Julio Castro – La República Cultural
Hay distintas maneras de aproximarse a las cosas, como en este caso, la compañía Acciones Imaginarias nos lleva a una visión diferente respecto a la cuestión del consumismo en la sociedad. Mediante una serie de escenas aparentemente no conectadas entre sí, los personajes que muestran Eva Egido Leiva y Ramón San Román a lo largo de este trabajo, recogen en esencia distintas maneras de adquirir elementos que la sociedad nos hace suponer indispensables para sentirnos parte de ella y para ser vistos “normales”.
Nadie se para a pensar qué ocurriría si no entramos en esos roles, o bien, qué ocurría hace unas décadas, cuando las varas de medir de la sociedad eran completamente diferentes. Es más, ¿qué ocurrirá dentro de unos años, cuando portemos esas cargas de los roles adquiridos y las modas sean diferentes?
Podríamos pensar que la acción se compone de secuencias inconexas, en las que los personajes, mediante su similitud conectan una situación con la siguiente. Esta consecución de hechos puede tener ese punto en común en algunos casos, ya que Las secuencias en las nos sumerge la compañía Acciones Imaginarias establecen puntos en común que dividen la trayectoria de vida humanas en nuestra sociedad de consumo en compartimentos aparentemente estancos,
Pero si el teatro se entiende como una linealidad vital, no comprenderemos muchas de las realidades de las artes escénicas, pero tampoco habremos captado las innumerables posibilidades que nos ofrece una vida.
Y es que las vidas tienen un recorrido supuestamente lógico, desde la concepción hasta la muerte, un trayecto en el que ocurren muchos avatares, algunos habituales, otros fuera de lo normal. Nadie sabe cuál le tocará y muchas posibilidades quedan abiertas al azar y a nuestras decisiones.
Así lo conciben en esta acción teatral, para lo cual organizan la secuencia en momentos que nos muestran desde la desesperación de necesitar concebir una criatura en pareja, porque de lo contrario nos mirarán mal en el entorno, hasta la desesperación de poder decidir cómo morir. Entre estos dos puntos, distintas cuestiones “comerciales” atenazan a los personajes del montaje, en el que muy acertadamente juegan con la proyección de videodanza sobre un fondo que sugiere pero no interrumpe la acción teatral. Y es que han conseguido engranar ambas partes, de manera que se complementan y no componen partes disociadas entre sí, aunque puedan verse de forma independiente.
Por una parte, las imágenes de danza contrastan texto dramático con acción proyectada, como en el caso de alguna de las apariciones de Ramón San Román, en que él avanza en su descripción de forma dinámica, mientras una figura se detiene en la proyección tras él, con los brazos en cruz.
Otro juego diferente con las imágenes interrelaciona anuncios en cadena proyectadas sobre el lienzo, con la manera de percibir el bombardeo por parte de la persona, o incluso en la forma de transmitir ese batiburrillo de mensajes sin sentido aparente.
Al margen de la propia acción, se consiguen efectos muy interesantes mediante las proyecciones, creando una iluminación muy interesante que sustituye en ocasiones al resto de luces de escena, enriqueciendo especialmente la escena de Eva Egido en el papel de yonqui, donde además, su fluidez verbal parece no tener límites, pese a su aparente situación entre el “colcón” y el “mono”. Un personaje el de esta mujer, que la muestra colgada de la coca, pero también de otras muchas cosas, un personaje que tiene miedo de sí misma y de todo lo demás que la rodea.
No se trata tanto de recrear una historia particular, como de reunir en el trayecto distintas situaciones que se dan en nuestra vida o en nuestro entorno y que reconoceremos fácilmente, aunque ahora las veamos desde otra perspectiva: los niños, las vacaciones, los atascos, la playa en verano, las clavadas económicas estivales, las vacaciones navideñas… En el camino que hace, parece que la compañía tiene muy claro lo que quiere contar y lo cuenta, y también hasta donde quiere llegar y allí es donde termina. Seguro que el público es capaz de encontrarse con muchas de estas cosas y ver los límites que se nos imponen.
A Eva Egido Leiva la hemos podido ver en trabajos como Adiós mi España querida, o Incrementum, donde ya queda claro que es una actriz con gran fuerza y comprometida desde su trabajo. Ramón San Roman me consta en trabajos como El pequeño grano de arena. Por su parte, la compañía comparte el diseño dramático de Eva Egido con Rubén Vejabalban, también presente en los anteriores trabajos, y han llevado sus obras por numerosos lugares, ya sea de España, Europa, Latinoamérica y Norteamérica.