Julio Castro – La República Cultural
En realidad, esto podría ser tan sólo una historia de desamor retrospectivo, sin mayor interés que el de una tragicomedia, en la que la pareja la componen dos hombres con intereses y formación muy distinta. En ese caso sería algo bastante manido y tradicional. El interés lo encontramos en otros aspectos, como la estructura que define la trama argumental, la forma de ordenación de su desarrollo y la calidad en la interpretación de ambos actores.
La historia comienza al borde de acabar, en un reencuentro de sus protagonistas, tras la ruptura de la pareja, momento en el que utilizarán al público como terapeuta, aunque no coinciden ambos en el deseo y en la manera de solucionar el problema que ha terminado con su vida en común.
El juego que, inicialmente, pone a uno de ellos en el punto de mira respecto a la ausencia de compromiso, o a las carencias de lazos afectivos estables, terminarán por generar ciertos momentos de confusión y engaño al público, en tanto que vamos comprobando poco a poco que los roles están cruzados y que aquello que se podía esperar de la historia, acaba por ser lo contrario.
Es en este desarrollo en el que Felipe Andrés (le vimos haciendo un gran papel en Pacto de Estado), el más retraído y, aparentemente, más inseguro de los dos, se va mostrando progresivamente como un ser retorcido en sus intenciones, cargadas de egolatría y menosprecio hacia l@s demás. Mientras que el personaje de Doriam Sojo, que aparenta ser banal, superfluo y dedicado al culto a su cuerpo y a las relaciones con cualquiera que le pase por delante, esconde en su interior una manera clara y firme de pensar, que no se expresará claramente hasta el final. Creo, además, que los personajes se adaptan perfectamente a las características de ambos actores, por su manera de afrontarlos y expresarlos, ya sea en la forma que Felipe Andrés transforma su interpretación en algo más introspectivo y reservado, frente a la manera en que Doriam Sojo se muestra como un personaje franco y abierto que no tiene dobleces ante su pareja o ante el público, salvo el juego que quiere generar con ambos.
De esta manera, el autor y director Fernando J. López, consigue escapar de los tópicos que podría contener su obra, y alarga el interés de la misma hasta el último momento. A ello contribuye precisamente, esa estructura en la que la historia se va intercalando entre un presente lineal y un pasado que saltea momentos de recuerdos que siguen a la conversación que los protagonistas mantienen en el momento actual. También se muestra el juego con la iluminación que, a diferencia de otras propuestas en las que el pasado puede mostrarse más oscuro y gris, aquí, el director ha apostado por lo contrario, dando más luminosidad en escena a los momentos del recuerdo que, para sus protagonistas, son más importantes que el momento presente.
Momentos más sencillos combinan con secuencias más arriesgadas, ya que no siempre interrumpen el desarrollo con oscuros o con ausencias, sino que se producen cortes en mitad de la evolución de algunas escenas entre tiempos diferentes, para continuar en el mismo punto, pero con un cambio radical entre los instantes de sentimientos de los personajes, con la necesariamente difícil ruptura para los actores.
Desde mi punto de vista, el tema no da mucho de sí en el contenido de la historia, pero desde luego, la puesta en escena y la manera de darle sentido, dicen otra cosa acerca de lo que podría esperarse del argumento. En cualquier caso, dos días en escena han supuesto dos llenos con gente en la calle, de manera que quienes se quedaron sin verlo, seguro que tendrán nuevas ocasiones en la programación madrileña.