toma de conciencia de que las piedras en el camino en parte nos las van poniendo, pero que también las vamos generando. Fruto de nuestras expectativas, que nunca van a encontrar el molde perfecto. Los seres humanos quizás no estamos preparados para esa felicidad plena, necesitamos en parte afrontar retos, dificultades, motivarnos cada día en esa lucha diaria, huyendo de una vida lineal y vacía.
Una sale de la sala desconcertada, porque en parte tiene la sensación de haberse reconciliado consigo misma. Con esos sentimientos, que al fin y al cabo, son tan comunes en todos nosotros. No se trata de una historia convencional, sino de que el espectador vaya construyendo la suya propia y que ponga sobre la mesa las propias frustraciones, un pasado de lucha en ese intento por llegar hacia alguna parte, las diferentes decisiones y pruebas a los que personalmente nos hemos podido enfrentar a lo largo de todo este tiempo, y que explican en parte, el punto en el que nos encontramos hoy. La habilidad del guión es hacernos sentir cercanos al mundo interior de los personajes, que se mueven por esos “lugares comunes”, y a la vez, esos lugares totalmente subjetivos, según las trayectorias vitales de cada uno.