Julio Castro – La República Cultural
En los años ’90, Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro hicieron un film con el nombre de Delicatessen, en el que un tono absurdo y satírico fruto de su humor negro, nos describía la situación de una comunidad en la que lo predominante era el fruto de las más bajas pasiones humanas, en tanto que lo sociable casi brillaba por su ausencia, o era apenas escondido y tratado como un adorno.
Durante el otoño de 2012, la compañía que ha venido dirigiendo Gabriel Molina en la madrileña sala La Usina, ha querido recrear en formato teatral la pieza y el trasfondo de lo que nos mostraban los directores franceses en su momento. Para ello, la primera idea a generar era cómo disponer las secuencias de cada escena, que en el original discurren en los apartamentos de cada personaje, en la tienda del carnicero, o en los pasillos y exteriores.
Así que lo primero con lo que nos encontraremos a la entrada del espectáculo será la original disposición que han hecho del espacio, a fin de poder mantener el lugar de sendos personajes, sin necesidad de realizar cambios escénicos que retrasen o ensucien mucho el trabajo, o acaben aburriendo al público. Para ello, cada familia tendrá su tarima con un cubículo sin puertas que define a cada personaje o grupo de personajes.
La viuda Aurora (Angélica Briseño), que oye a su marido en voces a través de los tubos, con las que los vecinos le toman el pelo para aprovecharse. Roger, el fabricante de juguetes y artilugios (José Sánchez Carralero) que ama y desea en secreto a la viuda, pero no se atreve a decirlo abiertamente. Entre ellos el espacio de Julie (Yaldá Peñas), la hija del carnicero Clapet, casi ciega, que necesita unas gafas para cualquier cosa. El espacio del hombre rana (Marcelo Ramírez), o comedor de caracoles, un viejo militar, extraño, al que todos respetan y temen pese a lo repugnante de su comportamiento, el matrimonio Tapioca (Fernando Bodega y Luz Vaquero), miserables en todo, y endeudados con el resto, pero que odian a quienes les rodean y luchan con ellos por su miserable subsistencia. Junto a ellos vive Mademoiselle Plusse (Beatriz Miralles), amante del carnicero, pero que no le hará ascos precisamente al nuevo encargado del edificio, Louison (Jorge Muñoz), que responde a un anuncio en un extraño periódico, que puede llevarle a la muerte en este edificio. Fuera de los apartamentos tendremos al cartero (Pepi García Garrido) que se comunica con todos los inquilinos, y el carnicero (Hugo Herrerías), dueño de todos y de todo.
Estamos en una ciudad por la que ha pasado un apocalipsis, que ha dejado una estela de falta de recursos y de necesidad de lucha por la supervivencia. Una sociedad en la que dominan los más fuertes, los fulleros y quienes les apoyan. El alimento falta, como también carecen de relación en común. Al menos es lo que parece ocurrir cuando se enciende el cartel de la tienda y el propietario anuncia “¡hay carne!”. Están devorando a los extraños que se atreven a adentrarse por la noche en su territorio, pero también a los propios vecinos si se aventuran en la oscuridad. Y eso… podría llevar la situación a extremos en los que el afecto del recién llegado por Julie, y por el resto del vecindario, desatará un desequilibrio en los poderes fácticos.
Papeles como el del descarado personaje que crea Angélica Briseño, contraste con el fondo que se percibe en la mujer sola, o la falta de rudeza interna en el juguetero, al que encarna José Sánchez Carralero, que en su introversión se convierte en niño, aunque su pasión es una mujer mayor, rayan con los contrastes del resto, ya que todos los demás vecinos y vecinas van a su papel a su historia, dividiéndose en dos: quienes se mueven por amor ajeno, y quienes se mueven por el amor propio, es decir, miserables o no, pero egoístas siempre. Pero me parece que estos dos personajes son los más auténticos de la historia, y que su altruismo común es el que desencadenará la solidaridad del resto.
No sólo el diseño escénico, sino el ambiente no armónico que crean las luces, donde se fuerzan pequeños espacios muy iluminados frente a superficies mayores apenas en sombras o contraluz, sirven para subrayar el entorno pobre y miserable. En tanto que la manera de agolpar los apartamentos de cada familia, hace que la cierta sensación de agobio, cree ese ambiente de tensión entre personajes. Por otra parte, la carnicería, al frente, con sus neones impactantes, completan la opresión sobre los inquilinos de este edificio.
No suelo encontrar la necesidad de las adaptaciones de obras cinematográficas al teatro (otra cosa bien diferente es cuando proceden de textos dramáticos que han pasado por la gran pantalla), pero en este caso, creo que la imaginación y la forma de transformar a los personajes y su realidad, justifican que merezca la pena conocer la propuesta que dirige Gabriel Molina. Seguro que volverán a estar en cartelera dentro de poco tiempo, y en distintos espacios.