Concha González – La República Cultural
Resulta que se acaba el Fringe (¿flequillo?… ¡vaya nombre para un “veranodelavilla”!) en el Conde Duque con un montaje teatral que viene muy a pelo del momento presente. Resulta que a W. Shaawn le dio un subidón de fiebre y que aquí estamos con las temperaturas muy elevadas y muy acaloraos por la falta de parné para poder refrescarnos… y parece que el otoño va a ser más caliente aún que el verano…
Pues, en estas circunstancias, Israel Elejalde y Alba Celma (y su cello) se plantan en el Conde Duque para ofrecernos su versión de la fiebre aquella de Shawn, que el pobre padeció en un viaje a Nicaragua, lugar idóneo para comprender que el mundo puede estar contenido en Nueva Cork pero que no acaba allí.
Cuentan las crónicas que el autor del texto, metabolizada su particular caída de caballo camino de Damasco… perdón, Managua, fue dando la paliza a sus amigos y acompañantes de cenas y otros eventos sociales. Hasta ahí, normal. Alguien se entera de que el mundo no es como se lo han estado contando, no es como se lo ha imaginado o como lo ha mal visto, y le entra la necesidad de reflexionar en voz alta y contar su nueva visión al entorno.
Trasladada la posibilidad a España, la ocasión la pintaban calva. Por temperatura socioeconómica y por final de un mundo conocido. Israel Elejalde se lo ha trabajado muchísimo y ofrece un discurso cambiante, complejo, a ratos abrumador y, por momentos, angustioso en la búsqueda de una explicación…y la dirección de Carlos Aladro se nota para bien en el montaje. El duro monólogo está acompañado por Alba Celma (apenas tres frases casi al final de la obra pero un cello oportuno y hasta travieso que entra en juego con el verborreico lúcido que deambula por el escenario intentando explicar y superar que acaba de entrever algo distinto) y por una pantalla de video en el que aparecen más palabras que imágenes (o palabras como imágenes o palabras que se relacionan en pantalla mientras las pronuncia o no el personaje) y, de esta manera, tenemos a un solitario parlanchín angustiado que intenta hablar con el público pero habla para sí mismo, para entenderse en este nuevo mundo que acaba de reconocer.
Lo entendimos perfectamente.
Al final se aplaudió con ganas, con justa largueza. No sonó ni un móvil.