Julio Castro – La República Cultural
Dice Alberto Castrillo-Ferrer que Ildebrando Biribó, o bien Biribó Ildebrando, fue el primer apuntador del Cyrano de Bergerac en su estreno mundial. Y en el montaje que hace a partir del texto de Emmanuel Vacca, se dedica a traernos las venturas y desventuras del personaje. Curioso concepto el de personaje para este actor, que juega con la dualidad durante todo su trabajo, a fin de justificar siempre lo que hace “el otro”. Quiero decir, que si el actor está poseído por el personaje, tratará de justificar al autor, o al propio Alberto, en tanto que si se trata del actor quien trata de intervenir en escena, explicará otras cuestiones. Así hay un continuo paso de testigo, en el que nos sorprenden todos los personajes que van pasando por el escenario, cada uno con sus historias y motivaciones que, finalmente, encontraremos en un ovillo de lana que liga sus historias y nuestras dudas.
Porque entre tanta maraña de aparentes sucesos cómicos, no deja de hacernos entrever lo importante que es para cada ser vivo la vida, la muerte y la revisión de lo que ha sido nuestro paso por el mundo, con sus éxitos y sus fracasos.
Biribó logrará un permiso especial desde el “más allá”, para interpretar su propio personaje, porque no se fía del autor (Emmanuel), que ha llamado al personaje para contar la historia de este apuntador, o “soplón “, como también se llama él. Eso sí, tan sólo dispondrá de tiempo, lo que dura en caer la enorme clepsidra de arena que dispone bajo los focos al fondo del escenario.
Este montaje, sin un límite claro entre lo humorístico y lo entrañable, entre lo filosófico y la farsa, entre el personaje y el actor, logra una dinámica hermosa y a la vez divertida, que hace que el público se introduzca en escena con él, no diré de una manera fácil, pero sí de una forma definitiva en el momento en que se abre la puerta a participar en el hilo del relato.
Desde el fantasma enmascarado del comienzo (a modo del teatro de Commedia dell’Arte), hasta el punto final en la arena caída, media la intención de “hacerle la pascua a vuestros problemas”. En el fondo estamos ante la vida de un pobre desgraciado que, tras triunfar en París mediante su propia idea del arte, no deja de recibir el desprecio de quienes le deben su constante apoyo. Tal vez por ello viene a cuento la segunda parte, que es su regreso a la tierra para encarnar el propio personaje, eso sí, con mucha más ironía y retranca. No tiene problema en cuestionar en escena su propio concepto de una segunda vida, de cualquier idea de seres supremos, que dispone como en escalafones poco o nada eficientes, y carentes de autoridad (aunque no de poder), más próximos al personaje del Dios Mío, de Jose Luis Martín, que a otro concepto.
El actor es un verdadero cómico clownesco, pero con una capacidad de relato y, sobre todo, de transformismo, que le permite embaucar en sus historias a todo el público, y satisfacer muy distintas exigencias dramáticas, facilitando también la interacción con el público, casi de forma constante, pero sin generar extrañeza o rechazo por ello. Y es que en un momento dado, parece que es uno más del público viéndose a sí mismo.
El trabajo que se estrenó en 2003, ha sido escogido para llevar a cabo el estreno oficial de la sala madrileña El Sol de York, en Madrid, y creo que es acierto, y un lujo poder contar con el montaje de El Gato Negro para la ocasión.