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También en 2013, la Cultura es mucho más que un 21% - LaRepúblicaCultural.es - Revista Digital

Es cierto que la incompetencia es lo que parece primar en los gobiernos de nuestro país, con un claro vector que señala al facherío y, especialmente, al heredero del franquismo que se disfraza de demócrata. Pero lo que cada vez es más claro es que, aparejado a la nefasta gestión de la incompetencia, encontramos sus fines más perversos, como se deja traslucir claramente en lugares como Madrid, Valencia, Murcia, Aragón… por poner algunos ejemplos.

También en 2013, la Cultura es mucho más que un 21%

Bienvenid@s a un nuevo año para luchar contra la destrucción

Algún día
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Algún día

Carmen Werner durante una de sus últimas producciones de danza, en la sala Cuarta Pared.
Foto: Julio Castro.

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Algún día

Carmen Werner durante una de sus últimas producciones de danza, en la sala Cuarta Pared.
Foto: Julio Castro.

La República Cultural

Es cierto que la incompetencia es lo que parece primar en los gobiernos de nuestro país, con un claro vector que señala al facherío y, especialmente, al heredero del franquismo que se disfraza de demócrata. Pero lo que cada vez es más claro es que, aparejado a la nefasta gestión de la incompetencia, encontramos sus fines más perversos, como se deja traslucir claramente en lugares como Madrid, Valencia, Murcia, Aragón… por poner algunos ejemplos.

Y es que está claro que, al margen de las tropelías del gobierno de este Estado de las conglomeraciones (antes llamado de las autonomías), los gobiernos locales, sean autonómicos o municipales, son un triste y pobre eco de coros y alabanzas hacia las sillas vacías del gobierno español. Da un poco igual hacia donde miremos (cabe alguna excepción municipal), pero sea donde sea, la cultura está siendo destruida y socavada desde las distintas administraciones públicas, mientras todo se focaliza en la debacle generada en el sistema sanitario, en el educativo, en los transportes… ah, por cierto, y en las libertades ciudadanas. Pero mientras todo esto ocurre (porque ocurre con desvergüenza), con garras y dientes nos olvidamos de lo que se hace en un entorno que debiera ser la base fundamental de nuestra sociedad.

Sí, nos han metido el mensaje tan en las entrañas, que parece que la base de la sociedad es “la familia”, así que, todo convertido en establecer contratos mercantiles entre personas, para luego procrear sin sentido, se ha transformado en el objetivo de la mayoría, sin pararse a pensar qué hay detrás de todo o de qué manera se construirán las relaciones personales. El problema llega cuando avanza el tiempo y no queda nada que hacer, porque no había proyecto vital. Esa base, que debería nacer de un entorno plural, de muchos entornos de diversidad, y de un entorno común, cada vez existe menos. Es lógico, porque el sistema educativo ha venido siendo dinamitado desde hace casi un siglo, a costa de parchear, tachar y enmendar los productos de las dictaduras habidas en este país, pero también, porque el medio cultural cae en picado desde hace tanto tiempo, que ni sabemos desde cuándo se aferran a los bordes del vórtice que lo consume aquell@s poc@s que aún se empeñan en crear, en evolucionar, en implicar a nuestra sociedad en algo que apenas “es”, pero que prometía “ser”.

Clamar por los derechos de la cultura es como clamar en el desierto. Primero unos lo convirtieron en “los derechos de la SGAE”, mientras los gestores de la susodicha organización cometían las barbaridades que luego parecen haber sido descubiertas por sus integrantes, y que aún parecen estar intentando revertir. Así, con sencillez, logramos poner a la sociedad en contra de autor@s, creador@s, gestor@s y más gente que trabaja y trata de vivir de ello, pese a que la misma gente seguía cobrando una pasta gansa por ello. Otros tocan en la calle.

Más tarde vino el turno de las artes escénicas y el cine, donde se recargan impuestos, para más tarde tildarles de “titiriteros a sueldo de un partido”… y es una lástima que algun@ pueda serlo, pero la profesión que yo conozco (y digo profesión, no como pagadores de impuestos ni vividores, sino como profesionales) no puede incluirse dentro de esa falacia, porque son gente honesta que no sólo lucha por su plato de lentejas, sino por los derechos sociales ajenos.

Pero se dejó pasar y se rió y coreó la gracia.

Más tarde, nadie se extrañó cuando se acusó a l@s artistas de vivir de las subvenciones, porque parece que las susodichas subvenciones sólo estaban para dedicarlas a la especulación, mientras que la cultura, la educación o la sanidad, no debían recibirlas. Por eso, ahora, nos encontramos con que decir “quiero una subvención” es como pedir una limosna o como introducirse en el saco de los apestados.

Y ahora ¿cómo defender los derechos de esas familias, de nuestras familias, si hemos admitido y coreado que tenerlos era un lujo? ¿Qué quedará con el paso de los tiempos en la herencia cultural de nuestra sociedad?

La gente se marcha con sus dotes, no sólo enfermer@s, médic@s, físic@s, matemátic@s, biólog@s y técnic@s en general, se marcha cualquiera, porque la escena está mucho más viva en Berlín o en Londres que en nuestro país. No es de ahora, pero hasta el momento se podía malvivir y esforzarse por sacar a nuestra sociedad de ese concepto de “asnaridad cultural” en el que nos han ido encajonando. Y el remate no es la brutal subida de IVA a un sector en el que la productividad lo hacía sostenible, y que aportaba un porcentaje importante del PIB español en su conjunto; el remate es el ahogo de las subvenciones, ya sea por reducción, por eliminación o por retraso de años en los pagos de ciertas cuestiones. El remate es que los locales donde se desarrolla la cultura tengan que tirar la toalla y cerrar. El remate son los miles de profesionales que tendrán que dejar sus sueños y sus trabajos (esos que no hará nadie más), para integrarse en una bolsa de desemplead@s que rebasa el 25% de la población y que puede llegar este año al 30%. Ahí se verán tod@s, o ahí nos veremos.

Sean ejemplos como el expediente de regulación de empleo de la empresa pública del ayuntamiento de Madrid, donde se ha tratado de echar a los perros a todo el mundo, y en especial a personas con más de 50 años, con una gran experiencia y con ningún beneficio en la gestión, y que aún estarán en el filo de la navaja el resto de su vida, gracias a los acuerdos alcanzados. Sean ejemplos como las salas que deben dejar de funcionar porque “lo prometido no era deuda”, y los avances de la gestión cultural, ahora consisten en no ayudar a la cultura. Sean los festivales de música o de artes escénicas que se han anulado este año para no volver jamás, o que han hecho recortes hasta llegar a lo ridículo en su resultado. Sean las editoriales que no pueden vender sus productos, porque nadie puede comprarlos en lugar del pan o la leche… Son demasiados ejemplos los que tenemos.

Y en medio de esta debacle cultural, encontramos gente que se arriesga a sumar, a tirar adelante, salas que ponen en marcha su proyecto, para que luego las administraciones de antes se los torpedeen en cuanto puedan. Gentes que crean nuevos espacios, solidarios, participativos, cuidados y de brazos abiertos, que aguantarán todo lo que puedan, porque el compromiso es grande, pero los recursos limitados. Gentes que trabajan casi veinticuatro horas al día para mantener abiertos los locales de los que viven y en los que se nos ofrece todo lo que podemos disfrutar (a veces) de nuestros ratos lejos de la locura laboral y empresarial. Gentes que crean pequeñas editoriales para facilitar la llegada de los productos de otros a un mercado que no les deja apenas resquicio, pero en el que Internet puede permitirles que nos lleguen las cosas. Gentes que organizan eventos solidarios aunque no sepan lo que cenarán. Gentes que salen a la calle a promocionar lo que se puede, pero que también están en tus reivindicaciones. Es mucha gente, y nos encontramos habitualmente en muchos sitios.

Esa gente es mucho más que el desgraciado 21% de impuestos, que quiere quitarles la vida a ell@s, y la cultura a nosotr@s. Esa gente es la que cada día y cada noche pone las calles y los cimientos a la imaginación, y edifica alrededor con sus herramientas para que, al menos, nos alimentemos de los sueños. Es la única construcción que no facilita la especular sobre sus edificios, aunque ya los estén derribando.

Para toda esa gente tiene que ser este año 2013, en el que saldremos a la calle a exigir lo que deba ser y a sentirnos calentitos y acompañados, pese al frío de los responsables políticos y las neveras vacías que están dejando al deshacerse de l@s emplead@s publio@s. Saldremos a la calle y, pese a ellos, saldremos adelante, venceremos. Que tengamos un gran año compañer@s.

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