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Julio Castro – La República Cultural
El ser humano en sus limitaciones para la libertad, la desigualdad a ojos de la sociedad, las luchas de todos los tiempos y cómo se allanan en una misma con el paso del tiempo, son temas que parecen encuadrar la propuesta que nos hacen l@s artistas en su montaje. He visto cómo miran al poeta de una manera mucho más profunda que en cualquier ocasión previa, y me han prestado la oportunidad de observar desde un costado lo que siempre nos presentan de frente, plano y engordado, académico, o falto de experimentación y de experiencia. Ell@s nos traen un ser más llano, de nuestros días, como García Lorca: entre nosotr@s compartiendo un universo mágico tangible.
Tengo claro hace tiempo que las propuestas que hace o en las que participa la dramaturga María Velasco, suelen ser serias y fruto del análisis y la experimentación profunda. Como dije hace tiempo, creo que una de sus características e la avidez de conocimientos, y viendo esta propuesta en la que ella se responsabiliza de la dramaturgia (aunque me sugiere un trabajo conjunto de base de la compañía), no me cabe duda de que sigue manteniendo el nivel de sus trabajos. En esta ocasión, de la mano de una directora, Sonia Sebastián, que creo que hace un trabajo excelente, nos introducen en un mundo de controversias y realidades, en el que lo pasado es actual y nuestro momento también es historia, a través de la figura del poeta, o de su propio entorno.
Lo que hace la compañía Teatro de Cámara Cervantes en este montaje tiene mucho que ver con la situación social del momento, pero también con el entorno en que se estrena, porque responde a la idea de lugares ocupados para el desarrollo de la cultura y la sociedad (especialmente en generaciones más jóvenes), y a la situación de un Madrid que por momentos se puede acabar de convertir en “Paletonia” (como decía Labordeta), y que gente como esta trata de rescatar antes de que sean cenizas. Y si nos sustrajéramos al contexto en el que se crea, sin dejarnos llevar en las alas de su montaje, es posible mirar al fondo de un pozo del que sacan el mundo de un Lorca que much@s tenemos en la cabeza, pero que aún es tan visible/invisible como en su propia época. Y es que me parece que el mismo entorno y situación que antes comentaba, tiene mucha relación con lo lorquiano.
Desde el perfil de obras como El público, y Así que pasen cinco años, dramaturga y compañía sustraen a los personajes de los contextos más estáticos, y sus retazos se convierten en otro mundo, desde el que Romeo, Julieta, el caballo negro, o la mecanógrafa, son sujeto de un tratamiento que les envuelve en los temas que rodean precisamente a ese universo de surrealismo, mientras nos exponen de otra manera algunas de las cuestiones que se tocan con matices diferentes (digo, ese “teatro bajo la arena”, que también puede estar presente en la tierra que acoge los huesos del poeta en la fosa común). Obviamente, temas como la homosexualidad no pueden sustraerse de su contenido, y se centran en ciertos momentos, y vienen a recalcar la actualidad de un teatro reivindicativo de hace casi un siglo, con cuestiones aún en conflicto hoy día. Otros personajes y otros trabajos inconclusos del genial escritor vienen a mezclarse en tiempos y situaciones tan imposibles como sus textos.
El funcionamiento de espacios comunes divididos por la acción en la interpretación, la movilidad de la escena y del público, lo que se entiende por teatro en casas o en locales particulares, que en la escena argentina se adoptó hace años, parece que comienza a arrancar en nuestro país, con un formato diferente, con las peculiaridades actuales de nuestro Madrid, y que ya vemos en compañías como ésta o como Turlitava (tan cercana y tan distinta a la vez).
Tomando un elemento entorno al que girar, como es un cráneo de cabra decorado, y los gusanos y fauna sarcosaprofága, la misma que devorara el cuerpo de nuestro autor, discurrirán o irrumpirán momentos y personajes recurrentes que, ya sea entorno a una mesa cubierta y rodeada de tierra (semejante a un sarcófago semienterrado “…allí están los huesos, en una fosa común…”), o en otros espacios, se encontrarán entre ell@s mism@s, ajenos a un público, que no puede estar más dentro de una escena que se hace intensa a manos de sus creador@s.
Una Julieta que no es la de Romeo (Javier Uriarte), y puede ser cualquier otra cosa, pero más real y tangible en este escenario que en otros, porque se transforma en carne y hueso en el cuerpo y la interpretación de Irene Serrano (a la que hace unos años pude ver en un trabajo muy diferente, como es Historia de un imbécil, de Juana Escabias). “Mucha vivienda de protección oficial, pero un gitano es un gitano, un gitano es un príncipe”, afirma uno de los personajes que comparte cierta conducción momentánea del protagonismo en la escena. Y es que, como el resto, todo se mueve entre épocas y no se asientan en un único momento histórico, así que no se sorprendan si sale una pancarta sobre la crisis actual.
Una escena de balcón (bueno, de ventana) con Julieta abajo y Romeo echando una cuerda, displicente y cómico, nos lleva a recorrer otro espacio del local. Y se puede trasladar hasta la actualidad a Helena de Troya (Teresa Vallejo, por cierto, tremendo carácter en escena), porque la tragedia de nuestros días es otra, pero no deja de ser tragedia para el pueblo heleno: “el Partenón se ha llenado de pintadas, y la policía busca a los autores”, pero aprovechan a los mismos personajes para el doble juego, cuando Helena afirma “¡Está ardiendo!”, “¿El Partenón?”, pregunta el poeta, “¡No, la República!”.
Igual que Esosa Omo (al que hemos visto en otra peculiar puesta en escena como Transit), que pasa de ser un policiía antidisturbios que se enfrenta a Romeo, a esclavo casi consentido y maltratado por el Payo/Gitano (Raúl Jiménez, que, por cierto, pertenece también al mundo del cante flamenco), como una especie de reflejo de la sociedad de esclavitudes y amos que aceptamos padecer, y no tiene reparos en afirmar que “el hombre ha llegado a la luna, pero no ha llegado a África”. Pero parece tener su contrapartida en otra idea “donde están el fuego y el sol, están los hombres libres”.
El humor y la ironía de toda la compañía y de su autora sobrevuelan cada instante, a veces como parodia, a veces como realidad, otras con furia y veneno, así que de nuevo Esosa nos dice “yo creía en dios hasta el día en que me subí a un avión; ese día supe que el hombre había creado a dios a su imagen y semejanza”. En cierto momento parece establecerse un juego entre el hombre libre y el perseguido, tal vez en alusión al caballo negro de la Canción del jinete, pero en ella el caballo sería otro oprimido, pero cabe también la referencia a uno de los textos de Bodas de sangre. Y es que se bandean con un autor cuyas referencias se acercan a planteamientos que les son cercanos, en términos de justicia, frente a la discriminación, al sexismo, a los convencionalismos, a lo viejo apolillado, que no a lo clásico… por eso su enorme recorrido que profundiza en un Lorca que yo creo que nunca se ha tocado de esta manera, con una peculiar boda de Bernarda, con la Margarita (Natalie Pinot) que acosa al poeta (Aarón Lobato, al que también vimos en Perros en danza, magnífico trabajo de María Velasco), ser atormentado con su identidad, con una visión del gitano y del flamenco que le son muy suyas (“el duende es un poder y no un obrar”), o que tratan sus ideas con cierta sorna (“el secreto para que un guitarrista deje de tocar es ponerle una partitura”).
Y hasta el final rodearán y focalizarán ideas en momentos, en situaciones que conducen a una visión diferente, con un formato distinto en nuestras coordenadas, que tanto se agradece en la frescura y la intensidad de quienes lo hacen. Si se dejan llevar por el lugar y sus protagonistas, al momento serán, inconscientemente, atrapados por un mundo tan surrealista como lo es la propia vida, pero en un lenguaje de poesía teatral.
