Julio Castro – La República Cultural
Una madre y una hija de la misma edad, dos coyunturas muy distintas en tiempos diferentes, la violencia de la mujer en la pareja y el miedo a la maternidad…, pero sobre todo ello el amor y la añoranza entre ambas protagonista de esta historia que llegan a ser más que cómplices de una vida no compartida a partir de una infancia feliz y una experiencia conyugal que no tenemos el derecho de juzgar.
Todo ello en la coctelera de Gracia Morales (autora entre otras obras de NN12), dio lugar hace unos años al tremendo texto de Como si fuera esta noche, que ahora la compañía Martes Teatro (pudimos verles previamente con Baile de huesos) lleva a escena, aunque no son ni mucho menos la primera que hace el montaje y, según me comenta la propia Gracia, es una de sus obras más representadas.
Lo cierto es que desde antes de ir a verla sentía una enorme curiosidad por saber de qué manera resolvían Manuel Galiana y Óscar Olmeda este montaje que dirigen, porque el texto, poco extenso pero muy intenso, indica y presupone tantas cuestiones, como deja otras a la interpretación de cada cual. En realidad, la compañía no arriesga en separarse del original y decide seguir casi al pie de la letra cada una de las señas de identidad de la autora, desde el dedal al mueble castellano, desde el tarareo a las voces en off. Así, la compañía pone todo su esfuerzo en la intensidad de Susana Sanz y Julia Sanz, que tienen que configurar dos caracteres muy diferentes, unidos por un nodo común que las ata a su pasado, sin que puedan huir del mismo.
De esta manera, el carácter algo apocado, aunque no débil de Mercedes, una madre a la que Julia Sanz da vida, le hace sufrir uno de cada tres fines de semana la misma secuencia que conduce a las discusiones con el marido borracho y que hace presumir ese final que cada semana escuchamos una o varias veces en los informativos. Es la hija, Clara, en este caso Susana Sanz, quizá más fuerte y también más tierna que la madre, la que tiene otra vida y puede contar con la posibilidad de cambiar su futuro.
No es una historia que se repite, que se calca de madres a hijas, como pretenden hacernos creer en la sociedad. La autora ha querido mostrar a dos mujeres enlazadas que tienen su momento de decisión, su punto de inflexión, en ese mismo día, 25 de julio, y cada una debe escoger su camino, cuyo origen y destino nada tiene en común, salvo el de ser mujer, el de ser madre e hija, y el de la necesidad de compartir esos instantes delicados.
La iluminación apoya la división escénica en dos mundos y dos tiempos que no corren paralelos, aunque se muestren así. Sin embargo, las protagonistas se cruzan en los textos o se aíslan a voluntad rompiendo con cualquier convencionalismo que quiera dar linealidad a las escenas que, sin embargo, corren esporádicamente a la par. La canción que elige la autora, ese Bésame mucho, tiene un sentido que se ve completamente tergiversado, porque lo que Consuelito Velázquez creó como una canción de amor y pasión en pareja, se acaba convirtiendo en canción de cuna que une a madre e hija, en esa soledad que se ve compensada por momentos: una canción compuesta por una mujer de gran peso, para dos mujeres que deben lidiar con la vida.
Digo que en esta ocasión no se trata de juzgar la situación del hombre en esta relación, especialmente por la obviedad del asunto, pero eso no quita que cada cual saque sus propias conclusiones y atienda a lo que hay, a lo que vemos en nuestro entorno y a lo que a veces es responsabilidad de tod@s, pero el compromiso de la autora y de la compañía queda perfectamente retratado en esta escena de familia, de presente y de pasado; el futuro… el futuro tratará de hacerlo cada cual.