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Julio Castro – La República Cultural
Cada vez se difunde más el trabajo de Paquita la del Barrio que, para quienes no sepan nada acerca de ella, es una cantautora mexicana, que se dedica desde hace décadas al bolero o las rancheras, por medio de las cuales ataca a la cultura machista. Así que viene muy a cuento en esta historia adaptada a partir de una dramaturgia de Rodolfo Santana, que dirige Sheila Beltrán, y que pone en escena junto a Paul Egozkue, con la compañía Artes Escénicas
Lo cierto es que todo arranca entorno a una canción de fondo de la también medio mexicana Lhasa: “Me entrego a tus brazos / Con miedo y con calma / Y un ruego en la boca / Y un ruego en el alma”, y nuestras cinco mujeres protagonistas empiezan a relatar sus experiencias, o sus sueños más profundos, porque, en definitiva, no sabemos si sus historias son reales o se trata de pura impostura para librarse del daño que sus hombres les han hecho.
Nos encontraremos con mujeres como Camila (Nair Larrocha), que asesinó a su marido, ministro y corrupto, como no, que no se resigna a estar muerto, pese a que ella se lo cuenta una y otra vez. Isadora (Cristina Arnau), que no pudo más con los comentarios de Antón Chósper, su jefe en el bufete legal, acerca de sus quilos y la forma de bailar salsa (“aprende a bailar merengue y engorda unos quilitos”). Teresa que también mata al marido
Dice Camila “¡Aun nuestra maldad es inocente!”, y le responde Angustias “Vivimos asaltando la sequedad de los púlpitos, los mitos del embarazo, los misterios de la pareja”. “No hay nada más solitario que una mujer”, sentencia Camila finalmente. No estamos ante un drama de tópicos, ni ante una comedia que banalice lo trágico, sino frente a una exposición de realidades (ni siquiera motivos), para tantas mujeres que sueñan o que quieren tener el derecho de vivir con sueños.
Entre unas y otras se cuela Chela (Diana Ramírez Ulea), que aparenta despreciarlas, pero que relata asesinatos increíbles, e incluso asegura ser la mano en la sombra que provocó accidentalmente la muerte de Diana de Gales, para horror de sus compañeras (“Todas las mañanas le rezo a Lady Di”, afirma Teresa, “Es una santa. A una amiga le curó la seborrea. A otra le hizo ganar un concurso de belleza”).
Teresa (Eva Ramos) se casó con su marido “porque era el alma de las fiestas”. Con el tiempo aparece como un auténtico esperpento. Entre unas y otras cosas, tendrá que asesinarle: “cocina, que eso te ayuda”, dice Angustias. “voy a Ahogar la licuadora. Pulverizar el horno de microondas. ¡Matar a Rodrigo!”, decide Teresa. Veremos cómo.
Angustias (Susana Cerro) y el viejo coronel que abusa de ella desde la niñez… “vivo en un cuartel que, por lo regular, está hecho para cobijar asesinos”, explica con naturalidad.
Tal vez este, el de Angustias, sea el relato más completo, su multiplicidad de personalidades, lo que provoca, la sorpresa que esconden al final, son determinantes en el conjunto de la historia. Finalmente encuentro que estamos ante un conjunto de personalidades complejas, que complementan a una sola persona, sea en forma de mujer o de hombre. Acaso juegan un poco al yin y el yang, pero tampoco es esto lo importante, sino el resultado del juego que se viene preparando a lo largo de todas las narraciones, y que concluye en un sentimiento final de solidaridad entre estas personalidades múltiples, como aquellas que ya nos proponía la compañía en su anterior trabajo Opción múltiple (aunque de otro autor).
Aquí no intervienen hombres en la escena (¿seguro?), pero ellas hacen dobletes en los papeles, se multiplican en cada escena y sin pausa para conseguir hacer un trabajo dinámico, que no se vuelva pesado con historias tan variadas y seguidas. Si tengo que quedarme con una de ellas lo tengo complicado, aunque seguramente el de Nair Larrocha es el que me parece más auténtico. No obstante, es muy divertida la escena de Eva Ramos como doncella de Isadora, o el momento de Diana Ramírez Ulea como marido que juega al golf.
Si hay algo que faltaría por trabajarse más, sería la iluminación, que se queda un tanto pobre en conjunto, o la distancia de las escenas que ocurren al fondo, y que en ocasiones se distancian demasiado del público y de la acción restante. Pero una vez más nos encontramos ante un interesante trabajo en ciernes, donde la comedia no está reñida con la crítica o con la denuncia, con el análisis social y con hacer que el público tenga varias cuestiones que meditar. Y por fin, nos despide la gran Paquita, con su “Rata de dos patas / te estoy hablando a ti / porque un bicho rastrero / aún siendo el mas maldito / comparado contigo / se queda muy chiquito”.
