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Por si no sabes cuál es la violencia… - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Me cuesta mucho responder a la violencia, me cuesta una enormidad evaluar las barbaridades que vivimos por parte de la gentuza que ocupa el poder sin apoyo ciudadano, y que estos meses somete a la violencia, el robo y la usurpación de la libertad y de los más elementales valores democráticos a la ciudadanía española… y del mundo. No soy minero. Desde hace más de veinte años desempeño un puesto para servir a la ciudadanía, para tratar de retener a los perros del poder en el ejercicio de sus tropelías, busco la manera de favorecer al pueblo en la mejor distribución y reaprovechamiento de los impuestos que debieran equilibrar sus vidas. Intento que se administre lo suyo equitativamente (no diré justamente o legalmente, ni soy yo quien para erigirme en justo, ni nada más lejos de querer aplicar su legalidad). Desde hace mucho sé que la batalla es eterna, pero que la violencia debe estar limitada y reprimida: es la única represión admisible.

Por si no sabes cuál es la violencia…

La Marcha Negra en Madrid
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La Marcha Negra en Madrid

Foto: Julio Castro.

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La Marcha Negra en Madrid

Foto: Julio Castro.

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Julio Castro – La República Cultural

Me cuesta mucho responder a la violencia, me cuesta una enormidad evaluar las barbaridades que vivimos por parte de la gentuza que ocupa el poder sin apoyo ciudadano, y que estos meses somete a la violencia, el robo y la usurpación de la libertad y de los más elementales valores democráticos a la ciudadanía española… y del mundo.

No soy minero. Desde hace más de veinte años desempeño un puesto para servir a la ciudadanía, para tratar de retener a los perros del poder en el ejercicio de sus tropelías, busco la manera de favorecer al pueblo en la mejor distribución y reaprovechamiento de los impuestos que debieran equilibrar sus vidas. Intento que se administre lo suyo equitativamente (no diré justamente o legalmente, ni soy yo quien para erigirme en justo, ni nada más lejos de querer aplicar su legalidad). Desde hace mucho sé que la batalla es eterna, pero que la violencia debe estar limitada y reprimida: es la única represión admisible.

En definitiva: trato de hacer la labor que la administración pública debe ejercer por el pueblo y frente a la clase gobernante.

Hay quien dice que soy escritor, porque escribo, y hay quien dice que soy periodista, que no lo soy. Me sobran los títulos que tengo para pensar lo que tengo o para ser lo que soy. Y lo que soy es una persona que hace años dijo “¡basta!, hay que reaccionar”, y amplió su camino de lucha de toda la vida, para tratar de compartirlo con tanta gente y para tratar de descubrir si había posible camino por hacer. Lo hay.

Pero me cuesta la violencia, no creo en ella. Pero tampoco creo en la pasividad ni en prestarse para pelo ante el veneno, porque sólo consigues que te maten y acaben con tus opiniones, así que hoy, ante toda la avalancha de lo que se viene sumando en estos días, semanas, meses y años, creo que no cabe la respuesta de la pasividad y el silencio, de la normas de corrección ante las armas.

Las armas son muchas. Son de fuego y las han empleado hoy, de nuevo, contra gente indefensa: niños y niñas que junto a su familia acudían a una manifestación pacífica, contra ancianos y ancianas que ven en la rebeldía minera la esperanza segada hace tantos años, contra gentes que ayer demostraron quiénes eran los suyos: “la roja” no es un grupo de gente que cobra miles de millones por lucirse, son una selección de gente que trabaja bajo tierra, que se pinta de negro, que usa sus manos, el pico, la pala y los cartuchos de dinamita. Así gritaban anoche por las calles de Madrid centenares de miles de personas “¡Esta es nuestra selección!”. La roja ha venido a Madrid andando, la roja ha venido a luchar por lo suyo, mientras el resto miramos o apoyamos. Pero si sólo ellos luchan por lo suyo, nada se conseguirá.

Pero en la calle y en los despachos, nuestro teatro de la vida se ha hecho pesadilla.

Anoche los mineros (una vez más) y la ciudadanía madrileña dieron un ejemplo de lo que hay que ser. Esta mañana han dado un ejemplo de lo que hay que hacer y de dónde hay que ir. Por su parte, la politiquera (o coctelera de falsos políticos) ha dado un ejemplo de lo que es el fascismo y el rodillo antidemocrático. Y sus matones lo han demostrado y apoyado en la calle… contra mineros y ciudadanía española. Confío en que no les dejemos hacer mucho más, y que sus esbirros se den cuenta de que también están en su punto de mira, como el resto de los mortales de a pie. Anoche se me pusieron los pelos de punta… hoy se me han puesto los cuchillos.

Hoy el poder ha puesto de nuevo de rodillas a la ciudadanía, no sólo a hombres y mujeres de las cuencas mineras, sino a toda la población. No nos engañemos, no castigan al empleado público porque quieran ahorrar (una miseria frente a lo que roban cada día), lo hacen porque han privatizado todo y quieren seguir haciéndolo sin control, sin nadie que les frene y les denuncie ¿quién les dirá “esto no se puede”? Ni sus leyes les dan amparo, por eso deben descabezar al control de lo público.

No nos engañemos, no han querido ahorrar para fomentar la búsqueda de empleo, han recortado al parado sus prestaciones para poder embolsarse los 30.000 primeros millones de euros del préstamo europeo a sus bancos, dejando en jaque a quienes ya habían cotizado esos pagos por desempleo.

No nos engañemos, no alargan la edad de jubilación por nada, sino para tener una clase desempleada, que agacha la cabeza ante todo con tal de llevar un mísero sueldo a casa.

No nos engañemos: el poder político (TODO) vive a nuestra costa, y dirimen nuestras heridas, nuestra violencia, nuestro atraco, nuestra infelicidad, con bellas palabras en un cerco de caoba. Ellos y ellas son quienes nos han llevado a la miseria para poder, a cambio, vivir a todo tren. Ellos son quienes ejercen la violencia, o mandan a su gente a ejercerla.

Y de nuevo acabaremos en sus sótanos apiñados para que nos juzguen los Tribunales de Orden Público, porque, no nos engañemos, la democracia ya no llegará.

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