Julio Castro – La República Cultural
Cualquier formato es bueno para llevar la memoria de nuestro pasado a un pueblo al que se le ha borrado hasta la intención. Pero esta propuesta que hace Cristina Masson, con la compañía EnClaveDanza logra transmitir la posibilidad de transformar la danza en poesía, o, mejor aún la poesía en danza. Y es que a través de la figura de Miguel Hernández, la coreógrafa y bailarina brasileña sostiene durante todo un espectáculo la tensión de recorrer la figura del comprometido poeta oriolano, no sólo como la figura que fue, sino como el símbolo de toda la represión hacia la cultura y hacia el pueblo que nuestro país ha sufrido a lo largo de décadas.
Diferentes secuencias recorren la poesía apenas evocada sucintamente en palabras, porque han tratado de evitarlas o reducirlas al máximo, pero aunque partan de El rayo que no cesa (“me llamo barro, aunque Miguel me llame”), previo al golpe de Estado del ’36, y prosigue con los contenidos de El hombre acecha, en plena defensa de la II República española, y culminarán con sus últimos textos manuscritos, en grito mudo, arrojados al viento para que se esparzan entre la gente.
Hablan de Miguel, pero hablan de una sociedad que el escritor ve a través de su entorno, y que la compañía de danza traslada a su trayectoria artística. Es un Miguel que puede ser cualquier ciudadano de nuestra República, cualquiera que mire al rico y al militar de aquella época, con sus prebendas y recomendaciones a cambio de favores, de humillaciones.
En cierto momento parece dividirse entre dos opciones, como la que representa su pasado de oprimido y su presente de libertad. Igual que la distancia que le lleva a separarse de Sijé (“compañero del alma”), se acaba traduciendo en el rechazo y la cara más negra de ese crimen apoyado por la iglesia católica. Pero ante el robo, engaño y expolio, sólo le queda la dignidad para hacerles frente.
El montaje, tanto en lo coreográfico, como en lo teatral, responde a cada instante narrativo, y tienen la suficiente fuerza como para conducir la historia y cada uno de sus significados. Me parece que Cristina tiene un peso enorme en la ejecución de la danza, tanto, que aunque Melissa Marín tiene fuerza propia (lo ha demostrado en otras ocasiones con Complutum Danza, en trabajos de la misma coreógrafa y de otr@s), la directora de esta acción artística desplaza la balanza en escena hacia su lado. Algo similar ocurre con Javier Sebastián Muñoz tiene sus propios solos, en los que logra transmitir la fuerza de su propio movimiento, pero el resto de momentos se ve atrapado entre la preponderancia de las dos bailarinas, que arrollan todo con intensidad.
La iluminación juega a la oscuridad en azules para los momentos más tenebrosos o más íntimos, mientras que añade el sepia al resto, dejando una sensación de recuerdos fotográficos de tiempos pasados. En ciertas ocasiones, el montaje es efectista en lo visual, pero respeta el espacio de danza, incluso cuando la libertad de movimientos se ve reducida a una valla o a una celda, que obliga a que se traslade en sentido vertical.
No es la primera vez que veo un trabajo de danza con Miguel Hernández de protagonista, ya que la compañía Arrieritos tiene otro montaje, en el que también se hace un recorrido, pero más personal y más enfocado a la figura del poeta y su mujer.
Aquí, casi todo se convierte en alegoría durante la danza, casi todo es un símbolo en el que no son precisas las palabras para decirnos lo que ya sabemos, y es que la danza es poesía, y que se puede transmitir y convertir la memoria oculta en muestras de vida actual. Ya no me sorprende ver cómo la situación de este país en plena represión, y que se muestra abiertamente en escena, no es más que la reflejo de lo que hoy día estamos viviendo. Sólo nos falta el poeta.