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ISSN 2174 - 4092

Sexo, mentiras y Assange - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

La escena se lee en La familia de Pascual Duarte, de Cela: un gañán que maltrata a su mujer, además de embarazarla regularmente, sale los domingos del chamizo que habita junto a su prole y se sienta en una piedra, desde la que proclama: “Venid, familia, que os voy a leer el periódico”. A esta orden, la chiquillería medio famélica y medio desnuda peregrina hasta el lugar donde espera el padre, seguida por su madre, que lleva un ojo a la funerala. Todos se sientan en el suelo. A su alrededor, hacia cada uno de los puntos cardinales, no se ve más que una llanura polvorienta, seca e inhóspita. Y el padre, en medio de un silencio aterrador, empieza la lectura.

Sexo, mentiras y Assange

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Foto: cortesía de José Ramón Martín Largo.

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Foto: cortesía de José Ramón Martín Largo.

José Ramón Martín Largo – La República Cultural

La escena se lee en La familia de Pascual Duarte, de Cela: un gañán que maltrata a su mujer, además de embarazarla regularmente, sale los domingos del chamizo que habita junto a su prole y se sienta en una piedra, desde la que proclama: “Venid, familia, que os voy a leer el periódico”. A esta orden, la chiquillería medio famélica y medio desnuda peregrina hasta el lugar donde espera el padre, seguida por su madre, que lleva un ojo a la funerala. Todos se sientan en el suelo. A su alrededor, hacia cada uno de los puntos cardinales, no se ve más que una llanura polvorienta, seca e inhóspita. Y el padre, en medio de un silencio aterrador, empieza la lectura.

La situación tiene un claro carácter religioso. El patriarca, elevado a la categoría sacerdotal, consigue a través del periódico entrar en contacto con el más allá, es decir, con Dios, que mediante la letra impresa, convertida en tabla de la Ley, comunica a los feligreses la Verdad.
 
De manera apenas distinta, Dios vuelve a estar presente hoy en la mesa a la que se sientan los amigos y en la que se sirven las apetecibles viandas que ayudan a pasar el tórrido agosto. Entre un trago de cerveza y otro, alguien (siempre un hombre, nunca una mujer, no se sabe por qué) posa devotamente su mirada sobre el artefacto de fabricación japonesa que se encuentra a su diestra. Apoya el dedo índice en la iluminada pantalla y empieza a pasar páginas imaginarias. “A ver qué dice el periódico”, murmura en tono paternal y a la vez casi con ironía, como si hubiera dicho una gracia. Y acto seguido añade: “Escuchad lo que dice Fulano”. Y el sacerdote lee. La audiencia escucha la palabra de Dios con la reverencia que ésta exige. Alguien se queda absorto, con el vaso de cerveza suspendido en el aire, a medio camino de la boca. El compañero de mesa, ascendido en virtud de la moderna tecnología a la clarividente condición de patriarca de la noticia y poseedor de la información, desgrana con voz queda las palabras de la hoja parroquial. A su lado, alguien que ya ha alcanzado el éxtasis asiente con la cabeza. Igual habría podido santiguarse y decir: “Amén”.

La divinidad reviste de razón al propietario del artefacto japonés, como es natural, porque dicho artefacto es el compendio y la suma de nuestra civilización, pero no sólo por eso. Y es que el artefacto, en el fondo, no es más que la magia del hombre blanco, el conector, el ángel guardián que pone al sacerdote en contacto directo con la Palabra. Ésta es la verdadera esencia del acto religioso y la que otorga rango de privilegio al lector del periódico. Y no es para menos. Porque sucede que el periódico está respaldado, a priori, y sea lo que sea lo que se lee en él, por los poderes de este mundo y del otro. Ese respaldo es el que otorga la Verdad, y no el periódico propiamente dicho. Así sucede en España, en efecto. Como es sabido los periódicos de este hermoso y soleado país son todos ruinosos (a excepción del As y el Marca), lo que en puridad, y por respeto a las costumbres de la oferta y la demanda, debería haber enviado a dichos periódicos al carajo hace ya rato. Que la Verdad siga siendo transmitida por los mismos es sin duda un asombroso milagro atribuible a la publicidad de bancos y multinacionales empeñados en que España tenga periódicos, o al menos era así hasta no hace mucho. Ahora ya los bancos y las multinacionales son directamente dueños de la prensa. ¿Y qué es lo que dicen estos periódicos?

De la información internacional hay poco que comentar, ya que el reino de España carece de política internacional incluso respecto a una ex provincia española como es el Sahara, a la que ahora hemos abandonado gloriosamente por segunda vez. En este ámbito, todo lo que podemos leer son traducciones, mejores o peores, y todas del inglés. Pero es que también en lo que se refiere a las cuestiones de la política doméstica la mayor parte del material a nuestro alcance es pura traducción, o adaptación, de lo que dicen por ahí. El resto, que no es mucho, es la voz de los consejos de administración del Banco de Santander, el Banco de Bilbao, Repsol, Endesa y Telefónica. A lo que sólo cabe decir “Amén”.

Los dogmas establecidos por la divinidad, que los agnósticos calificamos malévolamente de prejuicios, tienen la propiedad de impedir a sus fieles ver lo que tienen delante de las narices, de modo que sólo les es dado ver el prejuicio, el dogma, el mito, lo ultraterreno, o lo que ahora se llama “el icono”, que etimológicamente significa justo eso: “la verdadera imagen”. El dogma, como el catecismo, tiene la clave de su éxito en la simplicidad, o mejor dicho: en simples asociaciones de ideas, las cuales permiten que a una palabra suceda, inevitablemente, otra, o un pequeño grupo de ellas, lo que la prensa ha copiado del lenguaje publicitario. Por dicho procedimiento, el lector sabe que la palabra Venezuela se asocia a (y únicamente a) populismo, la palabra Irán a la bomba atómica, las palabras vasco de izquierdas a etarra, la palabra inmigración a “nos roban los puestos de trabajo”, la palabra emigración a “búsqueda de nuevos horizontes”, la palabra Islam a integrismo, y las palabras manifestación de estudiantes a actos vandálicos y antisistema. El método puede reproducirse hasta el infinito, y de hecho se reproduce, motivo por el que los turistas que vienen a España se marchan convencidos de haber visitado un divertido país, lleno de cerveza y de sol.

Es que como bien saben las gentes del oficio hace tiempo que las cadenas de televisión Fox, CBS y CNN establecieron que es preciso concebir y redactar la información como si fuera dirigida a un público de doce años. Admirable forma de comunicación ésta, que aunque no tiene la virtud de informar sí tiene, en cambio, la de devolver a la gente a la inocente, feliz y estúpida edad de Peter Pan.

En medio de esto aparece Julian Assange, a quien nos han condicionado ahora para que veamos como un delincuente sexual. Qué poca imaginación, por cierto, tienen los redactores de Dios y qué obsesión la suya con el sexo. El espectáculo organizado en torno a Assange, de seguro éxito en todas las televisiones, nos ha hecho olvidar de la noche a la mañana las razones de la persecución que padece, así como el contenido de los indiscretos documentos publicados por Wikileaks, documentos oficiales, no hay que olvidarlo, por los que hemos sabido que los famosos “mercados” financieros que nos gobiernan no son en realidad sino un ecosistema de la corrupción, que los embajadores de Estados Unidos ejercían de espías en la ONU, que se ofrecieron prebendas a diversos países a cambio de que se quedaran con prisioneros de Guantánamo, que los helicópteros de la Air Force disparaban por deporte sobre civiles en Bagdad, que España permitió vuelos de la CIA en su espacio aéreo y sacrificó la legalidad a exigencias del Pentágono. Sucede que Estados Unidos, país en el que está admitida la pena de muerte por delitos políticos, opina con razón que la filtración de documentos secretos es un acto político, y punible en consecuencia. La administración del presidente Obama ha hecho lo posible y lo imposible para cerrar el sitio web de Wikileaks, incluyendo coacciones a Amazon, Visa, Mastercard, Twitter y Facebook, además de la modificación de una ley, la llamada Acta SHIELD, o ley contra el espionaje. Con igual coherencia, la misma administración exige a ciertos estados latinoamericanos y asiáticos la adhesión a determinados protocolos internacionales de derechos humanos que los mismos Estados Unidos nunca han suscrito, lo que no les impide incumplirlos a diario. Wikileaks, cuya continuidad es necesaria, constituye un gesto de dignidad y de esperanza en la hoy más arrastrada que nunca profesión periodística, y el asilo político concedido a su fundador por el gobierno de Rafael Correa es un envidiable acto de soberanía que confirma el hecho de que en el podrido Occidente hoy sólo se puede mirar con ilusión hacia Latinoamérica.

La festiva comunión de los creyentes es un acto social de primera magnitud: en su calidad de hijos del mismo Dios, todos están de acuerdo, todos tienen razón. Así, su consenso es la representación del Paraíso en la tierra. Qué molesto resulta entonces, ay, el agnóstico aguafiestas, cuyas afirmaciones son indemostrables ya que proceden de fuentes de información totalmente desconocidas y por eso mismo dudosas, es decir, sin credibilidad alguna. Y es que esas afirmaciones se han formado mayormente en su cabeza, en la del agnóstico, quien con ello, además de ser aguafiestas, es un pedante que se ufana de tener ideas propias. Unas ideas cuya transmisión requiere aburridas argumentaciones que pueden extenderse por tiempo indefinido, privado como está el agnóstico del contacto divino que comunica la Verdad en sólo dos segundos.

Anotaba Karl Kraus en La tercera noche de Walpurgis, recién subidos los nacional-socialistas al poder, que la frase metafórica “poner vinagre en las heridas”, en su sentido de crueldad exagerada e inimaginable, perdía todo valor y significado cuando tal cosa se verificaba en la práctica. Ese poner literalmente vinagre en las heridas, a lo que los nazis eran aficionados, no solamente invalida el lenguaje, sino también la imaginación, pues no es posible concebir crueldad mayor. Con ello, el acto en sí quedaba situado en una esfera que escapaba a toda comprensión, a todo razonamiento y a toda crítica. Si hoy se pone vinagre en las heridas es algo de lo que sólo podemos enterarnos por Wikileaks, ya que la prensa calla, y en consecuencia otorga. En eso consisten la libertad de expresión y la información. Quienes hoy ponen vinagre en las heridas quisieran que sus actos quedaran para siempre en ese limbo superior, inalcanzable a la comprensión, el razonamiento y la crítica, y cuentan para ello con la segura complicidad de la prensa. Frente a esto, nosotros, los agnósticos, debemos apagar el artefacto japonés, declararnos en guerra contra Dios y armarnos de paciencia. Paciencia, sí. Porque si es fácil amedrentar y catequizar a niños de doce años, tanto más difícil y tedioso, y sin embargo urgente, es invitarles modestamente a alimentar, mientras se pueda, el interés por una sana y crítica información.

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