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Contar historias que nos hagan pensar - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

El Festival de San Sebastián ya va por su edición número sesenta. Si el año pasado evidenciaba una mirada triste hacia una Europa cada vez más decadente, este año he vuelto a descubrir que el cine latinoamericano camina otra vez con paso firme a la hora de contar historias personales y cargadas de sentimientos. Las escuelas de cine que allí han florecido y el olvido de las grandes cinematografías tradicionales a mirar cara a cara al ser humano, les ha abierto un hueco importante. Esta nueva oleada recupera un cine personal, que nos revuelve en la butaca y que a menudo se ha realizado con pocos medios. Un ejemplo claro de esto de removernos en la butaca es La demora, película uruguaya del director mexicano Rodrigo Plá. La vida siempre ha sido dura con los pobres, les ha privado de oportunidades a la vez que les cargaba de obligaciones que no hicieron otra cosa que quitarles el poco aire que les tocaba para respirar. No hay otra vida que la rutina diaria; no hay esperanza que nos haga creer en un futuro mejor, como mucho podemos pensar que se vuelva menos malo. ¿Qué se puede hacer para aliviar las circunstancias, para vivir un poquito mejor? María trabaja a destajo cosiendo para una compañía que le paga por piezas. No tiene contrato, ni seguridad social. Lo que sí tiene son tres niños y un padre que empieza a olvidar las cosas y que cada día le requiere mayor atención. La demora nos habla de la desesperación y de la soledad, de las decisiones que se toman cuando la angustia borra todo hilo de esperanza, cuando la impotencia nos ha hecho olvidar hasta nuestra humanidad. Y sin embargo, los demás, los que nos quieren, siguen confiando en nosotros, esperándonos para aceptar cualquier disculpa con la que justificar una decisión precipitada y no sentida, convirtiendo así la ausencia en un simple retraso perdonable desde el que retomar y continuar como si nada hubiera ocurrido. La demora es una película de tozudez, de gente que todos pensamos que son fuertes pero que rascando esa primera capa nos muestran toda su fragilidad.

Contar historias que nos hagan pensar

El Festival de San Sebastián elige una excelente muestra de cine llegado desde Iberoamérica

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Cartel de la película 7 cajas

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Javi Álvarez - La República Cultural

El Festival de San Sebastián ya va por su edición número sesenta. Si el año pasado evidenciaba una mirada triste hacia una Europa cada vez más decadente, este año he vuelto a descubrir que el cine latinoamericano camina otra vez con paso firme a la hora de contar historias personales y cargadas de sentimientos. Las escuelas de cine que allí han florecido y el olvido de las grandes cinematografías tradicionales a mirar cara a cara al ser humano, les ha abierto un hueco importante. Esta nueva oleada recupera un cine personal, que nos revuelve en la butaca y que a menudo se ha realizado con pocos medios.

Un ejemplo claro de esto de removernos en la butaca es La demora, película uruguaya del director mexicano Rodrigo Plá. La vida siempre ha sido dura con los pobres, les ha privado de oportunidades a la vez que les cargaba de obligaciones que no hicieron otra cosa que quitarles el poco aire que les tocaba para respirar. No hay otra vida que la rutina diaria; no hay esperanza que nos haga creer en un futuro mejor, como mucho podemos pensar que se vuelva menos malo. ¿Qué se puede hacer para aliviar las circunstancias, para vivir un poquito mejor? María trabaja a destajo cosiendo para una compañía que le paga por piezas. No tiene contrato, ni seguridad social. Lo que sí tiene son tres niños y un padre que empieza a olvidar las cosas y que cada día le requiere mayor atención. La demora nos habla de la desesperación y de la soledad, de las decisiones que se toman cuando la angustia borra todo hilo de esperanza, cuando la impotencia nos ha hecho olvidar hasta nuestra humanidad. Y sin embargo, los demás, los que nos quieren, siguen confiando en nosotros, esperándonos para aceptar cualquier disculpa con la que justificar una decisión precipitada y no sentida, convirtiendo así la ausencia en un simple retraso perdonable desde el que retomar y continuar como si nada hubiera ocurrido. La demora es una película de tozudez, de gente que todos pensamos que son fuertes pero que rascando esa primera capa nos muestran toda su fragilidad.

El de Rodrigo Plá es un cine que se enseña pegado a sus personajes, con la cámara tocándoles a cada instante, de sombras y de planos tomados desde un punto extraño que parece mirar un mundo detenido donde nada puede ocurrir, pero que en momento dado, todo tiembla y los principios se caen el suelo sin hacer mucho ruido, pero sin remedio, pues solo estaban hilvanados. Es el suyo un cine que nos habla del proceso de volver a construir un nuevo orden interior desde esas ruinas. Un proceso para el que el director no emite juicios, eso es algo que le queda por hacer al espectador.

Una de las películas más sorprendentes de este festival ha sido 7 cajas. Solo ha ganado el premio del jurado joven, pero no ha dejado de hablarse de ella en ninguno de los corrillos que se formaban. Llega desde Paraguay, un país que produce muy pocos títulos al año. Ayudados por la financiación conseguida a través del programa Cine en Construcción, los directores Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori han hecho una película muy dinámica, que sabe administrar la tensión y de gran impacto visual. La han realizado sin concesiones, con honestidad y con maestría, desde una mirada nueva. Todo transcurre en le Mercado 4 de la ciudad de Asunción, un día cualquiera, donde un muchacho se gana la vida arrastrando una carretilla. Sobre ella va transportando las mercancías de unos clientes que no abundan. No hace preguntas, solo lleva los paquetes donde le dicen. El Mercado 4 es un microcosmos en el que cabe representar toda una sociedad que cada día sale a ganarse su pan en jornadas infinitas que van desde antes de que amanezca hasta mucho después de haber oscurecido.

7 cajas es una película ingeniosa, contada con sentido del humor y con un guion soberbiamente administrado para mantener la atención del espectador en cada momento. Una película de género pero que resulta novedosa por su gran acierto de mantenerse integrada en una idiosincrasia que no pierde sus raíces pero que no tiene nada de irreal para un espectador globalizado, ni en lo exagerado, ni en la vida difícil que a cada uno de los personajes les ha tocado llevar. Es dura porque nos muestra el pobre valor de la vida frente al importe que hay que pagar por un nuevo celular. Una película que no se puede dejar pasar sin aplaudirla.

La película que ha ganado en la sección Horizontes Latinos ha sido El último Elvis. Se trata de un film argentino del director Armando Bo que nos cuenta un momento de la vida de Carlos, un imitador de Elvis que se siente totalmente identificado con él, porque dice que le tocó el regalo de la voz del cantante de Memphis. De alguna forma tiene que soportar la dureza de la vida, lo hace con sus sueños, con esas galas nocturnas que son su verdadero soporte psicológico para aguantar una vida mecánica en una fábrica sin el menor aliciente y de la que quiere huir. Hace años que su mujer le dejó, y a esa hija que tiene apenas si la ve nunca. Carlos tuvo sueños, pero el tiempo les fue añadiendo un sabor demasiado amargo que ya no es el de la nostalgia. Ese viaje interior de un hombre quebrado y ese aire fatalista del que el protagonista se ve incapaz de escapar son los principales valores de El último Elvis. En contra tiene el haberlo contado con demasiada lentitud y el acabar con el final más previsible, el de ese destino que ya estaba escrito pero que todos nos sabíamos.

¡Atraco!, aunque es esencialmente diferente, también forma parte del cine latinoamericano. Se trata de una coproducción hispano-argentina que dirige el español Eduard Cortés. La película nos cuenta posiblemente uno de los robos más demenciales de la historia del crimen y lo hace con solidez apoyándose en dos pilares. El primero de ellos es el gusto por el cine clásico. En eso ¡Atraco! resulta de una factura impecable. En ningún momento trata de esconder que lo que estás viendo no es otra cosa que una película y por tanto despliega todas las armas de la ficción y las mejores técnicas que el arte cinematográfico permiten para ello. Cine grande de entretenimiento, cruzado por historias idílicas en las que aparecen los imprevistos que van tramando un buen guion con inteligencia.

El segundo de esos pilares es el sentido del humor con el que distender la tensión cuando aprieta demasiado. Que uno de los atracadores sea un actor funciona como una especie de válvula de escape que sirve para frivolizar y a la vez nos aporta un punto de vista diferente y nuevo al de los personajes tradicionales del género. Este actor sirve para desesperar a los profesionales, para crear nuevas cuestiones, para que tengan sentido otros valores del presente en aquel pasado, pero sobre todo su función es la permitir aún más que esa patina de cine se impregne en el corazón de una de esas historias que nos parecen que solo pasan en el cine.

Tampoco se escatima en decorados, ni en vestuario, ni en nada que nos haga entrar en una película clásica, que nos de ese gusto a los años cincuenta cuando se contaban historias con las que construir nuestros sueños en technicolor.

¡Atraco! participaba en la Sección Oficial, aunque fuera de concurso, y solo se llevó unos pocos aplausos. A mí, junto con 7 cajas me pareció una de las mejores películas que vi en esta edición, de esas que me gusta recomendar a los amigos para que no la dejen escapar.

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