Julio Castro – La República Cultural
Cuando observo la obra expuesta de Paloma Rodera, más allá de lo multidisciplinar, veo que como artista es ser en evolución. Su trabajo aparenta nacer de esa vocación de la niñez que se transforma en deseos de juventud en los que dejando volar la imaginación a su capricho, le permiten tocar distintos palos que, seguramente, acabarán desembocando en un concepto común que unifique todos ellos. Siempre he creído que esto último es el deseo final de cualquier artista que no se encuentre limitado a una técnica única, sino que trate de transformar y de aportar nuevas ideas desde su labor propositiva, pero encontrarlo en los primeros años, se convertiría en una pesadilla de labor realizada que acaba en un camino de vía muerta y que condena a repetir los resultados de los logros una y otra vez.
Por eso es muy interesante encontrar a una joven artista en ese camino de desarrollo personal, que en el caso de Paloma trata de abarcar todo lo posible, desde la pintura a las artes escénicas, pasando por la escultura, la fotografía y todas las combinaciones posibles que se le pongan por delante.
Si bien es cierto que sus creaciones tienen cierto toque que se mueve en el entorno de lo clásico romántico, su base se desarrolla desde las formas más contemporáneas, en las que la abstracción conducen en ocasiones a la síntesis de su manera de expresarlo.
Con un historial de diversas exposiciones, he tenido la ocasión de apreciar recientemente una de fotografía analógica y pintura en acrílicos, que, a lo largo de las pasadas semanas se ha ofrecido en un local madrileño. Así mismo, tenemos la posibilidad de consultar otras muestras, como la que un restaurante madrileño recoge sobre su obra escultórica, con un carácter muy distinto del anterior.
En cuanto a la pintura, cabe decir que nos muestra una realización muy suelta en los trazos de los retratos, una de las facetas que me parece más interesante, junto con los esbozos de paisajes urbanos que, tras el marcado acento en lo sintético, demuestran que ha profundizado precisamente en esa capacidad. Tanto los unos como los otros me dejan la sensación de que una pintura hecha en estudio o con menor premura, daría un gran resultado en el formato de óleo, ya que parece manejar muy bien las texturas en diversas piezas.
Por otra parte, el reflejo del cubismo que capta de las influencias de los maestros de la primera mitad del siglo pasado (y más concretamente con la idea puesta en Picasso, pero transportado a los trabajos de Zobel), tienen una interesante síntesis en trabajos como el paisaje castellano que nos muestra, donde la simple muestra de la imagen evoca esos campos en los que podría aparecer un Machado también cubista o, traído al presente, un tractor en cinco planos diferentes.
Entre las pinturas, como digo, los retratos revelan unos buenos trazos sueltos que, sin duda, merecen un trabajo más dedicado y de estudio. Mientras que entre un paisaje urbano como el de Guijuelo, nos puede dirigir a la estética de Fernando Zobel en lo esquemático y estilizado que, visto en detenimiento, puede ser línea continuista de los otros paisajes rurales y más cubistas. Por su parte, el denominado Red Matisse, nos deja un cierto regusto a un Barceló tardío, utilizando técnicas de efecto más inicial.
Y si la pintura de Paloma Rodera nos muestra un recorrido de estilo en el que maneja las técnicas de la pintura sobre lienzo, en el caso de la muestra escultórica, con piezas de tamaño reducido (de unos 20-50cm en su mayor tamaño), puede observarse que nos encontramos ante el que ha sido su punto de partida y de acceso a la plástica.
Así, es posible encontrar resultados de efecto más inocente en el motivo y su expresión, otros que beben directamente de sus fuentes de inspiración y aprendizaje y, finalmente, los que resultan en la evolución de su joven ejercicio, con un sentido de frescura, incluso en motivos ya muy trabajos.
Entre las piezas de esta muestra encontramos algunas de sentido más clásico, como unas Meninas en arcilla o en barro refractario, ornamentadas con color que, como digo, me parecen de más inocencia en el trabajo. Otras como un homenaje a Rodin dan a entender su punto de partida en la elaboración de las figuras, a partir del que se considera un punto de inflexión en la escolástica tradicional frente a la escultura moderna. Aún pareciéndome Trans la pieza más interesante de la muestra (realmente un conjunto de dos piezas humanas estilizadas, casi tan solo esbozadas), me llama la atención y me resulta más cercana al resto del trabajo y al efecto del conjunto, la Mujer cubista, donde regresamos una vez más al maestro Picasso, con el efecto de la figura estilizada que, sin embargo y como contraste, proporciona una gran sensación de peso y gravedad.
En el apartado fotográfico al que he podido acceder en exposición, creo que la autora tiende a ser más clásica y conservadora, aunque estoy seguro de que en las próximas muestras romperá con lo anterior. Tal vez esta última exposición contaba ya con el requisito previo de estilo, ya que hablamos de una fotografía analógica que, pese a lo reciente de su desaparición como medio habitual para este arte, parece marcar un antes y un después en la historia que nos retrotrae a la imagen del martillo y el cincel a la hora de reflejar la realidad. Es posible que esto influya en Paloma a la hora de escoger sus imágenes para una muestra. Sin embargo, ahora se encuentra en vías de realizar otro trabajo multidisciplinar, donde la fotografía es uno de los pilares y que nos conducirá a la senda del Barroco… ¿es o no es clásica?
Sea como sea, y dedicándose como lo ha hecho también a las artes escénicas, no creo que su multidisciplinariedad deba dejar de lado la escultura o la pintura, donde es seguro que trabaja con facilidad y de manera efectiva.