Julio Castro – La República Cultural
A mucha gente no voy a descubrirle quiénes son Pilar Gómez o Fernando Soto, ni el gran trabajo de la actriz y el director en este monólogo (que es de ambos) que lleva varias temporadas reponiéndose. Y es que cada semana está casi lleno al completo. Pero como no había tenido ocasión de ir hasta hace unos días, creo que merece la pena decir unas cuantas cosas sobre el conjunto.
Sobre un texto perfectamente articulado por ambos, Pilar pone todo el fuego que se puede poner en un recorrido que, atravesando distintos momentos, no cae en la evidencia en ningún momento. Recibir al público a porta gayola tiene su aquel, aunque cada vez se utiliza más, lo que no es habitual es recibirle desde el vestuario, acabando de arreglarse, mientras comenta sus cosas con quienes van entrando. Y es una manera divertida de “entrar en calor” en el espectáculo (aunque sea con poca ropa).
El trayecto por el que acompañaremos a la actriz no es ajeno a nadie, porque se mezclan los miedos y las alegrías de tod@s, las fobias y los problemas con familiares, amistades, trabajo,… incluso esa madre que no deja de llamar (en los momentos más peculiares) para decirle lo que hay en su vida. Lo que no vivimos cada cual, lo vemos bien cerquita en quienes nos rodean.
No sé aún qué es lo mejor, si todo lo que cuenta, la forma de llevar a cabo su actuación, el diseño escénico o la agilidad del conjunto. Partiendo de que la idea, sin irse a otro mundo, no deja de ser un enorme trabajo, el desparpajo de la actriz hace sentir al público en un sillón de su casa, participando de la conversación de alguien conocido de toda la vida. No la típica amiga pesada que cuenta sus penas, sino la que dice “verás como voy a hacer que te interese lo que te cuento”, y lo consigue.
El diseño escénico, que en un primer momento no me pareció nada del otro mundo, pero, poco a poco, consiguen integrar todos los elementos separados y distantes en un conjunto ligado. A través de él, Pilar Gómez irá introduciendo su vida, a partir del momento en que asume la vestimenta que la acompañará, desde las referencias a la infancia hasta la actualidad. Para ello parte del descubrimiento de su propio cuerpo y, claro, de la superación momentánea de sus miedos, esos que la pueden dejar paralizada en escena.
Todo es objeto de humor y chanza (no necesita recurrir al público para eso, somos meros receptores integrados en su discurso), y tampoco se preguntará si quienes están en su entorno coinciden o no con sus planteamientos: son suyos y allá cada cual. En el escenario, se cocina sus penas y se las traga (literalmente), y se lava los rastros en el cuerpo con agua y alcohol. Todo con un humor y una energía difícilmente superables. Seguramente, nada de esto le hará estar “mejorcita”, pero al público, desde luego, le hará pasar un gran rato en su periplo vital.